CAPÍTULO CUATRO.

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El primer paso de su plan estaba hecho, su amigo había obtenido la ubicación de Álvaro y lo único que quedaba era buscarlo para tratar de unirse a él, sabía que no sería jamás visto por el capo ya que este tenía cosas más importantes que hacer que ver a quiénes contrataba su gente, algo totalmente bueno y que jugaba a su favor ya que el hombre lo conocía y si por alguna razón era visto por él, ni el rescate del chico ni su "visita inesperada" iban a salir bien. Por otro lado le alegraba también el que el hombre hubiese mantenido su asunto con él en privado, ni su hombre de más confianza había sabido nada de él en el tiempo en el que conoció a Álvaro y claro, su reputación se iría al suelo si se enteraban de eso.

Lo que seguía era tratar de infiltrarse con sus hombres, lo cual sería pan comido pues tenía sus contactos dentro de la organización de Álvaro, sí, tal vez su plan sonaba perfecto, estaba todo perfectamente bien calculado pero sabía que, por muy perfecto que fuera todo, siempre había algo que salía mal.

El contacto que desde hacía meses le ayudaba a mantener vigilado a Álvaro, le había hecho una bitácora especial de todos los movimientos del capo, las horas exactas en las que salía o hacía cualquier cosa, los días en los que no estaba presente o los días que decidía revisar ciertos aspectos de la organización, todo esto durante medio año completo. Lo único que le hacía falta era tener una oportunidad, una sola sería la diferencia. Y gracias al secuestro del adolescente, había encontrado la oportunidad perfecta para su detallada venganza.

Por fin podría ponerle fin a las pesadillas que lo atormentaban cada noche, quizás por fin podría dormir tranquilo sin ser víctima de aquella imagen que lo había desgarrado más que todos esos meses que pasó en el corazón de un pueblo en guerra; la del hombre que más amaba siendo masacrado sin piedad frente a sus ojos.

Las horas en la carretera eran desesperantes y a eso aunado el infernal calor, hacían su cabeza comenzara a doler y que deseara tomar una ducha con agua helada. Era lo único realmente malo de los países del norte en México, el calor era tal que llegaba a ser insoportable y no a muchos les caía bien. Aunque no se quejaba por la soledad que experimentaba al manejar durante tantas horas, eso le daba tiempo de pensar las cosas, de organizarse perfectamente bien como cada vez que realizaba algún trabajo por dinero.

"The Show Must Go On" sonaba a todo volumen en el estéreo de su auto, la voz potente y profunda lo relajaba descomunalmente, el escuchar aquella letra le hacía pensar en qué sería de él luego de terminar con todo, sabía que luego de eso no tendría mucho qué hacer en la vida, estaba a muy poco de cumplir los cuarenta años, las citas de una noche ya no lo llenaban pero sabía que no había nada más para él, ¿qué haría después de? Tenía que cerrar círculos, eso lo entendía, quizás tendría que ir a despedirse como era debido de su expareja, aunque dudaba de que, en vida o en cualquiera que fuese el lugar en el que ahora estaba, el chico aceptara a bien que había asesinado al responsable de su muerte. No, Carlos no era esa clase de persona, el chico había demostrado ser alguien digno de admiración, eran tan gentil, tan amable con todos a su alrededor, siempre dando sin mirar a quién o esperando que le dieran algo a cambio, ¿Cómo alguien tan bueno podía aceptar que se llenara las manos de sangre por una venganza? No había forma pero eso lo tenía que hacer, tenía que asesinar al mal nacido para poder quitar la gran carga que llevaba encima y que cada día amenazaba con quebrarlo. De cualquier manera, sus manos estaban llenas de sangre desde hacía mucho tiempo, antes y durante la guerra, incluso después pues a eso había decidido dedicarse, una persona más no hacía la diferencia en nada.

Trataba de evitar las paradas en la carretera a menos que fueran necesarias, mientras menos tiempo tardara en llegar sería mejor para él y para toda la mierda en la que estaba. A pocos metros divisó un cartel con un "Bienvenidos a Guadalajara, zona metropolitana", sus palmas comenzaron a sudar mientas apretaba el volante con todas sus fuerzas, desde ese momento ya no podía dar marcha atrás, había posibilidad de no salir jamás de esa ciudad y no lo lamentaría, mientras se llevara a Álvaro al infierno con él, moriría feliz.

Mi salvación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora