Tocando el cielo

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"¿Cuánto más habrá que caminar?"

Él preguntó, fastidiado. Algunos kilómetros atrás le había parecido ver muy de cerca el edificio al que se dirigían, pero entonces siguieron por horas, y aún así se veía a la misma distancia, sólo que algo más al costado.

Ella respondió que no quedaba mucho, aunque por supuesto sabía tanto como él, osea poco. Dieron con un lago en algún punto del trayecto, y ella consideró la idea de bañarse ahí, pero él la atajó enseguida, puntuándole unas cuantas razones para no hacerlo. Una de ellas: No sabían qué clase de sorpresa podían hallar en esas aguas. Ella le restó importancia, y le pidió que se quedara cerca e hiciera guardia, mientras se adentraba, detrás de unos convenientes arbustos de colores extrañísimos que parecían bailar con el viento. De cualquier forma, había gente entrando y saliendo del lago, y no parecía haber problemas con ellos, así que entró despreocupada.

El agua se veía igual que la de la tierra; más limpia, tal vez. Pero al sumergirse, el tacto era casi como el del aire. Misma temperatura, poca resistencia ante sus movimientos. Se hundió rápido, por la falta de costumbre, y notó que flotar se le hacía algo más difícil, pero no llegaba a ser un problema; sobre todo considerando que llevaba días deseando quitarse toda esa tierra de encima. Una vez acabó, aprovechó a lavar su ropa, pero al no tener recambio, tuvo que volver a ponérsela como estaba. No importaba, quedaba poco para llegar, hacía buen clima y seguía siendo mejor que ir embarrada, ya hasta saboreaba la tierra. 

Cuando salió, no pudo evitar sonreír al verlo. Su compañero yacía acostado, de espaldas. Un brazo de apoyo y el otro tapándole un poco la cara, para proteger su vista de aquél nuevo sol tan brillante, que ni siquiera se mostraba materializado. Miraba el cielo, como siempre desde que arribaron. Al verlo con más atención, notó que movía una mano, suavemente, haciendo recorridos extraños en el aire. Desde sus ojos se vería como tocar el cielo, jugar con esas estrellas, tal vez con la Casa, siempre pensando en su antigua vida. Tardó en darse cuenta de que había terminado hasta el momento en que ella se dejó caer a su lado. 

Cuando estaba a punto de sugerirle seguir, él le soltó una pregunta, en un tono que le demostró que llevaba haciéndose él mismo esa pregunta hacía rato. 

"¿Te quedan esperanzas?"

No quería decir que no, pero tampoco mentirle. Se había vuelto difícil seguir creyendo luego de tanto. Estar en guerra desde que naces nunca es fácil, no tener sentido de pertenencia, ver irse para no volver a gente que querías, vivir pensando en que puedes dejar de hacerlo en cualquier momento, presenciar lo último de la Tierra arañando  las paredes de la desgracia por el recalcitrante deseo de permanecer.  Ese mismo que poseían los humanos, y que los llevaba a destruir todo sin culpa, y a ambicionar y buscar más. Ese más se había vuelto este nuevo planeta, en el último tiempo.

Con tantas derrotas en tan pocos años, perder su mundo había sido el colmo. Incluso cuando las primeras malas noticias aún no habían hecho aparición, podían percibir que en cualquier momento saltarían, y otra vez tendrían que dejar todo, y perder el sueño, vivir con la ansiedad royéndoles la carne, el destino riéndose en sus caras. La vida los había acostumbrado a pensar así, a anticipar lo malo, aunque lo malo no existiera. Así que un rato en paz, sin sufrir todo lo que debían por pagar su cuota de ser la especie del holocausto, un momento realmente libre como el que estaban teniendo, se basaba en imaginar esas mismas cosas que los liberaban. No importaba, la angustia seguía siendo baja, y eso era un alivio increíble.

Después de un rato, y sin dar detalles, respondió que sí. 

Fuera de la tierraWhere stories live. Discover now