Capítulo Cuarenta y siete: Un accidente inesperado.

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—Ya está. Solucionado. —quité el hilo que trababa la cremallera y le di una cachetada en el culo. Joder, estaba tan buena que quería hacerlo ya. Pero en su lugar, le sonreí cariñosamente.

—Gracias. Eres el mejor. —y dicho esto me dio un beso fugaz. Sus mejillas se colorearon de rojo y bajó su vista al suelo. Parecía incómoda y fruncí el ceño. ¿A qué se debía esa reacción? Antes de que se marchara, la cogí del brazo y le hice mirarme a los ojos.

—¿Qué ocurre? —pregunté preocupado. Ella me sonrió y negó con la cabeza.

—Nada, es solo que hay que bajar ya, seguro que tu madre esta impaciente y sería mejor no tardar demasiado. —me retiró su mano y salió de mi cuarto apresuradamente.

¿Qué le sucedía?

Acabé de ponerme la chaqueta del traje y salí de mi habitación. Recorrí el largo pasillo y descendí las escaleras con soltura. Al terminar en el recibidor, observé a los presentes; mi madre miraba su reloj y Luis, siempre a su lado, sonreía de oreja a oreja. Miriam suspiraba con la cabeza gacha y agarraba fuertemente su bolso plateado. Qué diversidad de expresiones. En cuanto mi madre me vio, me apresuró para que me diera prisa.

—¡Vamos que llego tarde a la inauguración de mi propio producto! —exclamó y salimos de la mansión —. Por poco os dejamos en tierra.

Los guardaespaldas irían en un todoterreno mientras que mi madre se montaría con Luis en un mercedes plateado. Por mi parte, llevaría a Miriam con mi coche hasta la fiesta.

En un principio queríamos irnos todos en la limusina, pero desde hace un par de días se averió. Entonces cada uno se instalaría en otros coches.

Ya estando dentro de mi vehículo, bajé la ventanilla y me despedí de mi madre, luego ladeé mi cabeza para Luis. Éste último me miró enfadado pero con una sonrisa siniestra en el rostro. Subí la ventanilla y arranqué el motor.

Mi madre eligió un restaurante muy lujoso a las afueras de la ciudad, por lo que debíamos atravesar carretera. Si mal no recuerdo, nos llevaría una hora y media hasta llegar a nuestro destino. Vislumbré cómo el mercedes salía delante de nosotros y los seguí. El todoterreno de los guardaespaldas iba en primera fila. Apoyé mi brazo en la consola central y con ese gesto rocé la mano de mi novia que permanecía quieta y sin decir nada. En este momento Luis pondría una mueca, pensé con una sonrisa.

Al final había acabado por aceptar más o menos nuestra relación, aunque alguna que otra expresión de disgusto se le escapaba de vez en cuando. Solo podía esperar a que acabara por rendirse ante lo evidente. No obstante, había una cierta comprensión en sus ojos cuando hablábamos, era como si entendiera mi forma de ser aunque no la viera bien. Yo no le tenía en cuenta los momentos “malos” por los que nos hizo pasarlas canutas. Por otro lado, mi madre siempre andaba por las nubes y últimamente nos daba todos los caprichos que pedíamos. ¡Incluso le compró a Miriam un estudio de grabación! Eso me frustró porque yo tendría que haberlo hecho en su lugar. Pero no me preocupaba demasiado, tenía planeado obsequiarle con algo mejor.

Admiré cómo la noche se cernía sobre nosotros y apreté el acelerador. El mercedes iba a toda velocidad —conducía Luis—, y el todoterreno igual. Claro, teníamos prisa. Pero lo curioso era que estaba tan cómodo con Miriam en este momento que quise que el trayecto durara más de una hora y media… Aun así, no disminuí la velocidad. El centro a estas horas estaba a rebosar de coches que trajinaban para llegar a sus casas, al igual que los peatones. Un semáforo se puso rojo justo cuando iba a pasar y me detuve. Divisé a los autos que iban delante, pero no vi el mercedes. Joder, sí que habían corrido. Esperé pacientemente hasta que se puso en verde y continué conduciendo. Noté a Miriam un poco alicaída y decidí romper el hielo.

Conviviendo con la Mentira © [Borrador]Where stories live. Discover now