Capítulo XXVII: La Luna y el Sol

5.7K 483 44
                                    



Nota: Favor de tener una servilleta en la mano. :(

Capítulo XXVII: La Luna y el Sol

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Capítulo XXVII: La Luna y el Sol

De algún modo estoy viva. Lo sé porque escucho el vaivén de personas y el murmullo de estas a lo lejos. Lucho por abrir los ojos y preguntar qué está pasando, pero no tengo fuerzas. Mi cuerpo entero duele y quisiera gritar de dolor, pero no puedo. De repente, recuerdo lo que pasó y la angustia se apodera de mí. Trato de tocarme la barriga, pero mi cuerpo no quiere responder al mandato de mi cerebro. Intento hablar y gritar para exigir que me digan qué está pasando, pero todo se torna negro. Lo último que veo son los ojos azules de un señor con bata blanca.

Un pitido constante resuena en mis oídos. Es irritante y quiero que se apague. Por un momento pienso que es una alarma, pero recuerdo que así no suena. Mi corazón comienza a acelerarse. ¿Dónde estoy? Sin esperar un segundo más, abro los ojos. Lo primero que noto es que estoy en un cuarto de hospital. Lo segundo, a Felipe sentado en una silla al costado de la camilla. La imagen me da pena; el pobre hombre está con el cuello torcido durmiendo. ¿Qué hago aquí? De repente las imágenes llegan a mi mente como si de una película se tratara. Me veo a mí misma bajándome del carro junto a Coral, pues me había dado calambre en la pierna; le digo que todo estará bien con su hermana, y de repente escucho un carro acelerando y de un momento a otro todo se vuelve oscuro.

— ¿Felipe?— Lo llamo con apenas un hilo de voz.

Al parecer, está dormido profundamente, pues no responde. Carraspeo mi garganta y decido llamarlo un poco más alto. Esta vez abre los ojos lentamente. Al notar que fui yo la que lo llamé, se incorpora de un solo brinco.

— La Luna ya salió, al fin. ¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes?

— Te lo diría si supiera qué fue lo que pasó.

— Espera, deja llamar al doctor— me dice con ojos cristalizados.

— Felipe, ¿qué pasa

— Tiene que venir el doctor— responde sin mirarme a los ojos.

Intento detenerlo, pero él sale de la habitación a toda prisa. Mi corazón galopa en mi pecho a un ritmo desenfrenado. Algo malo ha ocurrido. Ese carro me impactó, estoy segura. Porque, ¿cómo es que estoy aquí, en un hospital? Comienzo a inquietarme. Trato de incorporarme, pero un dolor atraviesa mi vientre. De repente, el pánico me ataca. Si ese carro me dio, mi bebé pudo haberse afectado. Siento en mi cuerpo un vacío. Toco mi vientre y le hablo.

— Estaremos bien, mi media Luna.

Justo cuando lo digo, Felipe y un doctor entran por la puerta. Mi novio me da una mirada llena de angustia. Lágrimas bajan por su rostro, y yo lo miro extrañada.

— Mi amor, ¿qué pasa? Doctor, ¿me podría explicar?— Pregunto al no obtener respuesta de Felipe.

— ¿Cómo usted se llama? — Me pregunta. Qué pregunta más absurda en estos momentos.

Contesto cada una de las interrogantes que me hace el doctor. Todo este tiempo Villanueva me desvía la mirada. Veo como el doctor suspira antes de hablar nuevamente. Felipe me toma la mano y yo lo miro con los ojos llenos de lágrimas. Exijo que me hablen, pero los dos parecen vacilar.

— Lo siento mucho señorita, usted ha perdido al bebé. No pudimos hacer nada para salvarlo.

Siento que el corazón se comprime en mi pecho. Lo único que puedo hacer es llorar y gritar. Grito de dolor, de frustración, de tristeza. Felipe me abraza y llora conmigo. Me duele, me duele, me duele demasiado.

***

—Tal parece que tu tamaño no te permite pasar por la calle sin tropezar con la gente... Ten más cuidado gorda, que me has sacado el aire. Dios, puedes matar a alguien con ese peso. Estás hasta más gorda.

—Lo siento, es que tus huesos son tan pequeños que ni siquiera los vi— contraataco.

—Mira gorda, será mejor que te vayas a atragantar de tacos y me dejes caminar en paz por la calle.

—Como quieras— me encojo de hombros y pretendo seguir mi camino.

—Hey, ¿y ya Felipe se empachó de tanta carne? Tienes cara de que no te han dado sexo en mucho tiempo—. Ya sabía yo que la nena no me iba a dejar ir en paz.

—Eso a ti no te importa, rubia— suelto despectivo—, pero ya que te mueres de curiosidad, pues te equivocas; Felipe me da lo que nunca te dio... Hoy tengo mucho más de lo que te ofreció, y gracias a mí, tiene lo que nunca le diste.

Al parecer mis palabras le han afectado, pues su rostro se encolerizó. Ella me levanta la mano y yo reacciono de inmediato y se la detengo. No sé si es por el miedo que me provoca la idea de recibir una golpiza por esta tipa en mi estado de embarazada, pero sin analizar digo:

—No te atreverías pegarle a una mujer embarazada, ¿o sí?

Ella abre los ojos de par en par y luego con una sonrisa burlona en los labios dice:

—De ahora en adelante deberás tener cuidado, no vaya a ser que te tropieces y caigas y pierdas al monstruo; lo único que mantiene a Felipe atado a ti. Admito que fue una buena jugada, pero cuidado, podrías perder tu ficha.

Me despierto del recuerdo/pesadilla del que estaba siendo presa. De momento estoy desorientada, pues no sé en dónde me encuentro. Cuando caigo en cuenta, siento un golpe en el corazón.

—Dime que no es cierto, por favor— le ruego a Felipe entre lágrimas, quien se encuentra acostado a mi lado en la camilla de hospital.

A un día de la devastadora noticia, no puedo soportar el dolor y la profunda tristeza que me invade al saber que dentro de mí ya no está mi media Luna. Era una niña, así como lo había dicho su papá; el doctor nos lo informó luego de dar la peor noticia que he recibido en mi vida. Felipe me mira triste. Para él tampoco es fácil. No dice nada porque sé que no encuentra las palabras justas. ¿Cómo decir palabras de aliento cuando él está igual de destrozado que yo?

Ni siquiera puede decir «tranquila, tendremos otro bebé», pues el impacto del vehículo fue tan brutal que mi aparato reproductivo se vio afectado. De todos modos, sería horrible pensar algo así, yo quería a mi Lunita.

Felipe me abraza y yo me limito a llorar en su pecho.

— No quiero que dejes de brillar, Luna. Porque si lo haces no podrás iluminar mi oscuridad.

— Pero ahora necesito que me ayudes a brillar, necesito que seas mi Sol— le digo.

— Es un hecho, no necesitamos ahora más que nunca, Luna mía.

 Y con esas palabras vuelvo a quedarme dormida.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Luna  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora