12. Rubén.

12.9K 1.4K 455
                                    


Había pasado una semana desde la última vez que vi a Mangel y lo sentía en todo el cuerpo, era como una depresión tan grande. Me había acostumbrado a tenerlo siempre cerca que me dolía demasiado que no esté a mi lado.

Por mi culpa.

Por no estar enamorado de él.

Joder, ¿por qué?

Digo, Mangel era... joder, era perfecto. Era la mejor persona que había conocido en toda mi vida, era lo único que valía la pena, era un gran amigo, era lo mejor que me había pasado y... lo perdí.

Por no enamorarme.

Por... no sé por qué. ¿Uno no elije de quién enamorarse, no?

Si pudiera elegirlo... lo elegiría a él, no cabía duda.

Pero, me dolía tanto que creía que estaba enamorado de él.

¿Pero, cómo saberlo?

Nunca antes me había gustado un chico, nunca había sentido algo por alguien de mi mismo sexo...

Pero pensaba en él a cada rato, a cada minuto, no podía sacarlo de mi cabeza.

Y supongo que era así como se sentía él... y me lo merecía por hacérselo pasar.

Las veces que intentaba llamarlo, me respondía Cheeto:

—Ahora no, Rubén—dijo la primera vez que lo llamé.

—Déjalo estar—la segunda.

—No quiere hablar contigo.

—Le hiciste mucho daño.

—Joder, para ya de llamar.

—Te va a denunciar... bueno, tal vez no. Pero debería. Se llama acoso lo que haces.

No podía evitar hacerlo. Quería hablar con él. Quería escuchar su voz. Quería salir con él. Intentar... resolver las cosas. No quería perder a mi mejor amigo.

Marque su número mientras buscaba las llaves del departamento.

— ¿Qué coño quieres, joder?—su voz. Joder, me había respondido. Abrí la boca pero no salió ningún sonido. Creía que no iba a responder...

—Mangel...

—Joder, Rubén—gruñó—. ¿No puedes dejarme en paz?

—No quiero dejarte en paz, no quiero perder a mi mejor amigo...

—Ya lo hiciste—murmuró—, por favor, Rubén. Aún no estoy listo. No quiero hablar contigo. Será mejor estar... alejados un tiempo.

—Miguel, por favor, me estás haciendo daño...

—Tú lo hiciste primero—y antes de que pudiera contestarle, cortó.

Si hubiera tenido lágrimas para llorar, seguro lo habría hecho. Pero ya las había gastado todas en esa semana.

Abrí la puerta de mi departamento y sin detenerme en ningún lugar, fui directamente a mi cuarto. No había entrado ahí en toda la semana. Ese era el último lugar donde había estado Mangel. La almohada de «siempre tuyo» estaba ahí.

Simplemente me acosté y abracé la almohada hasta quedarme dormido.

Uncover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora