11. PILLADOS CON LAS MANOS EN LA MASA

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Mientras la mujer rubia gritaba de pánico, Vladimir pidió ver el cuerpo del hombre al que supuestamente aquella mujer había matado a sangre fría la noche anterior. Un anciano se presentó como el regente del poblado y nos guió a una pequeña casa de madera.

―Aquí era donde vivían..., ya lo advertí yo en su día... ―dijo casi en un suspiro.

―¿Qué advirtió usted en su día, señor? ―preguntó Snorri por su cuenta. Poco faltó para que Vladimir le diese una torta por preguntar sin permiso. Para mi asombro, no lo hizo.

―Fue un matrimonio de conveniencia ―empezó a explicarnos con los ojos llorosos―, eran demasiado jóvenes para contraer matrimonio, pero sus padres lo quisieron así hace cinco años... pobre chica...

―Pero si es él el que ha muerto, no ella ―dijo Snorri. Esta vez sí recibió una torta en la zona posterior de la cabeza.

―El que hace las preguntas aquí soy yo ―le susurró Vladimir a Snorri en el oído―. Así que estate calladito.

―De acuerdo, de acuerdo ―le respondió. Se tapó la nuca protegiéndose de una segunda torta.

Entramos al interior de la casa. Apenas al abrir la puerta nos encontramos el cadáver del hombre con las treinta puñaladas en su cuerpo. El suelo de madera estaba encharcado de sangre bajo el cuerpo y a su alrededor. Era la primera vez que veía un hombre muerto. Me puse rígido y blanco como el cadáver, creo que él parecía más vivo que yo, incluso mis manos se volvieron blancas. Las cuencas de los ojos del hombre estaban blancas y lo poco que pude ver del iris fue una telilla blanquecina que había comenzado a extenderse por todo el ojo. No pude seguir mirando, el trozo de bolla que me había comido hacía treinta minutos empezaba a subir por mi garganta. Cerré los ojos y respiré hondo aquel asqueroso aire con un extraño olor que había en la casa.

―Cuéntenos por qué dice eso, no omita detalles. Todo lo que nos diga ahora será para juzgar a la mujer ―advirtió Vladimir―. Prosiga.

―Bien, como ya he dicho era un matrimonio de conveniencia. Se casaron hace cinco años, ella no había cumplido la mayoría de edad, pero aún así se casaron en este mismo poblado. Yo celebro ceremonias, ¿sabe? En fin, oíamos constantemente como él le pegaba. Cada día, ella aparecía con un nuevo moretón en el cuerpo y con sus prendas desgarradas. Yo sabía que abusaba de ella cada noche, pero no podía hacer nada, los padres hacían la vista gorda, así que a nadie le importaba.

››Por si todo aquello fuese poco, la pobre chica tenía que soportar como su marido mantenía actos sexuales en su propia cama con otras mujeres. Él era un vago, no trabajaba, ella era quien mantenía la casa y llevaba el dinero al bolsillo de su marido, todo para que él se lo gastase en cerveza de canela. Yo creo que anoche él quiso darle una paliza y ella acabó por defenderse.

―Treinta puñaladas no es defenderse ―se quejó Vladimir con los brazos cruzados.

Yo me alegré de que aquel hombre yaciese muerto en el suelo. Había estado maltratando y violando a su propia esposa durante cinco años, seguro que ella hubiese preferido estar bajo tierra que muerta en vida. Pensé que no debíamos castigar a la chica por librarse de aquel sufrimiento que ese condenado le había producido, sino a sus padres. A los padres de los dos, por haber permitido todo aquello durante esos años. Supe que aquello jamás ocurriría, al menos en esos tiempos del Imperio, no había ninguna ley o norma sobre eso.

―Regente ―lo llamó―. ¿Sabe cuál es el castigo por asesinar a su propio cónyuge en el Imperio?

―Sí, señor ―el hombre tragó la saliva más fuerte que en cualquier momento.

Demonio de aceroWhere stories live. Discover now