Capítulo 9

137 14 6
                                    

Era una sensación táctil. Un recuerdo de su tierna adolescencia. Algo que fluía como el agua entre los dedos, o como un fino hilo que puede romperse con tan solo tocarlo. Era el comienzo de algo, un caudal de sucesos que emergían en menos de un segundo, o quizá el final de un todo.

— Espere un poco, pronto estará listo su pedido — Dijo el empleado desde el mostrador, dedicándole una sonrisa tranquilizadora.

Ella respiró hondo, sorprendida, cuando las palabras de aquel joven la despertaron de aquel abismal trance que la mantenía atada a los recuerdos de su pasado. Dio un respingo y parpadeó desconcertada al contemplar al muchacho señalando un lugar.

En aquella cafetería, casi podía sentirse el calor del café combinado con el aire fresco que propiciaba el aire acondicionado del lugar. La tarde de verano junto con su clima cambiante, quedaba por debajo de aquel ambiente tan agradable que se palpaba en cada rincón del sitio. El aroma exquisito de un buen café aunado a las deliciosas donas y un amplio selectivo de panes resguardados detrás de una pequeña cristalera. No tenía el aspecto de otras muchas cafeterías que había visitado. Las paredes estaban cubiertas de fotografías a color y el suelo decorado con plantas y maceteros.

— Estimada amiga, si lo desea, puede sentarse. En tanto esté listo su café, haré que el mesero se lo entregue.

— Entiendo— Respondió lentamente, sin apartar la mirada de aquella mesilla.

Nariz respingada, ojos grandes y claros, cabello desarreglado y rostro salpicado por manchas marrones. Vestía de forma sencilla pero elegante, con el típico mandil de empleado y unas mangas que parecían ahogar sus muñecas y esconder los dedos. Algo mayor, de quizá veinte años de edad. Avivado y cansado, como un caballo a punto de colapsar que continúa galopando.

Tomó asiento justo al lado de una vidriera que daba a la calle. Las personas caminaban aturdidas, sin preocuparse por el resto, egoístas en su camino. Con cierto aire de fastidio frotó los ojos. Su atolondrada mente parecía trabajar en contra suya. Habría apostado que ese día no le volvería a inundar aquella melancolía que la acorralaba en un laberinto de absoluto vacío. ¿Y si realmente es necesario dejarlo ir? Enemigos al primer contacto, amigos con el tiempo, enamorados al final. Tal vez le inquietaba la posibilidad de que después de muchos años su nombre perdiera valor y significancia. O quizá, que otro osará en penetrar y encarcelar su respiración. Era evidente que no deseaba olvidarlo. Pero su corazón, se ponía a hibernar cuando pronunciaba sus iniciales.

En aquel momento, una voz sacudió los pensamientos de la joven. Sonaba sin lugar a dudas como una chillido algo familiar. No se le había escapado que en aquel ruido, se ocultaba también amabilidad y bochorno. Cada vez más intrigada, fue girando su rostro en dirección a la fuente de la voz.

— Dichosos los ojos que te ven — ella se volvió.

— ¿Pero qué dices?— respondió, ligeramente ofendida.

Sin importarle lo que pensaría su contraria, el joven tomó asiento justo enfrente de ella, mientras aflojaba el nudo de la corbata que recorría en su blanca camisa de mangas.

Sakura dio un paso atrás, moviendo su asiento y mirándolo con el ceño fruncido. Mamoru la ojeaba con afabilidad y diversión. Alto, fornido y notablemente latoso y cargante. Sus cejas ligeramente pobladas, protegían sin embargo unos ojos verdosos que lo recorrían con un aura de gentileza.

— Oh, ya entiendo — murmuró el joven un tanto decepcionado. — Resulta que no eres exactamente lo que creía que eras.

Ella parpadeó confusa. — ¿Cómo dices?

El joven se plantó erguido y le tendió la mano con simpatía y naturalidad. —Encantado de conocerte. Me llamo Mamoru, y tú debes de ser Sakura.

EL AMOR DE SAKURADonde viven las historias. Descúbrelo ahora