Ausencia I

845 50 2
                                    

Rachel

Llegó diciembre y, en cuanto las clases se suspendieron por Navidad, Quinn se fue a Madrid a pasar las vacaciones con su abuela. Nosotros pasaríamos las fiestas en casa. Mis abuelos ya habían fallecido y el único hermano de mi madre vivía en Argentina con su mujer, con lo que sólo venía a visitarnos cada dos o tres años. Y ese año no le tocaba venir.

Me encontraba de nuevo a solas en mi reino, aunque ya no era sólo mío: era de las dos. Ahora el segundo piso de nuestra casa parecía demasiado silencioso y vacío sin ella. Qualia me seguía a todas partes, no se separaba ni un segundo de mi lado. Presentía que ella también le echaba de menos, así que nos hacíamos compañía la una a la otra, sumidas en nuestra añoranza por aquella que nos había rescatado a ambas.

Trataba de llenar el exceso de tiempo libre cabalgando por las mañanas. El resto del día lo pasaba con mis amigas o me refugiaba en la lectura acurrucada en el sofá. Una tarde la dediqué a las compras navideñas, y cuando terminé decidí entrar al cine a ver una película de Woody Allen. No me importaba ir al cine sola, lo había hecho un millón de veces. De hecho, lo prefería, pues muchas veces el que te acompaña se empeña en ir comentando cada cosa que aparece en la pantalla y eso me sacaba de mis casillas. ¿Para qué está sino el café de después?...

No hace falta analizar la historia mientras la estás disfrutando, ya habrá tiempo para intercambiar opiniones. No obstante, en esa ocasión no me habría molestado en absoluto tener a alguien en la butaca de al lado. Cuando salí de los multicines conduje de vuelta a casa. El pueblo estaba precioso, lleno de luces y algo de nieve, muy acorde a las fechas en las que nos encontrábamos, lo que contribuyó a que volviera a ser consciente de su ausencia.

A medida que transcurrían los días, acusaba cada vez más la marcha de Quinn.

Me resultaba muy extraño no encontrarle rondando por la casa; me había acostumbrado a su presencia y a su animosa compañía. Durante aquellos últimos días previos a la Navidad nadie me acompañaba a cabalgar, no me gastaban bromas, ni me retenían en la sala de estar hasta las tantas conversando sobre miles de cosas. Echaba terriblemente de menos esos brillantes ojos verdes que me miraban con tanto interés cuando yo hablaba, y el sonido amortiguado de su guitarra a través del tabique que separaba nuestros dormitorios. Echaba en falta todo lo que tuviera que ver con ella.

Una mañana, cuando me dirigía a la cuadra de Alma para dar nuestro habitual paseo matutino, me detuve en el box de Camilo, quien llevaba días sin que su nuevo jinete le visitara, y por lo tanto no había salido a galopar. Me acerqué para acariciarlo. Su majestuosa cabeza blanca apareció sobre la puerta inferior del cubículo, encantado de que alguien le dedicara algo de atención. Pasé mi mano por su cuello y Camilo relinchó de felicidad. Decidí dejar descansar a Alma y preparé al viejo caballo para salir de excursión. Él necesitaba un poco de actividad, y yo sentirme más cerca de Quinn. Galopar sobre Camilo me haría sentir una cierta proximidad con ella, ya que ahora aquel regio caballo blanco se había convertido en su compañero incondicional.

Qualia me había seguido hasta las caballerizas y pensé que por una vez le iba a dejar que nos siguiera; aquel veterano caballo no se alteraría ante su presencia. Cuando Rufo vivía se llevaban a partir un piñón y estaba acostumbrado a galopar con un perro siguiéndole los talones. Alma, en cambio, no lo estaba, y era demasiado temperamental como para arriesgarme. Tendría que esperar un poco a que se acostumbrara a mi nueva amiga.

Los tres nos dirigimos a paso tranquilo hacia el bosque, camino del Monte de la Luna, donde Quinn y yo habíamos compartido esa noche mágica hacia unas semanas. Me vi sacudida por una imperante necesidad de acudir allí. Era un recorrido más largo que otros, pero aquella mañana de finales de diciembre era muy soleada y, aunque las bajas temperaturas seguían manteniendo el termómetro cercano a los cero grados, ya no nevaba. Además, me había abrigado de sobra para no quedarme helada.

La canción número 7 (Faberry)Onde histórias criam vida. Descubra agora