Cap. XIX - Punto de Quiebre

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Luca

«No había sido su culpa»

Esas eran las palabras que Luca se repetía una y otra vez a lo largo de toda la semana. Simplemente no había sido su culpa.

La biblioteca del Palacio Real se encontraba como siempre, lóbrega y claustral; nostálgica. Verdaderamente no entendía por qué se había confinado a este espacio los últimos días, quizás porque sabía que era el único sitio en el cual podía estar realmente sólo, solo aquí podría pensar en todo lo que había estado pasando.

Las clases con la Princesa habían disminuido casi hasta desaparecer; desde aquella noche en la cual se quedó esperando por largo rato que el amor de su vida se divisara en la lejanía para acompañarlo a un encuentro que había preparado con tanto ahínco. Recordaba cómo lo único que llegó a su encuentro fue la soledad y el frío, cómo se preguntaba incansablemente qué era lo que había pasado, qué era lo que había fallado. ¿Acaso no había visto la nota en el libro que le había dado? ¿Acaso alguien la había descubierto intentado salir a altas horas de la noche? ¿Por qué lo había dejado abandonado ante la intempestiva oscuridad que poco a poco le fue carcomiendo el alma?

Y una vez más se repetía: No había sido su culpa.

Dos días después del incidente, la Princesa había arribado a lo que había sido su única clase en toda la semana y le había explicado toda la situación. Al principio le costó un poco creerle, no había sido fácil para él rondar la idea de que quizás para ella todo lo que estaban viviendo no era tan importante como para él, pero luego de varios minutos de conversación entendió la realidad. La Familia Real había sido invitada ese mismo día por la mañana a una cena en la Mansión de los de la Torre; para hablar sobre el... Sobre el compromiso de la única mujer que había sido capaz de robarle el corazón. Ella no había tenido alternativa, no había tenido más remedio que corresponder a la cita; y no había encontrado ningún medio para comunicarle a él lo sucedido.

Luca recordaba cómo su corazón casi se salía de su pecho cuando Elizabeth le relató el momento en el cual pensaba escaparse de la cena y había sido descubierta por la «amigable» invitada, Penélope Burgos. Una mujer en la cual precisamente no confiaba mucho.

En ese instante Luca supo que el momento que más había temido estaba a solo pocos pasos frente a sus ojos. Aunque él y la Princesa se amaran como nadie ha sido capaz de amar jamás, ellos debían entender, o mejor dicho; aceptar, que lo que ambos sentían era prohibido y que tarde o temprano el momento en el cual ella tuviera que entregarse a Rafael de la Torre llegaría y él no podía hacer nada contra ello.

Él nunca pretendió acabar con la vida de su amada, ella era una Princesa, había sido criada con lo mejor, tenía un título y un feudo que representar. Mientras que él seguía siendo un prófugo, un prófugo que debía de guardar las apariencias para resguardar a su madre, a aquella mujer que lo había dejado todo por él. Además no se sentía capaz de fragmentar la confianza y buena fe que el Rey Eduardo había depositado en él. En estos meses que había estado trabajando en el Palacio el Monarca lo había aconsejado grandemente, lo había ayudado, se había vuelto casi una figura paterna.

Y ese pensamiento trajo a la mente el recuerdo de su difunto padre, Ulises Santos; un hombre guerrero, su ejemplo y admiración. ¿Él estaría orgulloso de cómo estaba llevando las cosas?

La vida del joven profesor se encontraba en un cruce de caminos que le cegaban la visión; y eso sin contar la reciente impresión que tenía de que el príncipe Antonio Bernabé desconfiaba de él. No entendía el por qué, pero hace varios días lo había atajado en una serie de preguntas que ―disfrazadas por su título― tenían un trasfondo, debía ser mucho más cuidadoso, era eso o perder todo esto que él y su madre habían conseguido.

Entre Rosas y EspinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora