Capitulo Tres: Caos desatado.

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Capítulo Tres: Caos desatado.

Lidia estaba guapísima. Hacía varias horas que la estaban arreglando y, sin exagerar, estaba espléndida. Si mi padre no la quería, que no se dijese que era porque era fea, ¡con y sin maquillaje, esa mujer era bella por naturaleza! Entonces pienso… ¿Cómo de feo tiene que ser el padre de Daniel para que éste naciese así? Esa era una pregunta fuera de lugar ahora que me encontraba mirando a Lidia maravillada. Su pelo negro azulado, colgaba de un medio recogido en su hombro derecho con hebillas color azul marino y zafiros incrustados. Su vestido simplemente le venía como anillo al dedo. A pesar de ser una mujer mayor, no pasaría de los 45 años, se veía como una joven que acababa de salir de la universidad.

–¿Qué te parece? –pregunta dando vueltecitas.

–Estás muy guapa, ¡y ahora, vamos a la iglesia, ya! –le ordeno dándole empujoncitos amistosos.

Es increíble como, habiendo pasado solo una semana, parecía como si nos conociéramos de mucho antes. Nos habíamos hecho muy buenas amigas, y las amigas no se hacían daño, no se engañaban pero yo, la estaba engañando vilmente por culpa de mi padre. ¡Qué egoísta soy!

Lidia, al ver que me había quedado muy callada, me miró preocupada.

–¿Qué ocurre? –pregunta dejando de caminar. Todavía estábamos en la mansión, y mi padre y los demás invitados –que eran 678, sí, es momento de desencajar la mandíbula –ya debían estar en la iglesia. Una muy grande para que cupieran todos, aunque, seguramente, tendrían que salir a la calle, y con el tiempo que hacía… Fuera nevaba, y la estampa era preciosa.

–Nada, solo pensaba que mi vida ha cambiado, mucho. –expliqué sonriendo de verdad. Ella me miró tiernamente.

–Ya, esto es demasiado precipitado, pero, espero que hagamos lo correcto. –sentenció dándome la mano.

Bajamos hasta la planta inferior y, marchando rápido, nos subimos a un BMV descapotable y blanco. ¡Era un precioso coche de bodas! Cuando el coche arrancó, tuve ganas de contarle todo a Lidia, pero me mordí la lengua y miré por la ventanilla.

No, por muy justa que fuera, no podía desmentir así a mi padre. Era como traicionarme a mí misma porque, aunque sea así de… aprovechado, era mi padre y me había cuidado cuando mi madre murió. Y así no podía actuar, tendría esperanza y esperaría para ver si se enamoraba de ella, porque era una gran mujer.

Después de algunos minutos, ya estábamos en la iglesia, más bien, macro iglesia, pues el interior de ésta era enorme, tenía cristaleras de colores en las que se representaban a vírgenes y a un jesús en el centro crucificado. Tuvimos que añadir sitios adicionales para que cupieran todos y, finalmente, habíamos optado por celebrarla dentro y fuera del techo de la iglesia. Me bajé antes que ella y, cuando le besé la mejilla, le deseé suerte. –si, iba a necesitar suerte con mi padre. –

Todos miraron hacia ella y sonrieron cálidamente, por muy raro que pareciera, a lo largo de la semana, había notado que las personas la admiraban de verdad, y no por su fortuna. Eso me daba esperanzas y, a la vez, me deprimía sabedora de que yo era la mala en todo esto. – ¡No, tu no, tu padre! – me recordé suspirando.

Cuando llegué a la iglesia, me senté corriendo al lado de Daniel. Éste me saludó tontamente y siguió con la mirada como su madre se acercaba, con la melodía de la boda, al altar. Mi padre ya estaba allí, ansioso de poder terminar con toda esta farsa de una vez. Lo estudié, parecía nervioso, sudaba, y él normalmente era tranquilo. ¡Ah, claro! La mentira te deja un sabor amargo en el paladar, ¿no? Pues ahora sufre, mentiroso.

Una vez que la novia se puso al lado de mi padre, cesó la melodía y todos nos sentamos mirando a la pareja. La ceremonia comenzó y, ahora si que no había marcha atrás. Conocía a mi padre y nada le daba más reparo que meter la pata y equivocarse, por lo que, ya, delante de toda esta gente desconocida, tenía que ser valiente y finalizar lo que había empezado.

Entre sermón y sermón, empezaba a aburrirme, así que miraba de reojo a Daniel, quien no paraba de balancear sus piernas arriba y abajo. Me estaba incordiando, pero no le dije nada. Llevaba unas gafas de una montura menos gruesa, aun y así, todavía no sabía en qué dirección miraba, por lo que, cuando hablaba con él, le miraba la nariz, que, por muy asombroso que sonase, era lo más bonito que tenía. Qué cruel era…

Conviviendo con la Mentira © [Borrador]حيث تعيش القصص. اكتشف الآن