Tú eres para mí

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Pequeña mía, mi luz, incluso a día de hoy, a pesar de todo lo que después aconteció, puedo jurarte el día que me crucé con sus ojos, mi vida cambió.

Estaba tranquilamente conversando con una amiga cuando un grupo de jóvenes llegó a la fiesta. Me fijé en ellos porque habíamos coincidido en más ocasiones, pero esta vez iban acompañados por otro chico al que no había visto antes.

En el preciso instante en que dejaron de captar mi atención, el chico nuevo se volvió hacia donde yo estaba y nuestras miradas se encontraron.

Fue un momento mágico, durante esos segundos que nos sostuvimos la mirada, sentí como todo el ruido y las luces de la sala se desvanecían. Nos quedamos solos los dos, observándonos el uno al otro como si nunca antes hubiésemos visto a alguien del sexo opuesto.

Notaba las mejillas hirviendo y, de repente el estómago se me llenó de mariposas.

El carraspeo de Lena, una de mis mejores amigas, me trajo de vuelta a la realidad. Bajé la mirada y pedí disculpas por no haberle prestado atención. Cuando volví a mirar, él ya no estaba y eso me molestó, aunque sabía que no tenía ningún sentido.

Seguí conversando tranquilamente con Lena  y Rose el resto de la noche. Cuando llegó la hora de irnos eché un último vistazo, pero no lo ví. Me sentía turbada y me llamé tonta, ¿cómo podía sentirme así por un chico al que sólo había visto unos segundos?

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Un par de semanas después, ya de vacaciones, volvieron a invitarme a otra fiesta en el mismo club. La verdad es que dudé si aceptar o no, ya que aquel fugaz momento me había turbado y durante esas dos semanas no había sido capaz de borrar esa mirada de mi mente, cosa que no me podía permitir por el bien de mi futura carrera como diplomática.

- Si voy y lo veo probablemente se me pase esta tontería -me decía a mí misma- y si no viene... Me olvidaré de él, así de simple.

Con ese pensamiento empecé a arreglarme. Qué equivocada estaba entonces, no era consciente de que esa noche me iba a meter en la boca del lobo y que no me sería nada fácil escapar.

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Cuando acabé de arreglarme me miré al espejo satisfecha: estaba realmente guapa. Y no era porque existía la posibilidad de cruzarme con el chico misterioso de nuevo... ¿Verdad?

Cuando entré al local estaba nerviosa, tanto que hasta me sudaban las manos. Era temprano así que no había aún mucha gente. Saludé a algunos conocidos y me senté en una mesa donde me esperaban Lena y Rose. Una mesa que daba a la puerta de entrada.

- Gabriela, ¿estás ahí? -Me preguntó Rose preocupada.

Reconozco que llevaba más de dos horas pendiente de la puerta, que cadavez estaba más apagada y que tan sólo participaba en la conversación con gestos y monosílabos. Rose me devolvió a la realidad y mi yo racional tomó el control de la situación. Más o menos. Porque lo único que hice fue beberme de un trago el cocktail que Lena había pedido y que, por cierto, sabía a jarabe de la tos.

Llegados a este punto considero que debo hacer un inciso: yo no bebo. Y no bebo porque mi cuerpo no metaboliza bien el alcohol y enseguida me pongo eufórica y empiezo a hablar más de la cuenta. Y me entran unas ganas locas de bailar.

Así que de repente me levanté de la silla ante la mirada de sorpresa de mis amigas y grité un "¡a la mierda!" para salir haciendo eses hasta la pista. Lena y Rose se miraron cómplices y me siguieron: por fin iba a empezar nuestra noche de chicas.

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Después de dos horas bailando y un par de cócteles más de jarabe antitusivo, mi vejiga me suplicó que la vaciara con urgencia así que fui hasta el baño para encontrarme con una cola que no sabía si podría esperar. Así que hice lo que cualquier mujer un poco borracha haría: colarme en el baño de los hombres.

- Paso, ¡paso! ¡Esto es una emergencia!, guardad vuestras cositas, que esta dama necesita usar vuestro baño.

Los chicos se apartaban incrédulos y yo por fin pude desahogarme.

Fue tal la cara de alivio y felicidad que llevaba al salir del baño de caballeros, que uno de los presentes empezó a reírse a carcajadas.

- Esto, señores, es lo que se llama una dama satisfecha. ¿Podemos servirle en algo más, princesa? ¿Quizá necesite ayuda para bajarse la parte de atrás del vestido que se le ha quedado enganchado en esas braguitas tan monas?

¿En serio? ¡No me podía creer que estuviera haciendo el ridículo de esa forma! Acto seguido me llevé las manos al culo para después recordar que llevaba vaqueros, por lo que era imposible que eso fuera cierto.

La risa volvió a escucharse ahora más fuerte. Me giré furiosa para encarar al graciosillo, pero el alcohol hizo que diera un traspiés y que cayera, literalmente, en los brazos de ese enemigo de las mujeres.

Traté de apartarme de él, aún más abochornada, pero unos brazos fuertes me detuvieron.

- ¿¡Qué co...!?

Me quedé muda, al alzar la vista encontré que mi archienemigo no era otro que el chico de la mirada bruja. Y de hecho algo de brujo tenía que tener, porque volvió a dejarme en trance por unos segundos, hasta que recordé que ahora le odiaba y le empujé para luego señalarle con un dedo acusador.

- ¡¡¡Tú!!!

El chico me miró sorprendido por mis repentinos cambios de humor, pero la sonrisa de diversión no se borraba de sus besables labios. Perdón, de sus odiosos y jugosos lab... Bueno, de "eso".

Ya te comenté antes que el alcohol me soltaba la lengua y me hacía decir lo que se me pasaba por la cabeza. Pues ese momento no fue la excepción.

- ¡¡¡Tú!!! ¡Maldito lobo de tres al cuarto! ¡No sólo llevas impidiéndome concentrarme en nada durante las últimas dos semanas por culpa de tu lujuriosa mirada, sino que encima te ríes de mí! ¡¡¡Serás gilipollas!!!

Sí, me arrepentí de esa frase en cuanto volví a estar sobria varias horas después. Sobretodo porque inmediatamente me avalancé sobre él para arañarle la cara. O algo.

- Alto, alto gatita -dijo el desconocido buenorro mientras me atrapaba las manos y me las inmobilizaba poniéndolas detrás de mi espalda con delicadeza- Reconozco que no tendría que haberme reído de ti, pero aprecio mi cara y no es ahí donde me gustaría llevar la marca de tus garras precisamente.

Esto último lo añadió mientras me pegaba un buen repaso que hizo que el estómago se me llenara de mariposas y que las mejillas se me pusieran aún más coloradas.

Bajé la cabeza por reflejo para que no fuera aún más evidente lo mucho que su presencia me afectaba. No lo entendía, sólo lo había visto dos veces y mi yo lujurioso ya se lo estaba imaginando haciéndome muchos bebés.

Entonces él me cogió de la barbilla y acercó sus labios a los míos. Tal vez si yo hubiese reaccionado de otra forma, todo hubiera quedado en una mera anécdota y hoy no te estaría escribiendo, pero a veces tu mamá es un poco impulsiva y... le di un puñetazo en la boca para luego salir corriendo.

El chico se quedó anonadado mientras se tocaba el labio que le había partido. Pero en lugar de enfadarse, sonrió lobunamente mientras sus ojos se oscurecían. Para él la caza sólo había comenzado.

- Gatita... Tú eres para mí.

Cartas a mi hijaWhere stories live. Discover now