-Prólogo 1: Joshua-

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El silencio y la calma abrazaban el escenario destrozado a su alrededor, lleno de escombros y nubes de polvo.

Poco y nada quedaba de la ciudad de Weyburn, y lo mismo aplicaba para sus habitantes salvo por los restos carmines esparcidos por el lugar que no habían sucumbido por el cataclismo sino por la batalla anterior.

La cabeza le dolía horrores, un hilo de sangre le recorría el rostro manchando el suelo y mezclándose con la tierra que lo cubría.

Medio torpe y desorientado se puso de pie, moviendo unos cuantos escombros pequeños en el proceso. Sus oídos retumbaban acrecentando su dolor.

Observó su alrededor mientras trataba de entender lo ocurrido. Ya había amanecido y la luz del sol dejaba al descubierto los horrores del desastre de dimensiones bíblicas que había, literalmente, borrado la ciudad.

Mientras analizaba donde se encontraba trataba de apartar el dolor del golpe en su cabeza y recordar lo que había pasado.

Flashes cortos y momentáneos, viéndose a sí mismo quitándole la vida a aquel aspirante a demonio regordete y megalómano. Adam. Y su extraña tregua con la ladrona, Rea, la asesina de Amelia.

Su mente se congeló unos instantes en ella, habiendo acabado la batalla ya no tenía razones para dejarla con vida. Pero la curiosidad de aquel acto desesperado le inquietaba. Y aquello que había dicho...¿Zael?

A su alrededor, en los escombros y restos de cuerpos. Sintió cierto peso humano en su pecho al pasar por su cabeza la idea de que Adam estuviera entre ellos, se imaginó a Jenn y Cecile bajo toneladas de concreto. Se llevó ambas manos al rostro y exclamó sus nombres en un intento de localizarlos.

Como moscas atraídas por la miel dos sombras se apersonaron como caídos de cielo. Sombras blancas, divinas. Joshua retrocedió al instante de verlos. Ni demonios ni caídos, sino ángeles en toda regla. Y su amenaza más grande.

Joshua apretó los dientes con fuerza, estaba frente a enemigos de temer. Adam tendría que esperar, pero Joshua aún no se hacía idea de la magnitud de las batallas que tendría por delante.

Notenía idea de nada de lo que estaba por venir. Y aun así empuñaba con fuerza suespada, pues si algo hacia latir su corazón con fuerza...eso era sin dudadisfrutar del combate.

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