O4: ¡¿Miras porno, Tay?!

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Matt  era como un hermano para mí, pero no estaba segura de que siempre estuviéramos en la misma página. Le hice prometer a MacKenzie no organizar nada grande, solo saldríamos a disfrutar de unos cocteles, y hasta ahora parecía que había mantenido su parte del trato. 

—¡Nuestra bebé está creciendo, Matt! —chilló Mackenzie y me tiró en un abrazo. Le palmeé la espalda y la alejé por algo de espacio personal. No era la más grande abrazadora en el mundo. Matt se rió y pasó alrededor de nosotras, entrando a mi apartamento. Sabía que era mejor no tratar de abrazarme, después que me quedé completamente rígida en sus brazos la única y primera vez que él lo intentó.

— Gracias por las rosas —le dije a su espalda mientras hacía su camino a mi cocina por un vaso. Había pasado suficiente tiempo en mi departamento como para saber dónde estaba todo. Demonios, creo que él conocía mi apartamento mejor que yo. Una vez lo llamé para preguntarle cómo limpiar mi cabello del desagüe obstruido de la ducha y me informó que tenía una botella de limpiador de cañerías debajo del fregadero de la cocina. Él era bueno para mí, así como lo era Mackenzie. Ella a menudo me obligaban a salir de mi caparazón, lo que, sin embargo era a veces doloroso, era bueno para mí también. MacKenzie se hizo cargo de la isla de la cocina, extrayendo varias botellas de alcohol y mezcladores de su bolso. Matt consiguió los vasos y los llenó con hielo, mientras yo estaba de pie y los observaba. 

—¿Qué hay aquí? —Levanté la tapa de la bandeja de plástico, esperando que contuviera un pastel.

 —Tragos de gelatina —respondió MacKenzie, sonriendo—. Prueba uno. 

Quité la tapa y la dejé a un lado. La bandeja estaba llena de pequeños vasitos de plástico que contenían un arcoíris de brebajes de gelatina. Desde luego, parecían invitarme. Escogí uno verde y lo incliné en mi boca, pero la masa gelatinosa se mantuvo firmemente plantada en el interior del vaso. MacKenzie se echó a reír y miró a Matt.

—Enséñale cómo, Matt. Olvidé que teníamos una virgen de tragos de gelatina en nuestras manos. —Midió dos tragos de licor claro y los arrojó en un vaso lleno de hielo, mezclando la bebida como si fuera su segunda naturaleza. Matt sonrió y rodeó la isla para estar de pie junto a mí. 

—Saca la lengua. —Entrecerré mis ojos a él. 

Se rió entre dientes. 

—Sólo hazlo. —Obedecí y él llevó la copa a mi boca, mostrándome cómo arremolinar mi lengua alrededor del borde de este para aflojar la gelatina hasta que se deslizara del vaso a mi boca. 

—Mmm. ¿Manzana verde? —pregunté. Mattew limpió una mancha de gelatina de mi labio inferior y lo lamió de su dedo. MacKenzie asintió. 

—Sip. Y aquí está tu trago de cumpleaños. Era rosa y burbujeante. Tomé un sorbo y lo encontré sorpresivamente refrescante. Difícilmente podías saborear el vodka que la había visto verter dentro. Era suave y delicioso. 

—Gracias. 

Una vez que todos tuvimos bebidas, cortesía de MacKenzie, Matt agarró la bandeja de tragos de gelatina e hicimos nuestro camino hacia la sala para sentarnos en el centro de mi peluda alfombra color crema. 

—Necesitamos música. —MacKenzie abrió mi portátil y mi corazón casi se detiene. Salté de mi asiento en un esfuerzo por detenerla de ver lo que estaba a punto de ver, pero fue demasiado tarde—. ¡Santa mierda! Mis mejillas ardían al recordar para lo que había usado el computador la última vez, había escrito en la dirección, la página web porno de la tarjeta de presentación cuando llegué a casa y busqué hasta que encontré fotografías de Justin. 

