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habla sobre desórdenes alimenticios, lee bajo tu propio riesgo

con esta historia no pretendo incentivar, sino prevenir

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Me encontraba en el umbral de la vida adulta. No me emocionaba mucho la idea, que digamos. No estaba preparada para que la inercia me despojara de ilusión, y ese miedo no nacía tanto del hecho de estar creciendo sino de la falta de una vocación que guiará mi camino, ya que no podía dedicarme a la danza para siempre. Me repetía que todo iba a llegar, y a veces me reía de mi fatalismo, recordando que era una solo una niña y que tenía muchísimo por delante.

El vacío era todo lo que podía percatar, era agradable a decir verdad, me había acostumbrado a la sensación de estar hambrienta, miserable.  Era invierno, y aunque esta bella estación apenas comenzaba, esa mañana se sentía más helada que nunca, un frío calaba mis huesos pero eso no me impidió levantarme; no quemaría las suficientes calorías si permanecía en la cama hasta tarde.

Había una pregunta que me hacía a diario; cuando alcanzara mi peso soñado, y fuera finalmente perfecta, ¿a quién le importaría? mi familia al parecer estaba demasiado ocupada  como para darse de cuenta que hasta el momento había perdido cinco kilogramos, ¿Qué pasaría cuando ya hubiera perdido once o doce? ¿Se darían cuenta? ¿Me dirían que luzco bien? ¿Sería suficiente para alguien?

Luego de alistarme para el día, la casa seguía en silencio. Mis padrastro solía irse al trabajo temprano, y mi hermana Mackenzie, como siempre, seguía durmiendo. Mi madre probablemente preparaba el desayuno en la cocina, entonces inferí que era el momento perfecto para usar la báscula que ella mantenía en el baño de su habitación.

La báscula había estado allí desde hace años, desde que mi madre, como toda mujer en algún punto de su vida, deseaba perder peso pero no hacía nada al respecto, o hacía esas milagrosas dietas que no duraban demasiado pero luego ganaba el doble del peso perdido, y así era hasta el día de hoy. En fin, la báscula no salía del cuarto de mis padres, y en los últimos meses me las había arreglado para utilizarla cuando ellos no me veían.

Saqué el aparato de vidrio transparente de su caja. Lo ubiqué silenciosamente en el suelo y me subí. Cerré los ojos y respiré hondo, temía encontrarme con algo que no esperaba.

— Perfecto. — Suspiré calmada. Había perdido un kilo más en los últimos tres días.

Luego de esto, me dirigí a mi habitación y miré en el espejo; odiaba lo que veía aún. Odiaba lo que se reflejaba, odiaba mi silueta, mi cuerpo, todo de mí. Por eso intenté hacer algo respecto a mi cabello,  pero finalmente lo dejé suelto y sin ningún accesorio. Nada podría arreglar ese desastre. Unos minutos más tarde, escuché a mi madre llamar a Kenzie y a mí desde la  planta principal de nuestro hogar. Inmediatamente mi hermana menor corrió al baño desesperada, pues otra vez iba tarde. Yo me resigné a bajar las escaleras y dirigirme a la cocina. Me senté en la barra y mi madre puso un plato con tostadas y algo de fruta delante de mí, junto a un vaso lleno de leche.

— Termina rápido para que pueda llevarte a la escuela. — Mi madre apuntó mi plato. — Y cómelo todo, tu instructora dijo que deberías empezar a comer más, que pareces cansada cuando bailas.

— Está bien. — Asentí con una sonrisa falsa.

Luego de esto ella dejó un plato listo para Mackenzie y se retiró de la cocina para maquillarse. Cuando me aseguré de que había subido a su habitación,  y de que mi hermana aún estaba en el baño, vacié la leche en el fregadero, y le di las tostadas a mi perro, quien se las comió en menos de cinco segundos. Finalmente me volví a sentar y comencé a comer la ensalada de frutas que mi madre me había dejado.

Justo después de meterme un trozo de manzana a la boca, Kenzie apareció con su brillante sonrisa por la puerta de la cocina. Se sentó junto a mí y comenzó a comer todo su desayuno rápidamente para que nos pudiésemos ir lo antes posible. Se tragó todo tan rápido, que terminó todo antes de que yo terminara tan solo con mi fruta. Intenté ocultar mi disgusto, ya que no podía sentir asco frente a todas las personas que comían en frente de mí, mucho menos de mi hermana pequeña.

— Moría de hambre, ¿sabes?  — Dijo mientras se frotaba el abdomen en señal de estar satisfecha. — Oye, ¿Me haces un peinado? 

— Kenzie... — Me quejé. Le había estado peinando el cabello los últimos días y al parecer le había gustado bastante, pues no dejaba de pedírmelo constantemente.

— Por favor. — Me dio una cara de cachorro y no pude negarme. Le trencé el cabello y ella pareció bastante contenta con el resultado.

En menos de diez minutos, nos encontrábamos en el auto, dirigiéndonos a la preparatoria en donde asistíamos. Era un día nublado y parecía que se pondría a llover en cualquier momento, lo que solo significaba una cosa. Mi madre nos llevaría a mí y a mis amigas a beber chocolate caliente. No se me había pasado por la mente, pero luego de ver a toda la gente en la calle llevando paraguas y con bebidas calientes, la idea se me vino inmediatamente a la cabeza.

— Mamá... Creo que hoy va a llover. — Kenzie habló.

— Lo sé hija, ¿Por qué lo dices?  — Mi madre preguntó alegremente, sabiendo exactamente a que punto quería llegar su hija menor.

— ¡Chocolate caliente! — Mi hermana menor exclamó con entusiasmo. — ¡Amo el invierno! ¿No estás emocionada, Maddie?

— Sí, claro. — Asentí sin demasiadas ganas. — No puedo esperar.

Honestamente no sé como es que mi madre y mi hermana me creían todo lo que decía, probablemente era porque siempre fui honesta y no me gustaba mentir, así que si yo decía que algo estaba bien, entonces para ellas lo estaba. Además era muchísimo más fácil pretender que nuestra vida era perfecta, y ver todo con los ojos vendados. 

Al llegar a la escuela me fui en busca de mis mejores amigas, Grace y Summer. Las encontré sentadas en una banca del patio, así que me dirigí hasta ellas, quienes me recibieron con una sonrisa. — Hola Mads. — Summer me rodeó con sus brazos, claramente confundida de lo fácil que fue. Cuando sonó la campana, que indicaba el inicio de la jornada escolar, nos separamos para ir a nuestros respectivos salones, la primera clase que tenía era Inglés, una de mis favoritas, aunque no pude prestar demasiada atención, ya que estaba intentando buscar una excusa para no ir a beber chocolate caliente luego de ir a mi estudio de baile. Me obligué a prestar más atención, pero era inevitable, aquellas voz seguían en mi cabeza, así que decidí pedir permiso para ir al baño y poder lavarme la cara.

— ¿Qué me estoy haciendo? — Susurré mientras observaba mi reflejo en el espejo. Me mojé la cara nuevamente y me sequé.

El show debía continuar...

FRAGILEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora