Cuarto 1

3K 409 123
                                    

Mis calzoncillos explotaron.

No, nadie los dinamitó. Simplemente tuve una enferma erección, la cual escondí a la perfección detrás del mostrador. No había tenido este tipo de sucesos tan embarazosos en público desde que era un crío. ¡Y válgame! No podía culpar a mi vibrante virilidad. Si había detector de metales para buscar tesoros, mi pene era el ensamblaje perfecto que detectaba hombres suculentos.

En el momento en que las puertas de cristal se abrieron, entre todos los pasajeros y empleados del hotel, la criatura más bella ingresó. Era un hombre bien vestido, cuya rubia cabellera había sido peinada para atrás. Él sonrió, dejando brillar esos ojos zafiros y le dio unas cuantas palmadas sobre la espalda del botones, quien le ayudaba con su equipaje.

—¿Quién es ese bombón? —inquirió Krul, volviéndose hacia mí después de haber finalizado con los requisitos de un huésped, contemplando a mi príncipe—. ¡Míralo! Él sería el regalo perfecto para esta Navidad.

—Él sería la cura para el cáncer —balbuceé sin despegarle de vista, limpiándome la baba de la comisura de mis labios—. ¡Por Dios! Necesito encontrar a sus padres para felicitarlos y decirles que hagan el amor cuantas veces sean necesarias. —Hice una pausa, tratando de no seguir hiperventilando y miré a mi compañera con picardía—. ¿Debería venderle al demonio mi alma para tener una cita con él?

Ella se carcajeó, sacudiendo su cabeza ante mis ocurrencias. Cuando levantó la mirada, Krul paró de reírse, retomando la compostura de forma profesional y pegó sus rosados labios a mi oreja.

—Si quieres véndele tus testículos porque ahí viene Satanás —susurró, alejándose para regresar a su puesto.

Pasmado por lo que acababa de decirme, giré sobre mi sitio y me encontré con la imagen glorificada de un ángel. Aquel individuo esbozó una grata expresión y me saludó. Un simple «Buenas tardes» me hizo enmudecer, sonrojándome de pies a cabeza. Pasé saliva, enrojeciéndome más por el incómodo silencio y abrí la boca forzadamente para devolverle el gesto. Ni una puta palabra salía de mi boca. Ni una sola.

Él tildó su cabeza para un lado y cambió su semblante a uno de preocupación.

—¿Se encuentra bien?

—¡Sí! ¡Todo es perfecto desde que usted llegó, queridísimo huésped! —canturreé, ruborizándome hasta la punta de las orejas, inclinándome para mostrarle respeto.

Hubiera salido a la perfección, de no haberme golpeado la cabeza contra el borde del mueble y el teclado de la computadora. Me incorporé rápidamente, sonriéndole de oreja a oreja, ignorando la horrible contusión y el mareo. Quise seguir atendiéndolo, pero al ver el fino hilo de sangre que caía de mi frente, hizo que me desmayase en el acto.

¡Qué gran impresión!

Mikaela Hyakuya y el chico del 804Donde viven las historias. Descúbrelo ahora