Primera Parte, Capítulo 4.

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Cuando Bárbara despertó tuvo la increíble sensación de que todo había sido un sueño, un enorme y estúpido sueño. Suspiró más tranquila, segura de que ahora estaría en su casa, con su obeso gato y un montón de trabajo que revisar en su escritorio. Eso la hizo sentir mejor, solo que apenas abrió sus ojos y se encontró rodeada de personas, su esperanza se desinflo.

Estaba en una oficina, sobre un sofá enorme rodeada de tres hombres y una mujer.

—Déjame examinarte —dijo Altaír apareciendo a su lado.

—Estoy bien —le dijo mientras se sentaba, él no le hizo caso y de todas maneras la examinó.

—Duraste más que yo—dijo Anabela—. Me desmayé justo después de llegar a la Central de Justicia —le sonrió.

—Me preguntó por qué.

—Está bien, solo fue la sorpresa —dijo Altaír y se alejó de ella.

—Entonces continuemos —dijo Anabela, Bárbara la miró.

—Saben, no sé qué pasa aquí y sinceramente no me importa, podría alguien llevarme a...

—No podemos —dijo Anabela —lo siento, pero debes pasar primero por la reunión de asignación antes de poder irte.

—¿Qué demonios es eso? —dijo molesta.

Se puso de pie.

—Sígueme y te lo mostrare.

Caminaron fuera de la oficina y Anabela siguió hablando.

—Como te decía, estas en el Nuevo Edén, una ciudad con una población pequeña, no más de unos cuantos miles de hombres y cientos de mujeres —Bárbara apretó los labios —por un rasgo genético los hombres de este planeta no pueden tener hijas, no engendran mujeres, por eso mismo ellos recurren a otros planetas con cierto parecido para obtenerlas.

—Las raptan —soltó Bárbara, Anabela la ignoró.

—Aquí las mujeres son muy importantes, mucho más que cualquier hombre —la miró y se detuvo delante de unas puertas dobles—, son respetadas, amadas y veneradas, ya que sin ellas, ellos no podrían existir.

—Ya, ¿y?

Anabela volteo sus ojos y se cruzó de brazos.

—Ahora tú estás a punto de tener tu reunión de asignación, yo la tuve hace cinco años cuando llegué aquí.

—¿Qué es eso de asignación?

—Se te presentará delante de varios hombres, los ancianos te miraran de pies a cabeza, leerán tu informe médico y... lo más importante —bajó la voz —te entregaran a un grupo de hombres para tu servicio.

Anabela alzó una ceja.

—¿Servicio? —repitió.

—Sí, serán tuyos —se encogió de hombros—. Ellos se encargarán de la limpieza, mantención, orden, todo lo que requieras.

—Servidumbre —dijo, Anabela arrugó su frente.

—Más que eso, no son servidumbre, porque no es su trabajo limpiar, lo harán claro, pero cuando ellos no trabajen —ella la observo largos segundos—, podría decir que pasaran a ser algo parecido a tus esposos.

Bárbara abrió y cerró la boca varias veces.

—Incluso según las leyes de este lugar, lo serán.

—No entiendo —aseguró, claro que no entendía, si todo esto era una maldita locura.

—Lo entenderás con el paso de los días, pero...—se acercó a ella —recuerda simplemente, ellos están para servirte, no te harán daño, no te obligaran a nada, a menos que esos sean tus gustos —Bárbara se sonrojó —estarán allí para satisfacerte y cuidarte, está claro.

—Como el agua —dijo con ironía, Anabela asintió y abrió las puertas.

—Entonces adelante —soltó con alegría.

El Deseo de BárbaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora