Capítulo 10

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Cuando el sol salió descubrió que en toda la noche no había podido dormir nada en lo absoluto. El dolor en sus costillas era intenso, aunque principalmente se debía a que después de volver a casa se había ido directamente a encerrar en su habitación, sin tomar sus medicamentos o comer algo para llenar su estómago. Pero era difícil pensar en algo que no fuese Gerard. Cada una de sus líneas de pensamiento terminaba en él y en la estúpida respuesta que el alguacil le había dado. No podía simplemente quedarse de brazos cruzados esperando a que todo se solucionara. Tenía que actuar.

— Frank, ¿a dónde vas? Luces terrible, hijo. Vuelve a la cama —su madre estaba sentada en la mesa del comedor, bebiendo tranquilamente una taza de café mientras veía el noticiero de la mañana. Frank se giró a verla, pero no tenía ganas de hablar. Así que simplemente la ignoró y salió de casa.

Escuchó un par de gritos llamando su nombre, pero en cuanto comenzó a correr esos gritos se extinguieron y para su suerte, ella no lo siguió. Sus pasos lo dirigieron por el camino hasta la casa de su único amigo. El sol quemaba, pero todavía no terminaba de subir. Eran, posiblemente, cerca de las nueve de la mañana y había pocas personas por ahí a esa hora. La casa de su amigo seguía durmiendo cuando él llegó a tocar la puerta. Y luego de golpear un par de veces la señora Bryar, todavía con su cabello enmarañado se asomó por la ventana de la sala. Lo miró con cara de pocos amigos, pero de todos modos abrió la puerta y lo dejó pasar.

Subió corriendo hasta la habitación de su amigo y lo encontró durmiendo. Así que obviamente se lanzó sobre él en la cama hasta que lo despertó, y recibió un pesado golpe en uno de los hombros como reprimenda.

— ¿Qué haces a esta hora, Frank? —preguntó Bob mientras se sentaba en la cama, frotándose los ojos con increíble pereza.

— No pude dormir nada —respondió—. Gerard... tenemos que hacer algo por Gerard, Bob. Es urgente. No puedo seguir así. No podemos. Lo van a matar.

— Habla más despacio —masculló su amigo.

— Tienes que ayudarme, Bob —suspiró Frank.

Intercambiaron una larga mirada y Frank supo que Bob realmente no quería seguir metiéndose en eso. Y realmente se enojó, pero no podía culparlo. No podía. Era su problema, no el de Bob.

— Mira, Frank... no quiero involucrarme más, ¿Sí? —Dijo Bob— La policía no va a ayudarnos y es obvio que no vamos a lograr nada por las nuestras... yo sé que estás demasiado metido en todo esto y no puedes entenderme, pero yo... yo no quiero tener problemas, ¿Sí? De todos modos quiero ayudarte —agregó, y después de mirar por largos instantes hacia la puerta se puso de pie y se acercó a su armario. Abrió las puertas y apartó una de las chaquetas colgadas antes de girarse para llamarlo con un gesto. Frank se acercó, y en los bolsillos de esa chaqueta pudo ver un revolver pequeño pero totalmente real. Mordió sus labios con fuerza y alzó la mirada a su amigo— Se lo robé a papá —susurró—, puedes ocuparlo pero debes prometerme que vas a devolvérmelo. Yo me las arreglaré para conseguir balas de nuevas.

— Muchísimas gracias, Bob —dijo Frank con sinceridad y se lanzó a abrazar a su amigo. Su idea era que fuese algo simple, pero Bob lo mantuvo cerca por más tiempo del normal en un realmente apretado abrazo. Le dio palmadas en la espalda y besó el costado de su cabeza. Y Frank supo que su amigo se estaba despidiendo de él.

Pensaba que iba a morir.

— Llévate la chaqueta, tiene un bolsillo interno para que la lleves y puedas acceder fácilmente a ella —dijo Bob, quitando la chaqueta de cuero negro desde el colgador para dársela a su amigo. Era un par de tallas más grande, pero no se veía tan ridículo como cada vez que usaba algo que no fuese de su talla. Se abrazaron una última vez, y entonces Frank salió de la casa de los Bryar rumbo al bosque.

poetic tragedy ・ frerardWhere stories live. Discover now