Y, bueno, Beca normalmente se pasa las reglas por el forro. Pero no cuando se trata del destino. En ese caso, respeta el orden natural de las cosas y lo acepta con mayor o menor grado de satisfacción.

No hace falta aclarar que ver que lo suyo con Chloe no tenía futuro, le causó más bien poca satisfacción.

Eventualmente, la morena desarrolló un pequeño juego con el tema. Creía que, si era capaz de bromear consigo misma sobre ello y tomárselo a risa, significaba que lo estaba superando poco a poco. Aunque luego llegara Chloe, le sonriera, le diera un abrazo, y Beca volvía a estar en la casilla uno: terriblemente enamorada de su mejor amiga.

El juego consiste en lanzar una moneda al aire. ¿Una chorrada? Es muy probable. Por eso la DJ solo lo hace cuando las Bellas salen de fiesta y lleva unas cuantas copas encima, así el alcohol le nubla la voz de la conciencia y no tiene a ningún Pepito Grillo susurrándole al oído que está haciendo el ridículo. Si la moneda cae en cara, Beca no tiene que hacer nada. Pero, si por el contrario, la moneda cae en cruz, a la morena le toca mandarle un mensaje de texto a Chloe en el que confiese sus sentimientos.

Es arriesgado. Altamente arriesgado.

A Beca no le preocupa, sin embargo. Porque confía en el destino. Y si ya antes ha frustrado todos sus planes de llevar su relación con la pelirroja un paso más allá, está claro que va a seguir haciéndolo.

Porque no están destinadas a ser.

Además, como ya ha dicho, solo hace este tonto juego cuando lleva unas cuantas copas encima, por lo tanto, su percepción del riesgo no es la misma. Se siente invencible. Suficientemente poderosa como para retar al destino y reírse en su cara cuando la moneda cae del lado que se supone que tiene que caer y Beca sale ilesa una vez más. Tiene la impresión de que es la única vez que en verdad está en control del futuro.

No hay riesgo cuando ya sabes cuál va a ser el resultado, y después de hacerlo en todas las fiestas durante casi un año, la morena se sabe de memoria el dibujo de la moneda. No es artista, pero podría hacer un retrato del perfil de Abraham Lincoln con los ojos cerrados. Lo ha visto caer sobre la palma de su mano demasiadas veces.

- Oye, Amy, ¿tienes una moneda? - le pregunta a la australiana.

Beca ha rebuscado en los bolsillos de sus pitillos, pero no encuentra la que usa habitualmente. Supone que se le habrá caído en algún momento y ni se ha dado cuenta. Normalmente, para evitarse la vergüenza de pedir una moneda y tener que explicar exactamente para qué la quiere, si no tiene ella una, pasa de hacer el juego. Esta noche, sin embargo, se siente especialmente afortunada y, además, ha tenido un mal día, necesita tener el control de algo por lo menos una vez.

La rubia le da su Sex on the beach a la DJ para que se lo sujete mientras rebusca por su ropa.

- ¡Ah, ya sé! - exclama cuando recuerda algo.

Amy mete la mano por dentro de su camiseta y sujetador, y saca una moneda con expresión triunfante. Se la lanza a la morena con un guiño y un chasquido de la lengua. Beca, todavía con su capacidad motora inafectada por el poco alcohol que ha consumido, consigue cogerla con una sola mano y sin derramar ni una gota del cóctel de la australiana.

Le da un poco de asco porque, puaj, la moneda está caliente por haber estado en contacto con las tetas de Amy, pero tampoco va a rechazarla ahora que la rubia se ha molestado tanto en buscarla.

Siente la mirada curiosa de su amiga sobre ella mientras le da la vuelta a la moneda entre sus dedos para comprobar que sea verdadera y tenga los dibujos correspondientes a cada lado. Luego la guarda en su puño izquierdo, girándose para pedirle al camarero un chupito. El chaval que está al otro lado de la barra le regala su mejor sonrisa de conquistador, dándole la vuelta a un vaso pequeño y llenándolo hasta que rebosa tequila.

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