Las niñas buenas ven, oyen y callan

65 9 53
                                    

Volver a pasar tiempo con mi tío Gale después de tantos años no fue tan difícil como en un principio pensé. Descubrí que él era de esas personas que, no importa cuando tiempo pase, cuando lo vuelves a ver es como si hubierais estado hablando el día anterior.

Pero la realidad es que el tiempo sí que había pasado.

La última vez que lo vi él era un adolescente y yo una cría, ahora los dos éramos adultos (yo al menos me veía adulta) y ni los juegos eran los mismos, ni podíamos pasar por alto ciertos detalles que entonces ignorábamos, bien por inocencia, bien porque era más fácil fingir no habernos dado cuenta.

La vida de Gale, al igual que la de mi madre, era un entresijo de secretos y mentiras que yo seguía sin estar  dispuesta a destapar porque sospechaba que iba a causar más dolor que otra cosa y, como decía mi padre, "el pasado pasado está, lo importante es aprender de los errores para tener un buen presente y un prometedor futuro". Y esa era la máxima que Gale, mi madre y yo estuvimos cumpliendo durante nuestra estancia, pero en la tensión del ambiente se podía notar que esa burbuja de aparente calma y felicidad nos iba a explotar en plena cara antes o después.

***************************************************************************

Tras el lapsus del delantal y pedir perdón un millón de veces a mi madre, mi tío nos llevó a pasar un par de días a una casa de campo.

El lugar estaba a las afueras de un pueblecito en los Alpes. El paisaje era increíble y yo me sentía como Heidi... sólo que bastante más mayor. 

- Gabriela -Gale me sacó de mi ensoñación- te aviso de que en la casa no hay cobertura, así que te recomiendo hacer lo que tengas que hacer antes de quedarte incomunicada de tus amigas.

Entrecerré los ojos porque me pareció notar cierto tono de retintín en su voz, pero decidí dejarlo pasar por esta vez y aproveché para avisar a Rose y Lena. También le mandé un mensaje a Takeshi.

No estoy enfadada contigo, pero si quieres que vuelva a ser tu amiga te lo vas a tener que currar.

Pensé en mandarle un mensaje a Mikael, pero finalmente lo dejé como borrador. Lo mejor que podía hacer era olvidarme de él y seguir adelante, como siempre hacía.

La casa de campo de Gale era una cabaña muy mona con tres habitaciones. Además tenía un salón con una gran chimenea y un sofá de lo más cómodo.

Pasamos el día de excursión, entre Gale y yo preparamos unos bocadillos para comer en el campo y así aprovechar mejor el día. Cuando volvimos casi estaba anocheciendo, cenamos una sopa calentita y los tres nos sentamos a charlar frente a la chimenea hasta que el sueño venció a mamá y se fue a dormir. Momento que aprovechó Gale para empezar a contarme historias de miedo como hacía cuando era niña.

- Gale -le dije disimulando un bostezo- ya no tengo 10 años, esas cosas no me asustan.

Gale me miró sonriendo y se acercó a mí, pasando un brazo por encima obligándome así a pegarme a él.

- ¿Y qué es lo que te asusta entonces, pequeña?

- ¿La verdad? -le miré fijamente dándole a entender que no estaba bromeando y él asintió mientras me retiraba un mechón de pelo de la cara- tengo miedo de morir... y de hacerlo sola. Desde que murió papá estoy obsesionada con ello...

- Gabriela...

- Sí, sé que son paranoias y que acabaré por superarlas, pero realmente me aterra. 

- ¿Sabes que no estás sola, verdad? tu madre no va a dejar que lo estés... y yo tampoco.

- Sí, pero mamá tiene su propia vida y estoy segura que antes o después la rehará, tú seguro que ya tienes a alguien en tu vida y yo ni siquiera tengo gatos propios que me hagan compañía. No podéis estar siempre pendientes de mí.

Cartas a mi hijaWhere stories live. Discover now