—¿Qué es? —preguntó Matt, mirando alrededor de MacKenzie. Su cara se arrugó de asco—. ¡Puaj! —Saltó hacia atrás del ordenador, como si lo hubiera picado. 

—¡¿Miras porno, Tay?! —La sorpresa en la voz de MacKenzie era inconfundible—. No te estoy juzgando, en absoluto, es más como... sólo estoy sorprendida. Siempre has parecido de la especie de inocente.— Tragué saliva y agarré el portátil de su regazo, tirándolo hacia el mío. 

— No es lo que piensas. —Abrí mi biblioteca de música e inicié la lista de reproducción de indie-rock, entonces puse el computador a un lado. MacKenzie se rió, echando la cabeza hacia atrás. 

—Lo siento, cariño, pero eso va a requerir una explicación. Quiero decir, nunca has tomado un trago de gelatina, te criaste con los Bennet, tu maldito cajón de ropa interior está organizado por color y día de la semana. Escúpelo, nena. 

Matt levantó la vista de su bebida. 

—¿Tienes ropa interior por días de la semana? Oh, tengo que ver esto. —Se puso de pie y caminó por el pasillo hasta mi habitación, MacKenzie y yo saltamos a nuestros pies para seguirlo. 

—¡Mattew! —llamé—. ¡Sal de ahí! 

Él se echó a reír y abrió el cajón superior de mi cómoda tallada a mano de color rosa pálido. 

—Santa mierda, no estabas bromeando, Kenz. —Levantó un par de bragas de algodón blando de la parte superior de la pila y los sostuvo para inspeccionar—. Domingo —leyó en la parte de atrás, riéndose entre dientes. Los arrebaté de sus manos, arrojándolos de vuelta en el cajón y lo cerré de golpe con mi cadera. 

—Suficiente. Fuera. —Los ahuyenté de mi dormitorio. 

Sí, compré el paquete de ropa interior de algodón. Eran cómodos. No era tan malo. Mackenzie se mantuvo firme, bloqueando la puerta de mi habitación. 

—Sólo si nos cuentas la historia de ti mirando porno. Apuesto a que ni siquiera tienes un juguete sexual, ¿verdad? 

—Te lo diré. —La rodeé para caminar por el pasillo. Pero no iba a responder la pregunta sobre juguetes sexuales. Incluso si Matt era como un hermano para nosotras, aún era un hombre, y no iba a admitir que tenía un vibrador escondido en la parte de atrás del cajón de mi ropa interior. Dios, me hubiera muerto de vergüenza si hubieran encontrado eso. 

Una vez que estuvimos sentados en la alfombra de la sala otra vez, me tomé unos pocos tragos más de gelatina para aliviar mis nervios y tiré de una almohada sobre mi regazo. Mackenzie se sentó enfrente de mí, pareciendo satisfecha, y recostándose contra el sofá. 

—Está bien. Pasó algo anoche en la sala de emergencias... —Agarré otro trago y sorbí el bocado gelatinoso, necesitando fortalecerme a mí misma ante el recuerdo de la erección de Justin. 



—¿Cómo de grande dirías que era? —preguntó Mackenzie una vez que conté de mi historia, inclinándose hacia adelante con ansiosa curiosidad.

—Ah, infierno, voy a por otra bebida —anunció Matt, dirigiéndose a la cocina. Después de considerar —y rechazar— un cercano candelabro, y sin encontrar nada más adecuado en mi sala de estar para exhibir toda la longitud de la hombría de Justin, Kenzie y yo hicimos nuestro camino hasta la cocina, sonriendo ante mi idea de coger un pepino del refrigerador. 

Metí la mano en el cajón de las verduras y sostuve la larga verdura frente a mi entrepierna. 

—Esto se ve bastante bien. —MacKenzie me tomó de los hombros, girándome de un lado a otro, así podía mostrar varios ángulos. 

—Maldita sea. A ese chico le cuelga.

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