5. EL NUEVO DISCÍPULO DE VLADIMIR

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Snorri y yo casi nos habíamos acostumbrado al rugir de nuestros estómagos. Nuestras fosas nasales no volverían a ser las mismas después de aquel hedor fue imposible acostumbrarse, además nuestras bocas estaban secas porque apenas se cerraron de tanto hablar, hasta que poco a poco empezamos a notar la falta de agua, entonces nuestra conversación disminuyó. Lo peor de todo fue cuando uno de nosotros tuvo que defecar. No diré quién ya que ambos juramos no contar aquello a nadie y olvidarlo de inmediato. Jamás habíamos pasado tanta vergüenza.

Escuchamos sonar tres veces las campanas que indicaban las comidas, por el tiempo deduje que habían sido la comida, la cena y un nuevo desayuno. Había creído escuchar a Bierbaum decir que solo sería una noche, bueno, técnicamente había sido una noche, junto con el día completo y la mañana de otro, pero Snorri y yo ya habíamos perdido la esperanza de que nos sacasen durante ese día.

—¡Ya no aguanto más! —exclamó Snorri. Se levantó y se acercó a la pesada puerta que no dejaba entrar ni un poco de aire fresco, ni siquiera un poco de luz—. ¡Tengo hambre! ¡Tenemos hambre!

—No creo que al otro lado de la puerta haya alguien, es inútil quejarnos —mis tripas sonaron en forma de protesta.

—Lo sé... por desgracia, lo sé... Sabes, no es por el hambre, hace horas que mi estómago se ha acostumbrado a no comer, pero es que me pica horrorosamente el ojo y no puedo rascarlo con las manos llenas de heces. Me estoy desesperando, ¡me voy a volver loco! ¡Necesito rascarme!

—Si te sirve de consuelo, que sepas que yo tengo la cara manchada desde hace casi un día, me picaba la mejilla y la primera vez no caí en que mis manos estaban sucias. La segunda vez me dio igual, total... ya estaba manchado...

No es que viese a la perfección a mi nuevo amigo, pero las sombras con cuerpo que indicaban su posición se zarandeaban con un sinfín de movimientos. Me pareció que se intentaba remangar, porque ambos estábamos manchados hasta el cuello de excrementos y encontrar una zona limpia en nuestro cuerpo era casi imposible.

—¡Dioses! Es que hasta la piel que está debajo de la ropa está sucia... —se quejó casi con un llanto. En aquel preciso momento me alegré de estar a oscuras ya que mostré una ligera sonrisa al imaginármelo con sus azules ojos y llorosos buscando una parte de su cuerpo para poder rascarse—. Ay... ¡Qué asco!

Eché la cabeza hacia atrás y la apoyé en la pared, cerré los ojos e intenté pensar en otra cosa e imaginarme en otro lugar. Mi mente me traicionó, no pude evitar pensar en los pasteles que mi madre solía hacer para desayunar o para el postre, en sus guisos y estofados, los zumos de naranja con azúcar o las fresas con leche caliente que se manchaba de rosa. No supe si me sentí molesto o agradecido, pero la llave en la ranura de la puerta me alejó de esos recuerdos tan apetitosos. Un hombre al que no había visto antes abrió la puerta sujetando una pequeña antorcha que nos deslumbró. Un gesto de su mano nos indicó que saliésemos de allí. Como si ambos tuviésemos la peste, se alejó de nosotros tres pasos por delante. Nos llevó hasta la salida y allí colocó la antorcha en su sitio.

Los rayos del sol me molestaron el doble que la luz del fuego, así que con la mano sucia me hice sombra. Cuando mis ojos se acostumbraron un poco no dudé en mirar a Snorri que se encontraba detrás de mí. El pobrecito buscaba como loco una parte limpia de sus prendas y cuando la encontró se rascó el ojo tan a gusto que incluso sacó hasta la lengua. Volví la mirada al frente y allí pude ver a Varik entrenando con el chico pelirrojo de nuestra cámara. Para llevar entrenando solo un día, he de decir que manejaba bastante bien aquel palo de madera.

—Los dioses los crean y ellos se juntan —me susurró Snorri.

Cuánta razón tenía. El brillo que días atrás había tenido en sus ojos frente a la escuela había desaparecido. Volvía a tener aquella mirada con expresión de enfado en sus cejas. Tal vez fuese porque iba cubierto de heces, pero me acordé de que cuando era pequeño, Varik me había llevado a los establos de su casa y me había hundido la cabeza en el estiércol para el campo. Pareció que sus oídos le pitaron, porque se giró hacia donde nos encontrábamos. Paró un nuevo golpe con el palo y nos señaló con éste. El pelirrojo y él empezaron a reírse a carcajadas. Eso llamó la atención de Vladimir y se acercó a nosotros a zancadas.

Demonio de aceroWhere stories live. Discover now