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Alex.

-¡Feliz cumpleaños!

Cumplir años no era algo que lo entusiasmara demasiado, le daba cierta melancolía pensar en que los años se consumían mucho más rápido de lo que le gustaría. La secundaria había terminado en un abrir y cerrar de ojos, y ya estaba cursando el primer año de universidad y tenía un trabajo estable, aún así, no podía alquilar un departamento donde pudiera vivir solo y más cómodo, pero en cuanto consiguiera un trabajo mejor o tan sólo el título, se iría de la casa de sus padres. No le molestaba vivir con sus padres, de hecho le gustaba, pero sentía que debía comenzar a vivir independientemente de su familia.
Abrió los ojos con cansancio y malhumor, era demasiado temprano para salir de la cama, y sus padres habían irrumpido en su habitación para desearle un feliz cumpleaños.
Su madre, Penny, sostenía una pequeña caja entre sus manos y su padre la abrazaba por los hombros con una sonrisa de orgullo.

-¿Qué hora es? -preguntó en medio de un bostezo y enterró su rostro en la almohada.

-Oh, cielo, eso no importa, es tu cumpleaños... -dijo su madre y se sentó en el borde de la cama. -Abre tu regalo.

Alex fregó sus ojos un poco y tomó entre sus manos la pequeña caja que su madre y su padre le habían dado. Una pequeña y brillante llave se encontraba en la caja y alzó las cejas sorprendido. -¿Qué se supone que es esto?

-Las llaves de tu nuevo departamento, hijo -explicó David.

-Oh...

Quisiera haber puesto más entusiasmo, pero su reacción fue tan fría como el invierno en el que se encontraban. Besó la mejilla de su madre y abrazó a su padre tiempo después. Obviamente les agradeció la molestia que se habían tomado, pero aún así guardó las llaves en su mesa de luz y se dirigió a su baño. La emoción de cumplir años carecía, y realmente no entendía qué era, pero odiaba cumplir años, y con el tiempo el odio se hacía más y más profundo. Y sí, quizás le hubiera gustado un regalo más tradicional por parte de sus padres, un suéter o un par de zapatos nuevos, pero no, resultó ser un regalo muy caro y algo que no necesitaba en ese momento.

Se despojó de su ropa y abrió la llave de la tina. Quizás un baño de inversión no le vendría mal para empezar el día con más calma... Además aún era temprano, debía salir de su casa a las diez y quince y apenas eran las ocho y veinte. Se sumergió en el agua caliente y se relajó todo lo que pudo. Tal vez su amigo quisiera verlo por su cumpleaños, o tal vez no... Matt solía ser amigable esporádicamente. Quizás sólo debería salir por su parte a algún bar. O no, tal vez debería festejar solo en su nuevo y vacío departamento.

-Hey, Al -saludó Jamie entrando a la cocina, pillándolo mientras intentaba servirse un café antes de continuar con su trabajo-. Feliz cumpleaños -ignoró su comentario exitosamente, aunque era realmente difícil oír su voz constantemente y poder olvidarlo. Por el rabillo del ojo pudo ver como se pasaba las manos por el cabello con frustración, y más tarde soltaba un suspiro cansado-. Te extraño.

Alex se giró y lo miró a los ojos, expectante, esperando que dijera algo más que lo hiciera cambiar un poco de opinión, o por lo menos evaluar si valía la pena terminar con él en mejores términos. Se miraron a los ojos durante unos segundos. Los orbes azules de James parecían tan cautivadores como la primera vez, y Alex temía volver a quedar bajo el hipnotismo de aquellos. Tras algunos segundos, en los cuales las palabras se habían quedado estancadas en la garganta del ojiazul, Alex rodó los ojos y salió del lugar para emprender rumbo a la oficina una vez más, Jamie intentó frenarlo, pero al fin y al cabo sabía que no habría vuelta atrás.

Miles.

A penas podía mantenerse de pie, se encontraba demasiado ebrio como para regresar en su auto, por lo que caminó hasta la esquina del pub al que había asistido esa noche y se subió al primer taxi que frenó. El camino fue particularmente incómodo ya que la rapidez a la que iba le daban ganas de sacar la cabeza por la ventana y vomitar todo lo que había bebido, sin embargo se aguantó hasta que llegaron al edificio. Le dio un par de billetes arrugados al chofer, y como pudo, se bajó. Arrastró sus cansados pies hacia el portal e introdujo la llave en la cerradura. Su entrada había sido exitosa esa noche.

El inquietante sonido de papel quemándose entre sus dedos lo relajaba un poco, pero no tanto como deseaba, llevó el cigarro a sus labios y le dio una calada tan larga que sintió que todo el estrés acumulado se deshacía a la vez que exhalaba el humo. Se relajó en la silla de madera firme y antigua, para mirar el techo del departamento mientras seguía alimentando su mal hábito. El silencio lo aturdía y la poca oscuridad -de lo que un tiempo atrás fue una madrugada llena de alcohol e intentos fallidos de ligar con lindos muchachos- lo escondía. No se sentía bien, pero tampoco se sentía mal, quizás sus encantos ya no fueran los mismos que poseía años atrás, su edad se notaba, e incluso se sentía más viejo.
Salió al balcón del departamento y se asomó por la barandilla de hierro. No se podía ver mucho más que un pequeño y tranquilo barrio de Londres descansando. Su reloj marcaba las cinco de la mañana y su estómago comenzaba a rugir de hambre. Exhaló el humo de su cigarrillo y cuando estaba a punto de entrar nuevamente a dejar la colilla en el cenicero, un ruido proveniente del balcón contiguo lo asustó. Había un joven sentado en una silla de jardín junto a un pequeño y bonito gato gris. Ojos grandes, cabello largo y oscuro, y notables signos de pubertad. El muchacho lo miró con vergüenza, y él se limitó a levantar su mano en un vago gesto cortés.

-Bienvenido -dijo después. Estaba casi seguro que era su nuevo vecino, el cual había hecho un gran ruido e interrumpió una de sus siestas.

-Gracias.

Arrastró sus pies hacia el interior, y terminó con la vida del cigarro, se tentó a prender otro, pero ya había sido suficiente, ya había sido demasiado por el día de hoy.

Sus ojos se abrieron cerca de las dos de la tarde, le dolía la cabeza de una manera insoportable. Quizás debería resignarse de una vez por todas y dejar de hacerse tanto daño con el alcohol todos los fines de semana. Salió de la cama como pudo, intentando no moverse bruscamente para que el dolor no se intensificara, pero aún así, hasta parpadear le dolía. Se dirigió a la cocina y abrió la heladera para servirse un vaso de agua helada, en el proceso se llevó una pequeña sorpresa. Un pequeño gato gris ronroneaba sobre la encimera. Era el gato de su nuevo vecino, y aunque quizás hubiera olvidado unas cuantas cosas de la noche anterior no podía olvidar era el pequeño felino que sostenía su nuevo y joven vecino. Terminó su vaso de agua y tomó entre sus brazos al animal para seguidamente ir a regresarlo. Se echó un vistazo antes de salir en el espejo de la sala, y al encontrarse medianamente presentable, salió de su departamento. El instante de tocar el timbre, el muchacho abrió la puerta, llevaba un pijama que consistía en pantalones rallados y una camiseta blanca muy holgada.

-Hola -dijo él, y una timidez enorme denotaba en su voz.

-Encontré a tu gato en mi cocina -dijo, con una media sonrisa.

-Oh, lo siento mucho, suele escapase todo el tiempo. Ven aquí, Mimi -murmuró y el felino regresó a los brazos de su dueño, y una sonrisa de ternura brotó de los labios del mayor-. Gracias por devolverla.

-No es nada.

Un silencio incómodo se creó, el mayor miraba a la gata -ahora sabía que se llamaba Mimi- y el menor sólo evitaba el contacto visual, incómodo. El menor carraspeó y dijo: -Debo seguir acomodando mis cosas... -dejó la frase en el aire, esperando saber su nombre. Y sabía que lo había despertado al tocar el timbre, podía deducirlo por su rostro de adolescente adormilado, y su pijama lo dejaba en evidencia.

-Miles, Miles Kane.

-Soy Alexander -dijo y estrecharon sus manos con un poco de frialdad.

Quisiera haberle dicho que podía pedirle lo que necesitara, pero él no era la clase de persona amable, y gentil, mucho menos con personas que acababa de conocer. Aunque a decir verdad, conocer era una palabra muy grande, ellos sólo se habían visto casualmente un par de veces. Luego de despedirse, justo cuando creía que nadie podía ser más descortés que él, el muchacho cerró la puerta en sus narices. Frunció el ceño y rodó los ojos con frustración. Era un niño, ¿qué podía esperar de él?

balcony › milexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora