19. Una rosa negra

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¡¡Buenas, buenas, mis bellezas!! ¿Cómo están? Espero que bien y cada vez más preparados para el inminente final... -Suena música lúgubre-. ¡¡Muchas gracias nuevamente por tomarte el tiempo de leer!! Por tus votos, comentarios, lecturas y... por todo en general. Me alegro que les guste la historia y me lo digan. 

En fin, sin nada más que decir...

¡¡Bienvenido a la lectura!!

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Aunque el viento seguía zumbándole en los oídos, brindándole la sensación de que estaba escuchando el rugido de la muerte, Asheleen no se detuvo en su carrera incesante hacia el cementerio. Tenía los nervios en flor y las piernas le flaqueaban con cada bocanada de aire que tomaba. ¿Por qué había tenido que suceder algo tan horrible? No solamente bastaba con la preocupación de un posible asesino, también tenía que procesar el tema sobre el hurto del cuerpo de su hermana, la falta de sensibilidad y todo el contexto en general.

Si el asesino no era capaz de llegar a ella, tenía la leve sensación de que terminaría completamente loca, lista para suicidarse. Jamás había tenido esos deseos tan oscuros, pero ahora que vivía una situación ciertamente difícil, era imposible no caerse y quebrarse con una constante corazonada de que todo saldría mal, que podría esperar solamente lo peor de todo el tema.

Respirando entrecortadamente, Asheleen se dobló sobre sí misma y observó sus manos temblorosas apretándole las rodillas con una fuerza creciente. Se irguió y tuvo que correr unos pocos metros más antes de ver la banda amarilla alrededor de un hoyo destartalado, con la tierra desparramada por todos lados y un conjunto de policías anotando y hablando entre pequeños susurros que se mezclaban con la caída del sol.

Toda la escena le resultó demasiado irreal mientras caminaba a paso lento, dejando todo sonido atrás a la vez que se acercaba con parsimonia a la cinta de advertencia. El hueco se notaba más grande y lúgubre de lo que Lena recordaba; sin embargo, todo lo que había vivido en menos de una semana, lo percibía como el truco sucio de un ente sobre su cabeza, no un dios o un demonio, sino alguien que sabía mucho más de ella y de sus miedos que ella misma.

¿Cuál era la razón de todo aquello? ¿Qué ganaba con hacerla sufrir aun más? Temía no encontrar las respuestas antes de que el inminente desastre se asiera a su tobillo y la empujara a un laberinto sin final, obligándola a encerrarse eternamente entre las lúgubres paredes de su consciencia. No podía confiar en nadie, ¿cómo lo hacía? Hasta Ignacio resultaba ser bastante extraño para ella, y no importaba nada más que la pesadilla que vivía.

Se estaba ahogando en el estiércol de todos los problemas circundantes a los que no le prevenía una salida en buenos términos, pero que definitivamente terminarían algún día, justo como cuando era una adolescente y todo se detuvo antes de tomar un matiz más oscuro.

—Lena... siento mucho todo esto. —La grave voz la hizo levantar la cabeza hacia una dirección parcialmente alejada de la tumba profanada.

Uno de los policías que conocía desde que tenía memoria, se acercó a ella con una mueca de lástima demasiado marcada. Quiso decirle que no le llamara Lena, pero incluso se había percatado de que sus cuerdas vocales no respondían a sus deseos y su lengua se había quedado tiesa. Era tanta la impresión que no podía ni hablar, y el hombre junto a ella lo notó con bastante facilidad.

Después de todo, era una situación a la que cualquiera era susceptible e impresionable, y mucho más si se trataba de una hermana muerta en un pasado demasiado reciente. ¿De qué manera se podía reaccionar al secuestro del cadáver de alguien que lleva tu sangre?

Fragancia Mortífera ©Where stories live. Discover now