Cuando se alinean los planetas I

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Quinn

Oficialmente estábamos de vacaciones. No obstante, después de cenar, me recluí en mi habitación a estudiar. Tenía una pila de ejercicios de Cálculo de Estructuras pendiente y no podía seguir postergándolo. Durante mi estancia en Madrid no había tenido tiempo para los libros, y el día anterior, con la resaca de año nuevo, no había hecho absolutamente nada.

Así que me senté en mi mesa con el firme propósito de adelantar el trabajo acumulado. Llevaba ya un rato calculadora en mano, cuando Rachel me hizo una visita. Quería coger algunas canciones de mi extensa colección de música para pasarlas a la memoria de su ordenador. Se sentó sobre la chaise de cuero y comenzó a investigar sigilosa el contenido de una de mis múltiples cajas repletas de CD's. De repente, los problemas de la clase de estructuras perdieron todo su interés.

— ¿Qué tal está Kitty? —le pregunté.

—Mejor. Ayer tuvo una discusión con su madre, pero hoy han hablado y las aguas parecen haber vuelto a su cauce —respondió, dejando de buscar en la caja para mirarme.

Aquellos ojos oscuros me enloquecían.

—No me quiero entrometer —la avisé—, pero Kitty parece algo desorientada últimamente, ¿no?

—Sí. Sus padres se están divorciando y no es algo fácil para ella. Lo está pasando bastante mal —se lamentó, visiblemente compungida por lo que le ocurría a su mejor amiga.

Su fidelidad a los suyos era una de las miles de cosas que me encantaban de ella.

No era una persona fácil de conquistar. Sin embargo, una vez que te colabas en su corazón era para siempre; lo daba todo por las personas que amaba.

—Tiene que ser duro ver cómo tu familia se divide —comenté.

—Sí, debe de serlo —asintió—. Yo trato de ayudarla, pero no puedo evitar que sufra, y eso me duele.

—No puedes evitarlo, pero sí puedes amortiguar el golpe —le recordé—. Seguro que el simple hecho de que estés ahí para escucharla y a es un gran consuelo para ella.

—Eso intento, pero no sé si es suficiente.

—Créeme, tener alguien en quien confiar ya es un gran paso —le aseguré—. Si yo hubiera tenido un buen amigo en quien apoyarme tras el accidente de mis padres, quizá mi dolor hubiera disminuido. En cambio, los aparté de mi lado, encerrándome en mi propio mundo.

Ahora comprendía el grave error que había cometido. Desde mi llegada a Montegris había recuperado la noción de lo que es la amistad. Todos ellos me demostraban a diario el infinito valor que posee. Cada una de las personas con las que me relacionaba parecía interesarse de veras por lo que les sucedía a los demás. Tanto en aquella casa, como con mis compañeros del grupo de música, me sentía sinceramente apoyada. Era una sensación que casi había olvidado.

—Rachel, ¿has pensado en propósitos para el nuevo año? —le pregunté, tanteando el terreno. Quería ayudarle con un asuntillo que sabía que le preocupaba.

—Sí, en algunos, como todo el mundo —respondió distraída, mientras continuaba investigando el contenido de aquellas cajas repletas de música.

— ¿Hay alguno en concreto que sea más urgente? —insistí.

—No sé, quizá lo del miedo escénico. Se acercan los exámenes de febrero y mucho me temo que, como no haga algo al respecto, voy a suspender la asignatura de Información —se lamentó—. Justo hoy he ido a apuntarme al grupo de teatro, pero no empezará hasta dentro de unas semanas. Para entonces quedará muy poco para la prueba final delante de la cámara. No me dará tiempo a superar el terror antes del examen. Me temo que iré a junio con eso a cuestas.

La canción número 7 (Faberry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora