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Alex.

Era un radiante viernes por la tarde, el sol comenzaba a caer y lo que quedaba de una tarde cálida se esfumó entre las heladas brisas de la noche consiguiente. Alex llegó a su casa tras un suspiro agotado, dejó su mochila y se dispuso a.preparar café, se sentía ahogado, cansado, y triste. Ir a trabajar era la peor tortura que podía sentir, y más cuando Jamie se veía tan bien, sin ningún rastro de nostalgia en sus ojos, o de alguna tristeza aparente. Poco a poco Alex intentaba olvidarse de él, aunque habían pasado tantos años juntos que ahora no tenerlo le dolía en demasía. Ir a estudiar ya no lo motivaba tanto como antes, por lo que había asistido a un examen sin estudiar previamente. Los días anteriores habían sido horribles y no siquiera había tenido ánimos para abrir algún libro.
Cargó su taza hasta el tope y prendió un cigarrillo. No sabía en que momento sucedió, pero ahora llevaba una caja en su bolsillo siempre. Se sentía tan vacío, tan incompleto... Como si su totalidad dependiera de alguien...
Entonces sus pensamientos fueron interrumpidos por el timbre, y tan sólo bastó mirar a su alrededor para saber de qué se trataba.

-Hola.

-Tu gata destrozó todos mis suéters -Alex entreabrió los labios para disculparse, pero antes de que pudiera decir algo, Miles continuó-. Nada de lo siento esta vez, niño...

-Podría comprarte unos nuevos -dijo Alex, sintiéndose mal de verdad.

-No, quiero que me acompañes a comprarlos -dijo y dejó a la bola de pelos gris en el piso. Lo mismo de siempre.

-Claro, yo te los compraré.

Miles rodó los ojos y se dirigió al elevador, antes de subir dijo: -Quiero que estés en el portal en diez minutos.

El moreno miró a su gata entrar a la casa y suspiró. Quizás su estadía se hiciera una pesadilla gracias a ella. Tal vez debería pensar en dejar todas las puertas y ventanas cerradas. Tomó su abrigo, algo de dinero y salió, no sin antes alimentar al felino gris.
El enfado podía notarse en sus ojos, y Alex se sentía tan apenado que ni siquiera quería alzar la mirada para no cruzarse con la suya. Ahora caminaban hacia el centro comercial, el cual no quedaba muy lejos para su suerte. El silencio era ensordecedor y el frío era tan fuerte...

-Miles, en verdad lo siento -dijo de repente.

-No lo sientas, no estoy enojado contigo. Sólo necesitaba compañía -Alex se relajó al oír aquello, y una pequeña sonrisa se asomó por sus labios. -Últimamente no he parado de pensar en que no tengo a nadie a mi lado, y en que tal vez, si llegara a morir nadie se enteraría.

Alex prendió un cigarrillo, le dio una larga calada y se lo dio. -Solía pensar lo mismo, pero la vida es demasiado corta para dejar las cosas que no nos gustan como están. Quiero decir... Si puedes cambiarlo, hazlo. Puedes cambiar eso; sal, consigue novia, conoce gente, haz amigos.

Miles lo miró con una media sonrisa en los labios. -Eres demasiado inteligente para ser un niño.

Entonces el ceño fruncido regresó, y Miles se rió disimuladamente ante el infantil actuar del menor. Ahora estaba con el ceño fruncido, los brazos cruzados y el caminar pesado. De algún modo, le gustaba aquella actitud que tenía al enojarse, era lindo.

-Si te portas bien te compraré una paleta -prometió divertido. Alex soltó un bufido y entró a la tienda en la que Miles se había detenido.

Allí escogieron varios suéters. El mayor dijo que iba a probarse cada uno de ellos, y le pidió a Alex que le diera el visto bueno de ellos, por lo que ahora se encontraba sentado en un pequeño sillón frente al probador en el que se encontraba Miles Kane. Seguía enfadado, pero más con él mismo por no defenderse o por lo menos dejarlo pasar, porque sabía que era una broma pesada por parte del mayor, pero aún así se enfurecía. Minutos después la puerta del vestidor se abrió, y Miles se miraba en el espejo con una sonrisa torcida. Le quedaba bien, el cuello era lo suficientemente abierto como para que los huesos de sus clavículas se asomaran por debajo de la tela. Se veía bien, y no podía negarlo. Tampoco podía dejar de mirarlo con detenimiento.

-Éste me gusta, ¿qué te parece a ti? -preguntó, girando sobre sus talones. Dándole una vista completa de la prenda amoldada a su delgado cuerpo.

Alex pasó saliva, y sus mejillas se sentían calientes. -Se ve bien.

Ahora caminaban rumbo a casa con un par de bolsas en las manos. Miles le había obligado a probarse un suéter gris, bastante grande para su pequeño cuerpo, pero lo hizo, y en cuanto se lo vio puesto, le aseguró que se lo compraría a modo de regalo. Así que una de esas tantas bolsas era suya.

-Gracias por la compañía -murmuró antes de entrar a su departamento.

-Gracias por el suéter -le contestó antes de que cerrara la puesta por completo. Alex suspiró en cuanto entró y de pronto se sintió vacío. Y confundido. Y es que pasar la tarde en compañía no era algo de su día a día. Quería estar más tiempo junto a él, porque aunque fuera malhumorado y una persona de pocas palabras, comenzaba a agradarle. Y hubiera deseado decirle que se quedara un rato con él, aunque sea para tomar té. La gata apareció en su campo visual y sonrió un poco.

-Estás causándome muchos problemas, Mimi -susurró. Y, en definitiva, era a causa de ella que ellos habían comenzado a tener intercambios. Alex sabía que Miles era el problema más grande. Alex sabía que debía mantenerlo alejado. Pero quería y deseaba tenerlo malditamente cerca.

Se colocó sus zapatillas, y sin molestarse por atarse los cordones, tomó su chaqueta y abrió el ventanal del balcón. Era de noche, y hacía mucho frío, y estaba casi desesperado por volver a verlo... Su gata ronroneaba entre sus pies, casi implorando algo de atención, pero el muchacho sólo podía observar en una dirección, esperando que él apareciera con un cigarrillo entre sus labios, y una mirada que no era ni cálida ni fría, sólo indiferente. Asomaba su cabeza cada dos segundos, esperando encontrarlo una vez más. Sencillamente se había transformado en una parte de su rutina diaria.

-¿No deberías estar durmiendo ya? -se sobresaltó ante la repentina aparición del mayor, pero lo disimuló bastante bien.

-Tú también.

El mayor sonrió un poco. -Las noches no están diseñadas para descansar en mi caso...

-¿Y qué te hace creer que las mías sí lo están?

-No lo sé -dijo, mirándolo a los ojos por primera vez-. Eres un simple adolescente, Alex.

-Suenas como un adulto -río.

-Lo soy -dijo exhalando el humo de su cigarrillo.

-No, no de esa manera... Suenas a mis padres...

Miles arqueó una ceja. -¿Crees que podría ser tu padre, quizás?

Alex se sonrojó, por el doble sentido en la oración del mejor. Aunque posiblemente sólo era él y su retorcida cabeza. -Creo que no me estoy explicando bien.

El mayor asintió sin convencerse del todo. Miró al la pequeña bola de pelos y sonrió. -Por lo menos tienes buena compañía, Alex.

Quiso decir que en realidad su mejor compañía era él, pero las palabras se quedaron rebotando en su cabeza, y de su boca no salió otra palabra. El mayor acabó su cigarro y entró a su departamento sin siquiera despedirse.

-Espera -medio gritó.

-¿Qué pasa, pequeño?

-Quédate -susurró ignorando por completo como lo había llamado, ignorando por completo el humillante hecho de que sus mejillas estaban completamente rojas.

-¿Por qué? -preguntó, y era obvio que estaba probándolo.

-Porque me agrada estar aquí, contigo -comentó.

El mayor soltó una risita y se acercó al barandal que los separaba. -Creí que me odiabas lo suficiente como para no tolerar estar compartiendo el mismo oxígeno.

-Eso es...

El castaño interrumpió. -Infantil, sí. Por eso.

-No soy un niño, Miles. Tengo veintiún años.

-Para mí lo eres -señaló-. Tu estatura, tu actitud, tu timidez. Pareces de quince años en realidad.

-¡Maldita sea! ¿Qué debo hacer para que dejes de creer que soy un maldito niño? -chilló.

El mayor mordió sus labios procurando no sonreír, pero falló miserablemente. -Ven aquí y bésame.

balcony › milexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora