Capítulo 6

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Las noches sucesivas a mi cumpleaños, fueron un verdadero infierno. Las pesadillas habían vuelto. Ya no eran las de siempre, donde el sol tostaba mi piel y la de mis compañeros en las trincheras, mientras cargábamos pesadas armas y un uniforme militar. Donde eran atacados, y trataba de sanar sus heridas supurantes. Cuando el olor a sangre fresca y tierra era común, así como ver sus rostros contorsionados por el dolor, muriendo frente a mí. La guerra ciertamente había acabado con un poco de mí, esa parte que creía en un mundo de paz, esa esperanza sin fundamento se había marchitado hace ya mucho tiempo, dejándome dolorosos recuerdos.

Ahora, Sherlock era el protagonista de mis penas, y no podía hablar con él sobre lo que hacía que me despertara sudando en frío todas las noches, respirando agitadamente. ¿Cómo iba a decirle que soñaba que él moría? Diario moría en mis sueños, de forma distinta, pero siempre terrible. Y en todas yo estaba ahí, sin poder hacer nada, impotente. Dicen que los sueños representan nuestras mayores preocupaciones. Supongo que tengo miedo a perderlo.

Los casos importantes empezaron a llegar a nosotros después de recuperar la obra de Turner. El banquero secuestrado, la captura de Peter Ricoletti, entre otros. Tanto trabajo tenía mis nervios hasta el límite, pero también había buenos momentos, como cuando le obsequiaron a Sherlock aquel gorro de cazador, que a él le pareció ridículo, pero yo creo que es encantador.

Incluso, una mañana me desperté antes que mi amigo, y me dediqué a la tarea de husmear un poco en su habitación, con el objetivo de encontrar ese gorro. Cuando Sherlock despertó, en un segundo se dio cuenta de lo que había hecho.

-Sé porque lo tomaste- me dijo, algo fastidiado- Te lo he repetido muchas veces, John. No me lo pondré.

-Oh, sí que lo harás- repliqué

- ¿Por qué? ¿Es el día de los sombreros ridículos? Porque en ese caso ayer vi uno feo y anticuado que te quedaría bien.

-Porque te ves apuesto con él.

Sherlock embozó una sonrisa, que se apresuró a cambiar por una expresión seria y arrebató el gorro de mis manos en un movimiento de suficiencia.

Se encaminó hacia la chimenea, para verse en el espejo que se encontraba colgado arriba.

Yo me senté en el sillón y tomé uno de los periódicos que se encontraban caóticamente desordenados en la mesa de centro.

- "Cerebrito" Sherlock Holmes resuelve otro caso- mencionó Sherlock, mientras lanzaba un periódico a la mesa.

-Todo el mundo tiene uno- comenté

- ¿Qué?

-Un apodo de tabloides. - vi los titulares de un periódico- "Su-bo" feo apodo. No importa, pronto tendré uno.

-Página cinco, sexta columna, primera frase. - dijo Sherlock. Luego tomo el gorro con una mano y le golpeó con la otra- ¿Por qué siempre la foto con el sombrero? - se quejó.

"Porque les gusta- pensé- Y no solo a la prensa"

Luego busqué la página que Sherlock comentó. "Solterón" ¡Frecuentemente visto con el solterón John Watson! Definitivamente esto era demasiado. Y Sherlock seguía examinando y jugando con el sombrero: "¿Por qué tiene dos frentes?" "¡Frisbee de la muerte!"

La razón por la que a mí me gustaba tanto, es que ese gorro era fuera de lo común, como algo único que lo puede distinguir de los demás: todo héroe debe de tener algo que lo identifique. Y Sherlock, aunque lo negara, se había convertido en eso. "El héroe de Reichenbach".

La prensa empezaba a poner su atención en él, y aunque comenzara a recibir el reconocimiento que bien merecido tenía, me preocupaba. Porque hay límites, y los periodistas metían sus narices en nuestros asuntos. Tenía que ser un guardián: proteger a Sherlock tanto de esa gente peligrosa cuyos sucios crímenes aclaraba, y de la igualmente peligrosa atención indeseada, que podía volverse en su contra en cualquier momento.

Pero a Sherlock le eran indiferentes los medios. Me decía una y otra vez que mi preocupación no tenía razón, que, como cualquier moda pasajera, se olvidarían de él con el tiempo. Aunque, debo decir que también lo veía tan estresado como yo. Un día, cuando regresé del trabajo, vi fugazmente como apagaba un cigarrillo a mi llegada y lo escondía. Por más que luchaba por dejarlos, siempre se refugiaba en ellos cuando la ansiedad llegaba. Fingí no haberlo visto, ser el tonto distraído de siempre que no sabe que es lo que sucede.

Y no, no creía que fuera por el trabajo. A él le fascina resolver los casos... era...era algo más.

También otra cosa que me parecía particularmente sospechosa, era que Mycroft lo visitaba con más frecuencia. Nunca cuando yo estaba ahí, claro. La señora Hudson era quien me avisaba. Su fraternidad no mejoraba con las visitas, al contrario, Sherlock parecía detestar a Mycroft más que nunca.

Tomé una ducha para refrescarme un poco, y seguir analizando los periódicos. Cuando salí, Sherlock ya había montado la escena del crimen de un supuesto suicidio, y examinaba muestras en el microscopio.

Entonces, su celular sonó.

-Yo contesto, ¿sí? - mencioné y tomé el teléfono.

Al leer el mensaje, sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Un vacío repentino, un nudo en la garganta, un miedo combinado con angustia inevitable... El corazón me dio un vuelco.

Él... Él había regresado. La única persona a la que Sherlock y yo temíamos. La única suficientemente inteligente y lunática como para hacer nuestra vida pedazos.

"Ven a jugar. Tower Hill- Jim Moriarty."

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