1. Fragancia a Jazmines

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¡Gracias a los que me dieron su opinión! Prometí actualizar rápido, así que aquí se los traigo. Un leve descanso antes del terror... 

Muajajaja.

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El repiqueteo del teléfono fijo la hizo quejarse entre el revoltijo de almohadas y sábanas, causando que levantara su mano y la hiciera caer de lleno sobre la bocina para intentar acallarlo. Sin embargo, al momento de lograr su cometido, su celular sonó junto a su oído haciéndola saltar de un respingón hacia el borde de la cama. La brillante luz parpadeante de la pantalla se burló de ella en medio de la vibración, mientras Asheleen solamente atinaba a restregarse los ojos con una flojera estratosférica.

¿Y ahora, qué?; se preguntó con el pensamiento, luchando en una cruenta batalla contra el sueño.

Tanteó la cama con su mano libre y contestó el molesto aparato con una actitud airada, casi como si estuviese lista para gritarle a quien quiera que estuviese al otro lado de la línea.

—¿Quién? —preguntó con tono desdeñoso.

El hombre al teléfono lanzó una animada carcajada.

¡Caramba!, ¿estas son horas de despertar? —cuestionó tiñendo la voz de humor.

Asheleen frunció el ceño con extrañeza y observó el reloj analógico de la mesita, dándose cuenta de la terrible hora a la que se había levantado. ¡No podía ser cierto! ¡Estaba llegando tarde a la sesión!

Con un ágil salto, la muchacha bajó de la cama y corrió hasta el baño lanzando una infinidad de improperios dirigidos a nadie en particular.

—¡Demonios! ¡¿Por qué no me llamaste hace una hora y media?! —chilló colocando la bocina en altavoz.

No pensé que habías pasado tan mala noche. —Admitió con pesar —¿Saliste muy tarde del club? —siguió cuestionando.

La mujer se encontraba haciendo malabares sobre el lavamanos para tratar de peinarse y cepillarse al mismo tiempo.

—Me tocó hacerles fotos a un montón de niños ricos, ¿crees que me convertí en especialista para eso? —Logró refunfuñar antes de escupir.

No del todo —espetó él para luego silenciarse en el acto. Asheleen fulminó el celular con la mirada —. Sé lo que acabas de hacer. No me mates, no fue mi intención. —Rió.

La fémina hizo un ademán mientras se enjuagaba la boca, no obstante, antes de poder reclamar algo más, el sonido de objetos cayéndose uno tras otro a través de la bocina la hizo cerrar la los labios con las cejas bastante elevadas.

—¿Estás bien? —inquirió en un murmullo que hizo eco en las cerámica de las paredes.

Lo estoy, no te preocupes —dijo sonando un poco fatigado —. Fue Sirius; acaba de tirar al suelo mi portátil, mi maceta de jazmines, mi estuche de acuarelas y mi torre de naipes. —Suspiró y ella lo escuchó arreglar poco a poco su desorden —. Te llamo luego, ¿vale?

—Vale. Te quiero —soltó ella en un ramalazo de tranquilidad.

Yo a ti.

Asheleen escuchó el pitido del corte y se masajeó las mejillas para enrojecerlas. Estaba empezando a odiar esa cara pálida suya día con día, y si seguía acostándose tarde a causa de los contratos para fiestas de gente que tenía más dinero de lo que ella tendría en su vida, entonces iba a quedar peor que una mugrienta muñeca de trapo abandonada.

¡Bingo, Lena!; se dijo a sí misma con socarronería antes de tomar el celular y dirigirse de nuevo hacia la habitación a toda velocidad.

Aún sentía el cabello húmedo de la ducha que había disfrutado hace al menos tres horas atrás.

Rebuscando entre la cómoda, la mujer se decantó por una sencilla chaqueta de cuerina roja y unos jeans desgastados que habían llevado más uso de lo que podía recordar; no obstante, en cuanto se dispuso a colocarse los pantalones, el teléfono fijo volvió a sonar. Ella resopló con humor, poniendo en tela de juicio la vida de su pareja.

¿Ahora qué se le olvidó?; rodó los ojos con diversión y contestó con la prenda a medio poner.

—¿Ahora qué se te olvidó? —Abrió la gaveta y sacó un par de zarcillos de media luna.

¿Hablo con Asheleen Vergnani? —inquirió una voz desconocida.

Sus ojos se abrieron en sobremanera mientras miraba hacia el mesón de la sala. Se suponía que el otro teléfono inalámbrico estaba especialmente dispuesto para los trabajos, ¿cómo es que ese cliente había ido a parar a su línea personal?

—Con ella habla, pero me temo que ahora no puedo aten...

¡Al fin te encontré! ¡Gracias a Dios! —exclamó la voz femenina con exaltación.

Asheleen no recordaba otro caso en el que alguien se escuchase tan aliviado de encontrarla.

—Perdón, ¿es un trabajo urgente? —siguió ella con el entrecejo fruncido.

Oh, perdón, mi nena. —Se disculparon del otro lado —. No sé si te acuerdas de mí. Soy Oleane, la vecina de tu hermana —aclaró con voz tensa.

—¿Sucedió algo? —cuestionó levantándose para terminar de acomodarse el pantalón.

Era patético que la llamasen siempre desde la otra punta del mundo para pedirle que llamara a su hermana y la hiciera bajar la música. Ya sabía que en aquel pueblucho donde había nacido y crecido, todo parecía estar detenido en el tiempo como una pintura en tonos de grises, y por ello había decidido salir de allí... y no había vuelto a pasar más de una semana en diez largos años. La última vez (hace tres años), se había quedado tres días en su antigua casa, con su hermana pidiéndole a gritos que se quedara.

Pero se había sentido asfixiada. ¿Cómo podía vivir encerrada allí después de haber conocido tanto?

Oh, mi nena. ¡Realmente lo siento mucho! —Sus músculos se tensaron mientras se quedaba estática —. Lamento ser yo quien te dé esta noticia, pero... la encontraron muerta hace tres días. Lo siento. —Asheleen miró a través de la ventana.

La bocina cayó con un sonido sordo al suelo, pero ella solamente podía escuchar el galope furioso de su corazón.

Estaba muerta. Asheley estaba muerta. Su gemela, estaba muerta.

Muerta; no dejaba de repetirle la voz en su cabeza.


Fragancia Mortífera ©Where stories live. Discover now