―Te carcomen los celos ―farfulló.

Monserrat se giró para ver a su novio y encontró en sus ojos el brillo de la diversión y el orgullo tan característico que tenía cuando la miraba, y los ojos de la mujer se aclararon de inmediato.

―¿Sabes qué, "querida"? ―se volvió a la ex―. Ándate, eres patética, pelear por un hombre que dejó de amarte hace tanto tiempo.

―¿Cómo sabes que dejó de amarme hace tanto tiempo? Tu noviazgo con él acaba de empezar, lo conoces de nada.

―Para ti, que no perteneces a nuestro círculo de amigos, crees que lo nuestro comenzó hace poco, pero te equivocas.

―¿Ah, sí?

―Sí, lo nuestro comenzó hace mucho tiempo y por eso confío plenamente en el amor de mi prometido.

―¿No dijiste que eras taaaan celosa?

―Sí, pero no por él, me molestan las mujeres que prácticamente se desnudan frente a él para que las tomen en cuenta, porque su cuerpo es lo único que tienen. Son patéticas. Aunque, como te dije antes, de ti no siento nada, no me rebajaré a tu altura, mucho menos con lo raquítica que eres.

―Soy modelo y tengo el cuerpo perfecto, no como tú, que poco te falta para ser una bola de grasa.

―¡Basta, Elena! No permitiré que insultes a mi prometida ―intervino Sebastián.

―¡Ella me insultó primero y tú no hiciste nada!

―Porque no me interesa defenderte, sal de aquí o llamaré a seguridad.

―¿Pasa algo malo? ―Pierre se acercó a donde estaba la pareja y Elena.

―Sí ―respondió con seguridad, Monserrat―, quiero que esta mujer, o salga de este lugar o al menos se aparte de nuestra mesa. Nos está molestando.

Elena se la quedó mirando con la boca abierta, jamás se hubiera imaginado que Monserrat haría eso, esperaba que respondiera que no había problema, eso hacía la gente educada, ¿no?

―Elena... ―le habló Pierre.

―Eres una maleducada.

―Tú nos interrumpiste y te sentaste con nosotros sin permiso y sabiendo que nos estorbabas, ¿y la maleducada soy yo? Eres una malcriada, pretensiosa e idiota mujer, no nos molestes, porque ya lo ves, yo no tengo pelos en la lengua para decir lo que pienso ni para pelear por lo que es mío.

―¿Tuyo? Mira, im...

―Nos vamos ―intervino Sebastián.

―Elena, sal de aquí, ya te dije que no toleraré más tus desplantes ―sentenció el hombre.

La mujer se levantó, furiosa con Monserrat y salió a toda prisa del local.

―Disculpen este mal rato ―rogó el hombre―. ¿Cómo los puedo compensar?

―No es tu culpa, Pierre ―aseguró Sebastián.

―No se preocupe ―confirmó Monserrat―. Ya se fue, con eso es suficiente.

―Monserrat, escoge un diseño para ti, por cuenta de la casa.

―No se preocupe, ya se lo dije. Me llevaré un par de vestidos, sí, pero los pagaré yo.

―Ahí están marcados, nos iremos, estamos cansados y tenemos otro compromiso más tarde.

―Claro.

―Mañana los pasamos a buscar.

―Si quieres te los envío al hotel.

―Te lo agradecería.

Quiero estar contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora