Esta vez, un único vistazo al rostro pálido de la pelirroja es suficiente para que Marie, la dueña, se apresure a limpiarle su mesa. No dice nada, solo le da un suave apretón en el brazo a su paso hacia la barra; porque sabe que, aunque Chloe adore hablar y escuchar, hay veces en las que viene a este pequeño café precisamente porque busca el silencio. La joven se lo agradece con una sonrisa cansada y se deja caer en la silla de madera pintada de azul turquesa con un pesado suspiro.

Saca del bolso su cuaderno de dibujo y lo coloca sobre la mesa, a continuación, deja al lado un lápiz y una goma de borrar. Observa los instrumentos como quien los ve por primera vez en su vida. Como si no fuera lo que termina usando mínimo una vez al día. Como si no dependiera de ellos para sobrevivir.

Le asusta estar así. Nunca ha tenido problema con la inspiración, es más, es precisamente al contrario. Suele estar tan inspirada que se le ocurren mil ideas a lo largo del día y no hay tiempo en el mundo para que las plasme todas en papel. O cuando está centrada en una, le asalta otra y no es capaz de centrarse en la primera hasta que no se quite a la segunda de la cabeza.

Su imaginación nunca ha estado tan... Vacía.

Deja vagar su mirada por la pequeña cafetería, en busca de algo que le llame la atención y quizá le ayude a superar ese bloqueo. Es un pequeño truco que siempre usa cuando está atascada con algo, y nunca le falla.

De normal, no hay mucha clientela, pero hoy Chloe es prácticamente la única persona allí, a excepción de otra chica sentada un par de mesas más adelante y el matrimonio que se afana en limpiar tras la barra. También es cierto que es relativamente pronto. Bastante pronto. Todavía no son ni las nueve de la mañana de un miércoles. Aquellos que no tienen clase, están durmiendo en sus habitaciones.

Con ese panorama, lógicamente, su atención recae en su totalidad sobre la otra persona sentada en la cafetería.

Es una chica de su misma edad, o incluso un poco más joven. Cascadas de ondas castañas están sujetas por unos grandes auriculares que le recuerdan a Chloe a los que se usan en los estudios de grabación profesionales. La chica está inmersa en lo que esté haciendo en su portátil, sus brazos se mueven con destreza, pero la pantalla del ordenador impide que la pelirroja vea lo que hacen sus manos. Un ceño adorna la frente de la morena, que tiene atrapado su labio inferior entre los dientes. Entonces, cierra los ojos y Chloe puede ver que una gruesa capa de eyeliner adorna sus párpados. Penetrantes ojos azul medianoche reaparecen otra vez, brillantes, y una sonrisa curva los labios rosas de la joven.

Chloe no se da cuenta de que ha cogido el lápiz hasta que escucha el familiar rasgar de la punta contra el grueso papel del cuaderno. Sorprendida consigo misma, baja la mirada para descubrir que ha empezado a trazar de forma inconsciente la línea de la afilada mandíbula de la chica. Sin pararse a pensar mucho en ello, solo dejándose guiar por esa urgencia de sus manos, desliza el lápiz por la hoja hasta llenarla de trazos suaves que componen el rostro de la morena.

Cuando la pelirroja llega a los ojos, rellenando con un poco más de fuerza la zona del eyeliner, sus dedos se crispan por el ansia de tener a su disposición acuarelas que mezclar hasta conseguir dar con el tono exacto de azul. Sin embargo, no permite que eso la detenga. Trabaja con precisión y rapidez, azul bebé subiendo y bajando, moviéndose a lo largo de un rostro totalmente ajeno al escrutinio al que está siendo sometido. Atenta a los detalles, capta todo aquello que puede. Los labios fruncidos, el brillo de un piercing bajo un casco ligeramente desplazado para poder escuchar a Marie, largos y esbeltos dedos que suben para apartarse un mechón de la cara.

Entonces la chica cierra la pantalla del portátil, empuja los cascos hasta que se deslizan sobre sedosos mechones castaños y caen sobre sus hombros. Azul medianoche escanea la cafetería de forma ausente mientras recoge sus cosas y las guarda en la mochila. Frunce un poco el ceño al ver la sonrisa que Chloe le regala cuando pilla a la pelirroja mirándole fijamente, y sus labios se curvan un poco hacia un lado en un esbozo de sonrisa.

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