Océanos II

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SOLO PARA QUE VEAN QUE LOS RECOMPENSARÉ POR EL TIEMPO QUE NO SUBÍ CAPÍTULOS, LES DEJO OTRO PARA QUE PUEDAN DISFRUTARLO.

Quinn

La soledad, aunque sea voluntaria, no es fácil.

Llevaba semanas viviendo en el piso del Retiro, tratando inútilmente de acostumbrarme a esa nueva situación. Mi abuela ya no estaba... tampoco Rachel... y me encontraba más sola que nunca.

Dos objetivos me salvaron de no caer en el peor de los hastíos: las reuniones con el grupo de ex-adictos y estudiar para aprobar en septiembre las dos asignaturas que, a pesar de mi titánico intento del mes de junio, no había conseguido superar. Mientras Ángela había estado postrada en su cama, yo había hecho todo lo posible para prepararme para los exámenes. No había sido una tarea sencilla concentrarme de lleno en mi segundo año de Arquitectura, mientras ella estaba inmersa en una inevitable cuenta atrás. Que sólo me hubieran quedado dos asignaturas para después del verano era, en realidad, todo un milagro. Gracias a la cabezonería de mi abuela, quien me había obligado a encerrarme delante de los libros, aquel segundo semestre no había resultado ser un completo fracaso académico. Ella, como siempre había hecho desde que nací, se había preocupado por mi bienestar hasta su último segundo de vida.

Acudía a diario al centro de desintoxicación y, siguiendo los consejos del coordinador, trataba de llevar una vida lo más ordenada posible. Me levantaba temprano y, antes de que el implacable calor del verano de Madrid atacara sin piedad, salía a correr durante una hora por el parque. Aquellas sesiones de cardio me ayudaban a estar en forma y subían mi nivel de endorfinas, lo que me ayudaba a sentirme bastante más relajada durante el resto del día.

Luego volvía a casa, me daba una ducha y desayunaba sin prisa. A media mañana conducía hasta el barrio de Chamberí, me reunía con el grupo de terapia y después volvía a casa para comer algo. Pasaba la tarde entera estudiando, y a última hora solía salía a cenar algo a un bar cercano. No veía prácticamente a nadie, excepto a mis compañeros del centro y a Finn, que vino a verme en un par de ocasiones. Él estaba impaciente por que volviera a tocar con Cube, pero se daba cuenta de que necesitaba tiempo, con lo que no me presionaba.

Nunca antes me había visto a mí misma como una adicta. Siempre pensé que era una simple consumidora ocasional de cocaína que, en un momento dado, había llegado a abusar de ello más de la cuenta. No obstante, siempre creí tenerlo bajo control. No fue hasta la noche del concierto en Malasaña, en la que me comporté como un monstruo con Rachel, que me di cuenta de que aquella sustancia era más fuerte que yo. Había perdido el control con la única mujer de la que me había enamorado en mi vida, con el único ser que había sido capaz de sacarme de mis pesadillas y devolverme las ganas de vivir. El miedo a perderla me había conducido a caer de nuevo, y al hacerlo, había terminado dañando lo más sagrado que Dios me había regalado nunca.

No hacía falta ser muy inteligente para admitir que yo sola no podía desengancharme. No tomaba coca a diario, de hecho había pasado meses sin ella, pero si un contratiempo me hacía flaquear con tanta facilidad, debía admitir de una vez por todas que tenía un problema. Mi abuela había intentado convencerme muchas veces de que necesitaba ayuda; pero hasta que no vi el terror reflejado en los ojos de Rachel, mirándome como si fuera su peor enemiga, no fui plenamente consciente de la forma tan patética con la que aquella droga me manejaba. Cuando mi abuela volvió a sugerir una vez más que buscara apoyo para dejarlo definitivamente, por fin le hice caso. Le prometí que no volvería a caer en la trampa. Ahora que ella ya no estaba, me aferraba como a un clavo ardiendo a la promesa que le había hecho antes de morir.

Lo que no me resultaba tan sencillo era cumplir con su otra petición; era incapaz de aceptar a aquel hombre en mi vida. Ella me lo había suplicado. Sin embargo, no podía darle una oportunidad. Me sentía engañada y llena de rencor. Y aunque trataba con todas mis fuerzas de asimilar aquel descubrimiento bajo una perspectiva racional, no podía sobreponerme a la noticia de que aquel individuo fuese mi padre. No le conocía en absoluto, era un completo extraño para mí. Había llegado incluso a creer que él me había robado el amor de Rachel y... ¿ahora resultaba que era mi padre? ¿Hermano del que yo había identificado como tal?... ¡Todo aquello era de locos! Simple y llanamente, por mucho que lo intentara, no podía enfrentarme a ello. Decidí concentrarme en superar la muerte de mi querida abuela, sacar mi segundo año de carrera adelante y continuar alejándome para siempre de la cocaína. Aquellas tres piezas del puzzle tenían que encajar primero antes de intentar colocar ninguna otra en el conjunto.

La canción número 7 (Faberry)Where stories live. Discover now