6-La oveja negra

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Ese lunes despertó temprano, la ansiedad no le había permitido un sueño reconfortante

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Ese lunes despertó temprano, la ansiedad no le había permitido un sueño reconfortante. Afuera, aguardaba un ghostly-wheel último modelo y un mundo lleno de opciones. Aleksey la invitó a ocupar el asiento del copiloto y ella feliz bajó las ventanillas para ver con detalle los rascacielos de cristal y las tiendas de electrónicos.

LABORATORIOS GENETIKA CREA LOS BEBÉS MÁS SANOS Y HERMOSOS

Leyó el slogan en un anuncio cambiante y seguidamente apareció la imagen de un bebé de enormes ojos azules que definitivamente parecía sano y hermoso. Le pareció asombroso el hecho de poder modificar genéticamente el color de ojos y la apariencia de un ser humano incluso antes de nacer.

NEW ERA: LOS ROBOTS, NUESTROS ALIADOS.

COMPAÑÍA LYSENKO ESTRENA SALAS DE REALIDAD INMERSIVA.

Sonrió al sentirse diminuta ante la inmensidad de los edificios. El mundo era fascinante, moría por explorarlo. Aleksey se detuvo a cierto punto y le pidió que bajara del auto, no había notado el momento exacto en el que habían llegado al colegio.

—Volveré a las tres —Fue lo último que dijo el chófer antes de marcharse.

Mel bajó desentendida y escaneó el lugar, extrañamente todo le resultó familiar así que no se detuvo a admirar la belleza de la arquitectura por mucho tiempo. Al caminar por los pasillos se sumergió en una marea de personas, voces, rostros y expresiones humanas, risas murmullos y gritos, diversidad y uniformidad, y aquella extraña sonrisa que se había formado en sus labios empezó a desvanecerse lentamente.

Un par de ojos azules se clavaron en ella como cuchillos y de pronto todos la observaban, con descaro, como a un bicho raro, murmuraban entre dientes, se reían... ¿Había estado tan ansiosa por ver aquello? Empezó a sentirse desubicada, caminar se volvía un reto, quería salir corriendo y dejar todo atrás. Quizá a la chica rubia que guardaba los libros en la taquilla le hubiese llamado la atención su cabello, pero ¿por qué sentía que se burlaba de ella?

Estaba alucinando, quizá estaba paranoica, escondió el rostro tras su flequillo y entró en el salón.

Nadie se acercó. El profesor no la presentó. Nadie le dio la bienvenida. ¿Qué estaba mal con ella?

Miraba al profesor y sabía que el movimiento lineal de un objeto era una magnitud vectorial proporcional a la masa y a la velocidad y que esa pequeña herida que se había hecho al rasurarse temprano por la mañana dejaría una pequeña cicatriz que nunca desaparecería por completo.

Estaba por enloquecer, se colocó de pie un segundo antes de que el timbre sonara y salió abruptamente del salón, no vio a donde iba y tropezó con alguien.

—Lo siento —se excusó el chico, le iba a decir que la culpa era en realidad suya, pero miró sus ojos y literalmente dejó de respirar.

Jamás había visto un chico con lentes.

Hacía un tiempo los avances científicos y tecnológicos habían reemplazado esas horrendas cosas, si tenías un problema de visión te operabas inmediatamente, nadie convivía con una miopía hasta los ocho años, se consideraba algo antiestético, usar gafas era como usar un cartel que decía "tengo un defecto" y a nadie le gustaban las personas defectuosas.

Se quedó mirando un instante el rostro de aquel muchacho, más allá de los cristales se encontró con un par de ojos verdes que la observaban con timidez.

—Lo siento, fue mi culpa.

El chico asintió y continuó su camino sin decir más, ella siguió el suyo. Afuera ya aguardaba Aleksey al volante de su ghostly-wheel último modelo.

—Que puntual —dijo tirando la mochila en la parte trasera.

Aleksey no sonrió, ella bajó los vidrios automáticos y se dedicó a observar por la ventanilla, ahora sin demasiada fascinación.

—Te ves muy joven ¿cuántos años tienes? —Preguntó para Aleksey, la brisa jugaba con sus cabellos azules y no logró leer algunos anuncios.

Aleksey no respondió.

— ¿Te prohibieron hablarme?

Silencio.

Mel dejó escapar un suspiro. Se sentía realmente agotada, había sido un día extenuante. El ascenso hasta el piso 312 le pareció un suplicio, más aún porque se hallaba al lado del chico raro que empezaba asustarla.

—Vendré mañana a la misma hora —Fue lo único que dijo el muchacho antes de irse.

—Como sea —Refunfuñó, dejó la mochila en el sofá y fue por su tablet, se sentó en el piso con la espalda apoyada a la pared y buscó algo de música antigua. Encontró una banda de rock que cantaba algo sobre vivir en la oscuridad y caer al vacío. Miró la pared de enfrente por horas.

En un momento oportuno pensó en dejar el colegio tras su primer día, odiaba aquel lugar, pero más odiaba la jaula de cristal, así que descartó la idea. Podía saltarse las clases e ir a fumar a la azotea, pero eso era tan descabellado como sonaba.

Entonces pensó en el chico de lentes y llegó a preguntarse por qué no se había operado aún ¿acaso no podía pagar la cirugía? No, imposible. En un país tan desarrollado como ese, todos, absolutamente todos, podían.

Dejó de divagar en sus pensamientos cuando decidió que no era de su incumbencia, si él quería hacer el ridículo era su problema, de hecho, no tenía que pensar en nadie, si el mundo había decidido ignorarla estaría bien con ello, no tenía nada a lo que aferrarse, no tenía a nadie en todo el estúpido universo, estaba sola y debía aprender a convivir con ello.

El día siguiente después de la clase de robótica, fue al comedor por el almuerzo pero no tuvo el valor suficiente para integrarse a la multitud, el estómago le rugía como un oso salvaje y no había llevado consigo sus tabletas de proteínas, no tenía otra cosa que hacer, tampoco tenía dinero, se dirigió hasta el gimnasio exterior y antes de poder tomar un puesto se percató de que no estaba completamente sola, subió las gradas con paciencia y se sentó al lado del chico cuatro ojos.

Él miraba perdidamente la nada, parecía inmerso en un mundo lejano que era invisible para ella. Miró su perfil, tenía varios lunares de distintos tamaños que se encontraban dispersos desde su cuello hasta su mandíbula, pensó que también se los había podido remover con cirugías pero graciosamente se acoplaban a toda su extrañez.

A pesar de que era la persona más rara que había visto en su vida, todo en él parecía encajar a la perfección.

Llenó sus pulmones de aire, había tenido el valor suficiente para sentarse al lado de un desconocido, no estaba segura de poder pronunciar palabras pero aquella recóndita fuerza interna se las arregló para pelear contra su orgullo.

—Hola —saludó casi en un susurro.

El chico pestañeó, abrió los ojos y se aclaró la garganta.

—Hola.

Sonrió.

Y así empezó el inicio del fin.


SOLITARIOS ©Where stories live. Discover now