RDA┋11

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Capítulo once.

[Saudade: La ausencia. El anhelo; un estado emocional entre la pena y la felicidad, que mezcla la tristeza con los afectos, el sabor agridulce de lo que nunca volverá].

• L E N A Y •

Lenay no se sorprendió de que Niclas no llegara a tiempo. Sabía que cambiar sus hábitos de un día para otro no sería fácil. Lo único que deseaba era que él no se encontrara inconsciente en alguna parte desconocida de la ciudad y, en especial, que no estuviera solo. El simple pensamiento oprimía su pecho. De verdad esperaba que Clayton y Ulrik lo estuvieran cuidando.

Ella se sirvió un té de canela, su sabor favorito, y acomodó su mochila, pero antes de cerrarla su mirada parpadeó en aquel libro que su padre recién le había obsequiado. Por un breve instante, pensó en llevárselo, pero creyó que sería una tentativa peligrosa para Niclas, puesto que se trataba de un libro que personificaba el amor de una forma realista y cruda hasta el nivel de parecer insensible para algunos lectores. Era lo que él menos necesitaba, y estaba segura de que terminaría tomándolo al leer el llamativo título.

Muchas personas creían que necesitaban sumergirse en el dolor para superar algo, tocar fondo para salir del hoyo en el que se encontraban, pero Lenay consideraba que eso era un error. No se necesitaba más miseria para encontrar la luz. El dolor no ofrecía resiliencia por sí solo, eran las personas quienes se obligaban a ser resilientes para seguir adelante. Tenían qué. Pero el dolor jamás les otorgó un bien.

—¿A dónde irás, Lenn? —le preguntó su padre, con su clásico tono áspero, pero sigiloso—. Creí que ya no tenías clases los sábados.

Ella trató de sonreír, aunque su padre estaba más irascible de lo habitual. No quería molestarlo ni, mucho menos, que la atrapara mintiendo.

—Algo así. Le estoy ayudando a un amigo con una asignatura que se le dificulta —respondió, mientras apartaba su mirada para que él no registrara los indicios de su engaño.

Su padre poseía un talento innato para detectar las mentiras. Con solo una mirada, era capaz de intimidar a cualquiera, y él lo sabía a la perfección. Disfrutaba ejercer ese poder en los demás. Su físico, sus gestos corporales y su voz complementaban su fuerte personalidad. No era de extrañar que fuera uno de los abogados más influyente de su país.

—Siempre tan linda, por eso eres mi hija favorita —comentó, al mismo tiempo que tomaba un mechón del cabello de ella, y lo colocaba detrás de su oreja.

Lenay quiso retroceder ante el contacto de su padre, sentía cómo su piel quemaba cuando los dedos de él se posaban en ella, pero se contuvo. Sabía que si seguía sus instintos tendría problemas.

—Arly también es una buena hija.

—Lo es, pero no sabe cuándo callarse. 

Lenay asintió con cierto miedo. 

—¿Y mamá? —preguntó antes de que su padre pudiera envolver la conversación con quejas sobre su hermana—. ¿Ya despertó?

—Sí. —Él resopló—. Salió a correr con sus ruidosas amigas.

Lenay aprovechó ese momento para retirase, pero en cuanto tomó su mochila, su padre la sujetó del brazo para que volviera a mirarlo.

—¿Dónde estabas la noche del jueves?

Apenas la pregunta brotó de sus labios, el cuerpo de Lenay entró en un estado de alerta. Él nunca se había percatado de sus salidas nocturnas.

Ella tragó saliva.

Residuos de Amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora