22. La premonición de las Adelfas

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¡¡Hola, bellezas tropicales!! ¿Cómo están? Muchas gracias por seguir allí apoyando la historia, me hacen feliz. 

Ahora, sin mucho que decir...

¡¡Bienvenido a la lectura!!

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El trayecto lúgubre y silencioso hacia el instituto, le sirvió a la fémina para adentrarse netamente, y con mucho análisis, en las diversas fotografías que Anton le había facilitado. A pesar de que había esperado con vehemencia encontrar cualquier indicio del posible asesino, las imágenes inconexas entre sí, repletas de paisajes y de personas caminando libremente por las veredas bajo el cielo del atardecer, no le decían absolutamente nada de lo que estaba buscando.

Por un momento, se sintió terriblemente frustrada por no poder aclarar sus dudas; no obstante, tan pronto ese sentimiento rozó la silueta de su alma, también llegó la resolución de que un misterio muy grande, se desarmaría al final del tan intrincado camino.

A pesar de que trató de impedir, bajo todos los argumentos, que Anton la acompañase, él se negó una y otra vez, alegando que no estaba dispuesto a vivir con la zozobra de su suerte ni por un segundo. De esta manera, y colocando los pros y los contras de su compañía en una balanza, Asheleen se dijo que era mucho mejor estar junto a él.

Llegar al instituto había sido más fácil y rápido de lo que realmente había esperado. Siendo una adolescente, deseó con todas sus fuerzas poder inscribirse en otro instituto y dejar esa peques caja enrejada que el suyo había representado siempre; en aquel entonces, había sido demasiado materialista para apreciar el verdadero propósito de la vida. Sus padres las habían inscrito allí, y ella jamás se había sentido parte del panorama.

Nunca había sido como Asheley, que gustaba de sentarse sobre la grama a contar historias a los demás, luego, era ella la oyente, gesticulando expresiones que, a Lena, siempre le habían parecido demasiado exageradas mientras escondía su rostro, detrás de una desgastada revista que hablaba sobre arte y fotografía.

Lejanamente, reconoció al vigilante, el cual estaba mucho más canoso y barrigón de lo que podía recordar, pero él, con aquella memoria de elefante que parecía caracterizar a todos los conserjes, recordó perfectamente su rostro, nombre y el año en el que se había graduado.

No había demasiadas personas en el instituto, solamente dos señoras que hacían la limpieza regularmente y el rector que estaba a punto de marcharse a su cabaña de verano. Asheleen tuvo que ir a su despacho para solicitar un permiso para ver los anuarios. Tan presuroso como estaba, el hombre de impecable traje firmó una breve nota y se la tendió antes de salir como un vendaval.

Anton mostró una expresión tosca y Asheleen le dio un codazo en el brazo antes de salir casi con la misma rapidez. Tenía, al menos, dos álbumes que ver.

La pequeña biblioteca en la que se adentraron, estaba bastante polvorienta y el aire tenía cierto aroma a moho y a recuerdos casi enterrados. Por lo que les había comentado brevemente el vigilante, cada vez eran menos estudiantes los que se inscribían allí, lo que daba pie para pensar que las pequeñas ciudades vecinas, desaparecerían en cuestión de años.

—Quédate mirando los anuarios... creo que haré algunas fotos de este lugar —mencionó Anton antes de dejarla frente al compartimiento donde se guardaban los anuarios.

Ella frunció el ceño, pero asintió ignorando la creciente preocupación que se anidaba en su pecho. Los ojos marrones de su pareja la abandonaron y ella giró su rostro hasta los álbumes. Estaban perfectamente ordenados, así que no sería muy difícil localizar el suyo.

Fragancia Mortífera ©Where stories live. Discover now