Capitulo 7- Demonios personales

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Frannie

No había sido capaz de pensar nada a excepción de Luc desde que se fue ayer por

la tarde. O supongo que obsesionarme sería un término más preciso. La mirada en

sus ojos... nadie me había mirado de esa forma antes. Un doloroso hormigueo

empieza bajo en mi vientre sólo de pensar en eso, y miro hacia mi mamá, en la parte

delantera de la furgoneta familiar. Si ella no hubiera entrado cuando lo hizo, no estoy

segura de lo que habría ocurrido.

Me siento en la parte de atrás de la furgoneta y enciendo mi iPod, mirando por la ventana

todo el camino a la iglesia, esperando vislumbrar un Shelby Cobra negro del 68. Pero en

cambio, la primera cosa que veo cuando nos detenemos en el estacionamiento de la

iglesia es un Mustang azul medianoche del 65 del abuelo, brillando bajo el sol, con el techo

abajo y listo para rodar.

—¡De ninguna forma! —chillé.

Mamá sonríe. —Parece que hoy conducirás con estilo donde el abuelo.

—No entiendo cuál es el gran problema. Es sólo un asqueroso coche viejo. ¿Quién querría

eso cuando podría tener uno nuevo? —dice Grace con su usual sarcasmo.

—El abuelo lo haría, y yo lo haría —digo.

Pone los ojos en blanco y se encoge de hombros.

El abuelo casi salta fuera del banco de la iglesia separándose del grupo. Para evitar saltar

junto a él, veo a Grace arrodillándose con su rosario. Pareció irse por el otro camino cuando

Matt murió, conectándose con Dios, como si él fuera a arreglar algo... o a cambiar algo.

Ella siempre ha sido tan confiada. Crédula, realmente.

Rezar no funciona. Lo he intentado.

Miré de vuelta al abuelo, recordando la última vez que realmente me puse de rodillas y

recé. Fue hace tres años, después de que me hubiera despertado tarde un sábado por lo

que sentía como si un relámpago hubiera pasado a través de mi cerebro. Y lo que vi detrás

de mis párpados, cuando los cerré con fuerza por el dolor, fue a mi abuela yaciendo

bocabajo en su jardín en un charco de sangre. Cuando llamé, nadie contestó. Le dije a mi

mamá que teníamos que ir a chequearla, pero me hizo esperar. No podía decirle porque

teníamos que ir —fue loco— así que fui a mi habitación y recé.

Cuando el abuelo llegó a casa de pescar ese día, la había encontrado en el jardín donde

se había caído de la escalera, con las tijeras de podar contra su estómago. Ahí fue cuando

supe con certeza que Dios no existía.

Al final de lo que se sintió como un servicio religioso interminable, el abuelo se levanta de un

salto de su asiento.

—¿Lista para un paseo?

—¡Vamos!

Demonios personalesWhere stories live. Discover now