24. Penas eternas

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Asheleen observó el techo lúgubre y desgastado de aquel sótano. Tenía varios minutos llorando en silencio con los ojos clavados en el mismo sitio. Asheley hablaba y hablaba de cualquier cosa menos de lo que realmente quería escuchar. ¿Dónde estaba Ignacio? ¿Por qué habían hecho todo eso? ¿Cuál había sido la verdadera intención de colocar una foto de Ignacio en el anuario?

—Había una vez una pequeña niña que gustaba de correr por el bosque —dijo de repente la joven junto a ella, causando que Asheleen la oyese con atención.

»Siempre iba sola, porque su hermana, tan taciturna y petulante como nunca nadie, jamás quiso acompañarla. Hizo muchos amigos, ¡y vaya que los hizo! En el instituto siempre procuraba estar en grupos y conversar lo más que podía con todos; sin embargo, siempre existían algunos roces con ciertos mocosos que la llamaban "la niña salvaje", porque gustaba de muchas cosas que, las personas comunes, no aprobarían nunca.

Su gemela frunció notablemente el ceño y observó a la fémina desde el suelo mientras entrecerraba los ojos hacia ella, como tratando de decir algo sin poderlo expresar claramente en palabras. Sentía una extraña opresión en el pecho a la que no encontraba solución. Se dijo que debía ser el veneno y la toxicidad del humo, pues, como había dicho Anton, tenía un tiempo entrando en contacto con aquellos retazos de tela envenenada.

»Un día, durante el anuncio del campamento que ofrecieron para los graduandos, la muchacha estuvo allí, escondida entre la multitud, mientras anunciaban los promedios más altos que podrían asistir también, como premio por su arduo trabajo académico durante todo un año. Su hermana se encontraba junto a ella, pero como siempre, se mantuvo dentro de su hermosa burbuja, ignorando las ganas que ella tenía de ir, sobre todo, porque había alguien que quería ver.

Para estas alturas, Lena tenía una creciente sensación de desapego rondándole el pecho. Algo le decía que, lo que fuese que Asheley tuviese que decirle, revelaría mucho más de lo que ella había realmente tomado en cuenta cuando regresó a su ciudad natal.

»Ella, convertida en toda una adolescente, asistió a ese campamento y vio a quien quería ver. ¡No sabes lo mucho que quería a ese jovencito pecoso de ojos marrones! Y por supuesto, él la quería a ella; de esta manera, los dos se encontraban en el campamento cuando era muy de noche... hasta que en un momento, decidieron irse a una pequeña cabaña abandonada que quedaba a pocos metros de un cerco de amapolas.

Asheleen levantó la cabeza con los ojos como platos. La historia que estaba contando, no podía ser la de Asheley, era la de otra persona. Un gemido de terror le desgarró la garganta y la hizo titiritar contra el suelo. La otra mujer se detuvo un poco y pretendió sonreír con una desganada mueca que traía una premonición de horror.

»Pero como siempre, el cruel destino cae sobre el más desdichado. Aquellos muchachitos que vivían diciéndole "la niña salvaje", los siguieron hasta la cabaña, y otra chiquilla extraña a la que nunca había visto, se les sumó en su macabra travesura. Debía ser una de esas niñas que siempre andaban parloteando aquí y allá. Una perfecta estudiante con un promedio espectacular comprado por sus padres, quizás. 

Fragancia Mortífera ©Where stories live. Discover now