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Capítulo uno.

[karma; en las religiones índicas, el devenir, la sucesión de actos y sus consecuencias.]

• L E N A Y •

Karma.

Ese fue el nombre que las personas le dieron a lo que le sucedió a Niclas Keller, y tal vez esa palabra fue la más adecuada para referirse al acontecimiento que marcó su vida el domingo por la noche.

Niclas arrastraba la fama de ser el clásico chico inmune a las relaciones y a los sentimientos amorosos, para nadie era un secreto que solo buscaba diversión y noches pasajeras. Aunque, en su defensa, él jamás ocultó sus intenciones con dulces engaños efímeros como los demás chicos solían hacerlo. Fue honesto, pero la mayoría lo veía como el villano por no adecuarse a sus expectativas.

Así que, haberse enterado de que Niclas Keller por fin obtuvo su primer corazón roto, hizo que incontables personas se deleitaran el lunes por la mañana cuando la noticia se propagó como una llamarada de fuego por los pasillos del Instituto Sheridan, y la primera evidencia palpable fueran sus ojos enrojecidos e hinchados.

Lenay Howard no fue una de esas personas.

Ella sintió una punzada de empatía mezclada con incertidumbre. De alguna forma, no podía creerlo. "Debía ser mentira. Tal vez un rumor vacío y hueco", pensó. Pero no lo era. Niclas tenía roto su corazón, al igual que ella lo había tenido cuatro meses atrás como consecuencia de enamorarse de él.

Sin embargo, ninguna chispa de triunfo o alegría destelló en su interior. Para Lenay, Niclas era parte del pasado. Una simple sombra borrosa que se había difuminado en la neblina de su memoria. O al menos, eso creía; porque, a pesar de que la primera semana escolar había terminado, sus caminos comenzaban a entrelazarse.

Aquel sábado, el viento soplaba con fuerza y el cielo parecía más propio de la noche que del día, por lo que Lenay salió a visitar a Erin Whosley, su amiga más cercana y la primera que tuvo en el mundo.

En cada mañana fría, las dos se hacían compañía como parte de una tradición que ambas idearon años atrás. Se visitaban la una a la otra para comer trufas de chocolate y beber café mientras hablaban de cualquier mundo ficticio que las hiciera querer salir de la realidad. Parecía la combinación perfecta para sobrevivir a la baja temperatura, y a los pensamientos nostálgicos que un cielo gris podía causar.

Lenay no tardó en llegar al hogar de Erin. Le quedaba cerca, a doce casas de distancia para ser exactos, y, aunque vivían en la misma zona, ambas lucían muy diferentes. Mientras que la fachada de Lenay era clásica y elegante, la de Erin tenía un estilo cottage que el señor Whosley se encargó de diseñar después de demoler la suya porque a su esposa le parecía poco inspiradora.

La señora Whosley fue quien la recibió. Estaba parada en los escalones que conducían a la puerta principal con un cigarrillo cuyo humo desprendía tonos pastel, los cuales de forma peculiar combinaban con las gotas de pintura esparcidas sobre su piel morena debido a su pasión por el cuarto arte.

No existía un día en el que ella no usara su estudio, ni un mes en el que no obligara a Erin a ser retratada. A su madre, le gustaba capturar su crecimiento y plasmar los rizos oscuros y largos que su hija poseía porque era la única semejanza que compartían, todo lo demás eran características de su padre. 

—¡Hola, Lenay! —La mamá de Erin acudió a ella en un abrazo demoledor.

Lenay le sonrió como respuesta, y le ofreció una trufa antes de hablar.

Residuos de Amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora