Cap. XVII - Interrogatorio

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Eduardo

La mirada del Rey yacía firme, dubitativa y un poco desesperanzada mientras se posaba en dos hombres un poco regordetes y con cabelleras morenas a la par.

―Lo que me están tratando de decir es que... Ustedes creen que ellos, ¿que ellos podrían estar muertos? ―inquirió finalmente Eduardo tratando de mostrar la mayor dureza en su voz.

―Mi Rey no podríamos darle una completa seguridad, aún nos faltan algunas fuentes por confirmar, el trabajo no ha sido nada fácil, más cuando han pasado tantos años ―explicó uno de los señores con una voz ronca y carrasposa.

―Sin embargo seguimos con las búsquedas, sabemos lo importante que es para usted este encargo, no podríamos defraudarlo de ninguna manera ―añadió el segundo con un sobrecogimiento innecesario en la voz.

―Entiendo, de igual manera debo de recordarles que este es un asunto de extrema confidencialidad, nadie puede saber lo que están buscando, es algo muy privado para mí ―enfatizó Eduardo tratando de mostrar toda su autoridad monárquica, cosa que pocas veces hacía frente a sus empleados―. Por eso lo he confiado a ustedes.

―No se haga ningún tipo de lío, Monarca. Todo está seguro bajo nuestras manos ―intervino rápidamente el más sereno de los buscadores.

―Perfecto ―culminó la potestad mientras dirigía una furtiva mirada a su despacho al mismo tiempo que se levantaba de su poltrona. Sus acompañantes respondieron de la misma manera―. Cualquier mínima cosa que puedan encontrar estaré aquí ansioso esperando. Ahora caballeros si me permiten, necesito resolver algunos asuntos personales.

―Por supuesto que entendemos, Rey ―reconoció uno de los señores mientras los dos hacían una simple reverencia y comenzaban a caminar rumbo a la salida.

El sonido seco de la puerta al cerrarse fue un bálsamo para los oídos y las emociones de Eduardo Bernabé. Estas últimas semanas en su vida habían acontecido una cantidad de cosas a las cuales solo esperaba poder responder de la mejor manera, aunque cada día, eso se le hacía más y más complicado.

Por un lado estaba San Pablo Bernabé, si él creía que el asunto del Gobierno del Norte había quedado bajo perfil hace algún tiempo no pudo estar más equivocado, y la última reunión con la Unión Central se la había dejado muy claro. Diferentes ideales pusieron en jaque las acciones tomadas por su reino, y en cierto modo el ideal de su hijo, el futuro Rey. Se había formado una pequeña rebelión y todo por la creciente desconfianza que Antoine Dupont había depositado en él. Ahora todo se encontraba bajo una secreta y bien articulada maquinaria que sólo conocían los Barones, los Condes y él.

Por otro lado estaba todo el asunto de Betania, de sus padres, de aquella fría y dura conversación que ambos habían tenido en la Catedral. Todavía recordaba ese día y se estremecía ante de la memoria de aquella mujer que tanto amaba y a la que tanto daño le había hecho. Sus lágrimas, su dolor, quizás eso era lo que más le dolía. O también el luto que llevaba por dentro por haber decidido cambiarla por un frío pedazo de metal que ahora pesaba demasiado sobre su cabeza.

De igual forma le pesaba el tener que mantener a su hijo Antonio Bernabé, el futuro Rey, alejado de todo; de todas las decisiones tomadas porque la Unión así lo había decidido. Tener que mentirle y ver en sus ojos como él estaba traicionando la confianza que siempre le había prestado. Su hija Elizabeth para la cual no había estado estos últimos días, desde los cuales su compromiso se había formalizado, ¿acaso estaría feliz? Y por último lugar, y se le hacía extraño y a la vez gratificante pensar en Luca, el hijo de Betania; aquél muchacho que en tan poco tiempo se había ganado su confianza y admiración. Todo, todo daba vueltas en su cabeza y la hacían resonar cruelmente...

Entre Rosas y EspinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora