Casa

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Caminaron por el barro de aquél desierto, cayéndose cada varios pasos por sus botas que se hundían. Levantándose con lo que les quedaba de esfuerzo. La única motivación era pensar en llegar a algún lugar al que pudieran llamar su nueva Casa. Pero ni siquiera eso estaba asegurado. No tenían idea de dónde estaban, y esta vez no se resolvería con pedir indicaciones. Había pocos, y todos estaban igual. Todos eran nuevos en un mundo de incertidumbres. Mirar a los lados era como tener varios sueños al mismo tiempo, o pesadillas; como prefirieran verlo a esa altura. Extrañar la Casa era en vano, y caminar kilómetros podía no serlo, aunque así pareciera. De todas formas si se detenían iban a terminar completamente tapados por el barro en poco tiempo.

Se chocaron con otros a su paso. Gente que sí había decidido dejar de avanzar, gente que simplemente ya no podía, algunos que seguían en su esfuerzo al igual que ellos.

Los sonidos del paisaje eran extraños, no había forma de saber si los silbantes cantos agónicos provenían de personas o de algo más que aún no habían tenido el gusto de descubrir. El ambiente llano y versátil comenzó a volverse rígido, sus pies ya no se hundían tanto. Las luces violáceas de ese nuevo cielo quedaron tapadas progresivamente por estructuras desiguales que ninguno se atrevió a pensar como ramas, ya que de hacerlo habrían estado aceptando la existencia de vida en el nuevo mundo, y eso conllevaba un montón de cosas. 

En su esfuerzo por sacar una vez más su pie de lo profundo, él tiró con violencia de su propia pierna, para luego chocarse contra algo duro, que le dejó distinguir algo de dolor específico entre tantos que no lo eran. Se apuró a retomar el equilibrio antes de caer, y le gritó a ella que se detuviera, antes de buscar el contacto con su brazo. Acto seguido empezó a tantear la nueva superficie con la punta de su pie, que aún dolía. Al llegar al borde, la usó de escalón, y subió a un piso duro, que ya no le hacía resbalar con cada movimiento. Tiró de ella para hacer que subiera también. Sólo ahora, después de largo rato mirando hacía abajo, procesó lo que había más adelante. El terreno que los sucedía era irregular, pero la gente caminaba con relativa normalidad, y se permitían tirarse a descansar en un suelo que no iba a engullirlos. Ella siguió caminando, hasta que sintió un tirón del brazo. Al voltearse lo vio a los ojos a él, que le imploró sin palabras detenerse. Ella frunció las cejas en un gesto que mezclaba el miedo que le generaba parar, con la misma súplica que él, sólo que por razones contrarias. Aún sin hablar, él volvió a tirarle del brazo, con poca fuerza, pero apretando la piel con una palma fría y dedos entumecidos. 

Se quedaron, ubicándose con vacilación bajo una de esas cosas que no podían ser plantas, pero que reconocían inevitablemente como tales, por culpa de su bendita Casa. Claro que había cosas inevitables que eran mucho peores que un nombre. De la Tierra al barro. Del azul del día a un espacio teñido de colores oníricos irreconocibles. De la vida, a algo que tampoco se atrevían a llamar muerte.

Fuera de la tierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora