34. Traidor

1.5K 129 42
                                    


Después de cruzar hacia los Estados Unidos decidimos tomarnos un descanso. Había sido un día pesado por viajar en carretera sin parar. Avanzamos buena parte del tramo por la noche y paramos unas horas a descansar, pero pronto nos pusimos en marcha de nuevo.

Fue tiempo de ponernos los abrigos nuevamente ya que en San Antonio la temperatura casi llegaba a los 32°F* Pero ese no impidió que nos bajáramos en un terreno que parecía abandonado y lo utilizáramos para una pequeña lección.

—Ten cuidado, está cargada. Ahora sostenla con fuerza, apunta en el blanco y cuando estés seguro dispara. No se permite cerrar los ojos.

Me posicioné a un lado de Peter observando las botellas de vidrio frente a nosotros, le di su tiempo y aguardé hasta que el sonido del disparo inundó mis oídos, casi lastimándolos. No teníamos con que protegernos por lo que iba a dolernos un poco.

Peter no le dio a ninguna botella y maldijo en voz baja.

—No te desesperes, tómate tu tiempo. No es una prueba de rapidez sino de precisión.

Él asintió. Volvió a ponerse en posición y apuntó, yo seguí aguardando sin presionarlo. Disparó y de nuevo falló. Peter pateó el suelo.

—Soy un asco.

—No, yo creo que soy una mala maestra — musité, queriendo hacerlo sentir mejor.

Él se rio quedito, apartó el arma y me envolvió en sus brazos para después besarme la frente. Lo estreché entre mis brazos muy fuerte, queriendo que se impregnara de mí.

Como me lo temí Peter se enfrentaba a las consecuencias de lo vivido en Culiacán. Estaba obsesionado con aprender a defenderse, obsesionado con aprender a utilizar un arma y obsesionado con dejar de ser el chico débil y asustadizo.

—Se necesita tiempo de práctica, no quieras hacerlo a la primera — comenté, no para que se diera por vencido sino para que se diera cuenta que no sería un experto con sólo una lección.

—¿Cómo fue la primera vez que tú disparaste un arma?

—Un desastre, naturalmente— dije con una sonrisa, recordando la primera vez que disparé —. Papá me enseñó a disparar a los catorce, se encargó de que aprendiera a disparar cualquier tipo de arma. Me llevó a cazar un par de veces para perfeccionar y practicar, todavía no soy una experta...

Peter expulsó el aire acumulado en sus pulmones y se dejó caer en el suelo con la cabeza hacia el suelo. Puse mis manos en sus hombros y los masajeé, no sabía de qué forma hacerlo sentir mejor.

—No necesitas saber manipular un arma para ser fuerte, para ser valiente. En estos días has sido más valiente que nadie, lo sabes.

Tomó una de mis manos y la hizo detenerse, la sostuvo en sus manos y besó el dorso de ella.

—Sé que un arma no te da poder, pero te facilita la forma de defenderse. Te juro que yo nunca dispararé un arma de nuevo a no ser que sea en mi defensa. Una vez te dije que no me gustaría ser el malo, pero tampoco puedo ser estúpido.

Me agaché hasta él para besar su mejilla.

—Te enseñaré, sólo porque no quiero que nada te pase.

Él se giró, quedando a unos centímetros de mi rostro, nos miramos a los ojos por un largo momento y luego me besó en los labios con lentitud. Disfrutando de cada caricia que nos proporcionábamos sin que nos importara el tiempo.

—Vámonos, sigamos nuestro camino. Estoy que muero de ganas por llegar a casa.

—Y dormir durante muchas horas — combino Peter levantándose del suelo con nuestras manos aun entrelazadas.

Peligrosa { #1 Saga Peligrosas }Donde viven las historias. Descúbrelo ahora