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Te alejas del alféizar después de haber estado un tiempo mirando por la ventana. Suspiras y dibujas un corazón en el vaho. Lo borras pensando en su perpetuo no. Porque ella no está enamorada. O, al menos, eso dice.

Te vistes con lo primero que encuentras. Unos pantalones cómodos y una camisa abierta sobre la camiseta. Te peinas con dos trenzas a los lados, que aúnas atrás, con el resto del pelo suelto, de modo que las trenzas hagan que no se te ponga en la cara.

Sales de casa y hace viento. La camisa te vuela y el pelo se te despeina aún más. Sujetas tu camisa con las manos y sigues andando.

La ves donde siempre, sentada en el respaldo de un banco de piedra, en una pequeña plaza con apenas dos bancos y una estatua antigua. El viento ha amainado, y ella se está peinando su pelo dorado con las manos. La conoces, por lo que sabes que te da la espalda porque le da vergüenza no reconocerte, pero se niega a ponerse gafas. Por eso prefiere que la saludes tú.

Te acercas a ella y le das dos besos. Recuerdas el sentimiento de sus labios sobre los tuyos, aquel día en el que su cuerpo estaba entre el tuyo y la pared. Sientes algo líquido en tu entrepierna por unos segundos. Recórcholis...

La miras e intentas no pensar en lo preciosa que es, ni en lo buena que está. Ella te dirige esa sonrisa que te vuelve tan loca.

-¿Algún plan?

No vas a decirle que cada vez que pensabas en verla después de clases sólo eras capaz de imaginarte volviendo a insistirle, no, no vas a hacerlo. Piensas rápido y se enciende la luz en tu cabeza. Asientes. Le coges de la mano y empiezas a andar hacia una bocacalle, con ella a tu lado. Disfrutas oliendo su perfume al tenerla cerca, te encanta oler a ella.

-Cielo...-te llama ella tirando suavemente de su mano.

Cielo, como llama a todas sus amigas.

La miras intentando que no se refleje en tu cara ese último pensamiento, pero te sale la voz más seca de lo que pretendías. Quizá porque ya sabes lo que te va a responder. Sí, ya lo sabes.

-¿Qué?

Ella mira vuestras manos unidas. Sigues su mirada y te encoges de hombros, como si no supieras lo que significa. Pero claro que lo sabes.

-Ya, ¿y qué?

-Se pueden pensar que... -Como imaginabas, no es capaz de terminar la frase.

-¡Oh, Melca, por Dios! Es de lo más común del mundo encontrar a dos amigas andando de la mano por la calle...

-Ya, pero... Tú... Valerie, ahora ellos saben que tú...

-¿Qué, que me gustan las tías? Ya, ¿y qué? A ti no, ¿no? -le espetaste.

Ella arrugó los labios y apartó la mirada, sin atreverse a soltarte por no enfadarte. Tú sentías tu garganta y tu pecho aprisionados, pero suspiraste para intentarlos soltar, tratando de relajarte. Cerraste los ojos y pensaste en la sonrisa con que siempre te saludaba. A ti, y sólo a ti. O al menos creías que era a ti, la habías visto saludar a mucha más gente... Y nunca igual. Pensaste en que no podías precipitarte, porque podías perderla por agobiarla demasiado, y no querías, no podías perderla. Después de todo, ella era una gran amiga.

Habías ido frenando la marcha sin darte cuenta mientras te calmabas. La miraste, frenaste en seco haciendo que ella parara también al tirar de tu brazo. Ella miraba la calle en sentido contrario. Acercaste tu mano a su mejilla y le giraste la cara con dulzura. Te perdiste en sus profundos ojos, no supiste cuanto tiempo, hasta que, al parpadear ella nerviosa porque no dijeras nada, te obligaste a hablar:

Just be yourself.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora