Primera Parte, Capitulo 7.

72.6K 6.6K 1.8K
                                    

Lo primero que hizo Bárbara fue conocer la que sería su habitación de arriba a abajo, luego, observó y tocó cada vestido, blusa, pantalón, zapatos, zapatillas, ropa interior, etcétera. Todo lo que había en su ropero, que era enorme.

Por último, ocupo la ducha y se vistió con ropa holgada, pantalón y camiseta. Bajó a la sala y se encontró con Altaír y Martin mirando lo que antes había creído era la televisión.

El par dejó de observar la televisión y al hombre en ella cuando la oyeron. Martin se puso de pie y se acercó.

—Tengo una duda —le dijo, él esperó— ¿toda la ropa que está en mi habitación es para mí?

—Toda —aseguró—, siéntete con toda la libertad de usarla.

—Gracias —dijo y luego se limpió la garganta, miró a Altaír y Martin —¿y los demás?

—En la cocina —dijo Altaír mirando la televisión. Lo observó unos segundos antes de arrugar su frente.

—Entonces —dijo —yo iré a ayudarles, por suerte soy buena cocinando.

—Te acompañamos entonces —dijo Martin y Altaír se puso de pie.

Caminaron hacia la cocina y al entrar Bárbara observó a Isaac, Alec y Garrett moverse por el lugar preparando diferentes cosas. Notó que Alec era el más seguro y rápido, como si fuera un experto. Otra vez todos los hombres la observaron.

—Hola —dijo levantando una mano—. ¿Quieren que les ayude en algo? —se acercó un poco.

—No te preocupes —dijo Alec —podemos hacerlos nosotros, ¿por qué no te sientas mientras acabamos?

—En verdad no me importa —dijo ella.

Alec la miró unos segundos y luego asintió.

—Está bien —apuntó una olla puesta sobre la estufa—. ¿Puedes vigilar eso?

—Claro —aseguró y llegó a su lado.

—Revuélvela muy lentamente —le instruyó él.

Tomó la cuchara que estaba a un lado y lo hizo, luego de unos minutos Alec se acercó y observó dentro de la olla.

—Ya está —apagó el fuego —lo hiciste muy bien—. Ella volteo sus ojos y se alejó.

—Sí —sonrió—, mi especialidad en la cocina es revolver una olla con la mayor habilidad posible, soy un genio en eso—. Él sonrió de vuelta.

—Pues yo sé de lo que hablo y si digo que lo hiciste bien, lo hiciste —asintió—, además piensa que si se lo hubiera pedido a uno de ellos —apuntó a los hombres que estaban sentados —no hubieran sido capaz de hacerlo bien.

—Oye —se quejó Isaac arrugando su frente.

Todos se rieron incluyéndola.

—Aquí tú eres el cocinero —dijo Garrett, Bárbara los miró a ambos.

—¿Cocinero? —preguntó.

—Soy chef profesional —dijo Alec—, tengo un restaurant en el centro de la ciudad.

—Vaya —dijo ella, así que un chef profesional—, es bueno saber que hay alguien a quien molestar para que me alimente.

Él la miró y sonrió lentamente.

—Ese será mi placer —le regresó la sonrisa.

Alto, le estaba sonriendo a uno de ellos, ¿por qué?, no debía hacer eso, conocerlos, ni nada. Pero no podía negar que había algo en cada uno de ellos que la hacían desear conocerlos más, y no solo eso. Se limpio disimuladamente la garganta antes de preguntar.

—¿Qué hacen ustedes? —miró al resto de hombres.

—Martin e Isaac son soldados —dijo Garrett.

—Ya me lo imaginaba —dijo ella y observó a Martin —con esa cara seria que tiene.

Él la observó y arrugó su frente, sonrió un poco.

—Y Altaír es el médico —el hombre la miró —entonces tenemos —contó con sus dedos —dos soldados, un médico, un cocinero y un arquitecto, nada mal. Pues yo soy...

—Profesora —dijo Garrett, lo miró —lo sabemos—. Ella miró a cada hombre en la habitación y luego la mesa.

No dijo nada. Hasta ahí llegó el sentimiento alegre que había crecido dentro de ella. Claro que sabían quién era, si habían instalado en la casa una habitación para que pudiera trabajar.

—Creo que tengo hambre —dijo luego de un rato.

—Esto ya está listo —dijo Alec como si nada malo hubiera pasado, pero ella sabía que todos la habían mirado fijamente cuando guardo silencio—, vamos al comedor.

En la cena mantuvieron una conversación amable pero distante. Hablaron de la ciudad y donde trabajaban todos, luego sobre el clima de ese lugar, estaban a finales de la primavera, y por último, sobre la playa y el paseo que harían el fin de semana. Cuando terminó se disculpó diciendo que estaba un poco cansada, todos se pusieron de pie cuando ella lo hizo, les deseo buenas noches y se fue a su habitación.

En la cama recordó la conversación en la cocina, en cómo se había sentido por esos segundos, curiosa, alegre, tranquila, y como luego todo había regresado a lo normal. Solo los conocía de un día, como era posible siquiera sentirse así con ellos, como si fuera lo más corriente del mundo. Si eran Cinco hombres desconocidos, cinco, no uno o dos, si no cinco. Se tapó el rostro con la manta y gimió, ¿cómo rayos iba a compartir su cuerpo con cinco hombres?, no tenía la habilidad de la multiplicación, volvió a gemir, y ¿por qué rayos pensaba en compartir su cuerpo con alguien?, se quejó y tomó una almohada, la puso sobre su cabeza. ¿Qué rayos le pasaba para siquiera considerara algo así?

El Deseo de BárbaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora