Cap. XXIV - Caretas Abajo

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Luca

El cementerio era un lugar frío y solitario, tan apacible que podía escucharse el viento silbar mientras removía las hojas de los árboles del Bosque Denodado, el cual rodeaba gran parte del inmenso lugar.

A Luca no le gustaban mucho estos lugares, menos aún cuando el recuerdo del último adiós a su padre le golpeaba a centellazos en la memoria, pero era algo que debía de hacer, que quería hacer. El Rey Eduardo había llegado a la Catedral hace dos días y le había dicho al Padre Obregón que había realizando unas investigaciones sobre el paradero de sus abuelos y las mismas no habían sido satisfactorias, todo indicaba que ambos habían muerto sin dejar rastros tras ellos; por esa razón tomó la iniciativa de crear una pequeña lápida en el Cementerio Central de San Pablo con sus nombres.

Después de esos días Betania guardó mucho silencio, Luca sabía perfectamente que la noticia había golpeado fuertemente a su madre, él también se sentía muy triste y decaído, ya que guardaba la esperanza de poder llegar a conocerlos y no era precisamente por medio de una tumba vacía como ahora lo estaba haciendo.

―El Rey Eduardo fue muy generoso al realizar todo esto por ustedes ―principió la voz del Padre Sebástian, que los acompañaba.

―Seguramente lo hizo por los largos años que mi mamá y mis abuelos trabajaron para él. En el tiempo que lo conocí me di cuenta que es una excelente persona, ¿no es así madre?

Betania solamente hizo un atisbo de respuesta, no soltó ni una palabra.

―Me preocupa grandemente que sigas en tu posición de no volver al Palacio Real. La oportunidad que el Rey te ofrece es única, hijo, deberías de pensarlo un poco más.

―No, Padre. No creo que volver al Palacio sea lo más indicado para mí en estos momentos, hay cosas que sencillamente tienen que ser y no hay posibilidad de cambiarlas o hacer lo que uno quisiera.

Le había sido muy difícil explicar el por qué de su regreso tan intempestivo a la Casa Parroquial hace ya un par de semanas. Por obvias razones no había podido responderle ni a su madre, ni al sacerdote qué lo había hecho renunciar a su trabajo como profesor. El mismísimo Rey había intentado retenerlo en el Palacio pidiéndole explicaciones que él no podía darle, y le había dejado las puertas abiertas para cuando él quisiera volver, cosa que por más que deseara jamás iba a poder hacer.

―Creo que hemos llegado al sitio ―inició nuevamente la voz del Padre, revisando una lápida que tenía grabado el apellido Flores.

Luca rápidamente miró la expresión de su madre, se encontraba entristecida. Los últimos días había tenido fuertes ataques de tos y su semblante se había descompuesto, la noticia había terminado de hacerla decaer. Ligeramente se desplomó sobre sus rodillas y comenzó a mirar los nombres con expresión abstraída. El joven volvió la mirada hasta el sacerdote, el cual le hacía señas de que dejara drenar el momento, era algo que ella necesitaba.

Un vacío comenzó a sentirse en el pecho de Luca, odiaba ver a su madre llorar. Aunque nunca había conocido a sus abuelos, le dolía el hecho de que ya nunca tuviera la oportunidad de verlos, de hablar con ellos, era un privilegio que le había sido arrebato. El dolor de su madre comenzó a compartir lugar con el suyo, y se arrodilló para arrullar entre sus brazos a la mujer que la había dado la vida.

―Betania, debemos aceptar la voluntad de nuestro Señor ―recordó el Padre Sebástian con voz calma―. En este momento ellos se encuentran en un lugar mucho mejor del que siquiera podemos imaginar.

―Madre, el Padre Obregón tiene razón. Debemos de ser fuertes, a pesar de todo somos muy afortunados, ven conmigo ―Luca susurraba esas palabras en su oído mientras le servía de apoyo para levantarse.

Entre Rosas y EspinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora