CAPÍTULO TREINTA Y DOS

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Observó a Dante, el chico respiraba de forma agitada y sus ojos brillaban por la satisfacción de lo que recién había hecho. Sabía que era su primera experiencia y le encantaba saber que había sido él el afortunado. Por otra parte, se había realmente sorprendido, pocas y contadas habían sido las veces que él le había ofrecido sexo oral a alguien, pero con Dante no le pesaba, se sentía atraído a simplemente hacerlo.

Acarició sus muslos, la suave piel resaltaba contra la suya, la delgada pierna era fácil del tamaño de uno de sus brazos y le excitaba de sobre manera la idea de que fuera más pequeño que él, se sentía duro de sólo imaginar todas las cosas que podría hacer con el chico.

Tomó a Dante entre sus brazos y lo llevó hasta la cama, el chico parecía estar exhausto y lo comprendía. Acomodó sus ropas y se recostó a un lado suyo. Sabía que desde esa noche iba a cambiar todo entre ambos y, al contrario de lo que pensaba, no sintió miedo, todo en él se sentía tranquilo, en paz; Dante lograba eso en él, causaba una paz gigantesca que nunca había sentido en su vida, ni siquiera con Carlos, el amor de su vida. Se sentó a los pies de la cama, observó por la ventana, la noche estaba completamente estrellada y la luna brillaba en lo alto, cerró los ojos y oró, por primera vez en años, con el corazón en la mano.

"Sé que no merezco nada, tengo las manos llenas de sangre y no me arrepiento de ello, he quitado vidas, pero también he salvado a muchas. El fin no justifica los medios y lo sé, pero si en tu infinita misericordia me puedes conceder una petición, te ruego, cuida de Dante, no lo alejes de mí, no permitas que ni Álvaro ni Abraham le hagan daño... y por favor, cuida de Carlos".

Sonrió.

"Voy a amarte toda mi vida, espero encontrarme contigo en la otra vida, pero sé que en esta ya tengo una misión y es hacer feliz a Dante, perdóname por no poder mantenerte con vida, pero te juro que no voy a dejar que le pase nada a Dante".

— Amén —susurró.

•••

El dolor en sus hombros comenzaba a hacerse insoportable, había ido y venido todo el día y la silla no ayudaba mucho, su espalda lo estaba matando.

— ¿Necesitas ayuda? —preguntó Juan, el hombre se veía impecable.

— Te lo agradecería.

El policía empujó la silla hasta el pie de las escaleras de la pequeña mansión, cuando intentó ponerse de pie, sus piernas temblaron ligeramente. Juan lo envolvió por la cintura y lo ayudó a subir con toda la calma del mundo, escalón por escalón. Sabía que no era un hombre flaco, pero Juan aguantaba su peso sin decir nada o quejarse.

— Cuando necesites ayuda sólo pídelo.

— No...

— No te veo como menos por eso, ¿Sabes?

— ¿A qué te refieres?

— Exactamente a eso Esteban, eres condenadamente sexy pero también inseguro.

— ¿Qué...?

— Te he estado observando desde la primera vez, no confías en que puedes atraer a alguien porque piensas que la silla te quita atractivo.

— Quizás.

— ¿No te has visto en un maldito espejo? Eres guapo.

— ¿Crees?

— Creo.

— No entiendo, ¿A qué viene todo eso?

— A la otra noche, cuando estaba en tu habitación.

Mi salvación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora