Primera Parte, Capítulo 3.

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Bárbara salió lentamente de su inconsciencia. A su alrededor había un atrayente olor a rosas y cuando abrió los ojos, descubrió que la agradable brisa que la envolvía venia de una ventana. Se movió en la cama y volvió a mirar alrededor. Estaba en una habitación blanca y pulcra, pero pequeña, había solo una silla a su lado, bajo la ventana, y un ramillete de rosas blancas en la mesa de la esquina.

Cuando la puerta a un lado fue abierta miró y se congeló. El hombre más guapo que había visto en su vida ingreso a la sala sonriendo. Era rubio y alto, de músculos definidos y elegantes, tenía claros ojos verdes, vestía un traje blanco compuesto de pantalones y camiseta, con un membrete enganchado delante de su corazón. Miró su rostro y sonrió como él.

—Buenas tardes —le dijo suavemente, tenía una voz amable — ¿Cómo te sientes?

Él la ayudó a acomodarse en la camilla.

—Bien —murmuró, luego se limpió la garganta—. ¿Dónde estoy?

—En un hospital —contestó él mirando un cuadernillo, ella volteo sus ojos.

—Pero...

—Permite —él se acercó y ella leyó su gafete.

—Altaír —dijo.

Él la miró y asintió, luego procedió a examinar su cabeza, la hizo inclinarse hacia delante para observar su espalda, solo ahí notó que estaba vendada,

Él le hizo algunas pruebas físicas, como mover sus piernas y manos, decirle su nombre y contestar algunos simples ejercicios matemáticos.

—¿Qué paso? —le preguntó cuándo él se alejó para anotar en su cuaderno.

—Te caíste de un precipicio, un grupo de nuestros hombres te encontró y te trajo aquí —le sonrió.

—Vaya —murmuró —debo conocerlos para agradecerles.

Él asintió y comenzó a irse.

—Mm —dijo ella, él se detuvo—. ¿Dónde estoy?

El médico miró alrededor y por último a ella.

—No te preocupes, aquí te cuidaran muy bien, dentro de unos días alguien vendrá a contestar tus preguntas.

—¿No es más fácil que usted lo haga? —. Él negó con su cabeza.

—Yo estoy aquí para cuidarte solamente, lo siento —con eso desapareció.

¿Qué?, pensó ella y se movió un poco hacia la ventana, aguantó la mueca de dolor. Lentamente se puso de pie y llegó a ella.

—¿Qué? —murmuró y parpadeo varias veces.

Desde cuando la Amazonia tenía arboles de color azul y amarillo, y esas flores, y esos animales, y donde diablos podía estar un hospital de siete pisos sin que nadie lo supiera. Gimió, ¿Dónde me he metido?, pensó mientras el viento desordenaba su cabello.

***

Por casi dos semanas la mantuvieron recluida en esa habitación. Y por ese mismo tiempo ella observó por la ventana toda esa vegetación rara, hasta que en un momento solo se encogió de hombros y suspiró.

Todos los días Altaír la visitaba, pero nadie más, incluso era él quien le llevaba su comida y luego la recogía.

—Estoy enferma —le dijo un día, él la miró —tengo algo contagioso y por eso solo tú vienes a verme, estoy en cuarentena —él abrió la boca sorprendido y gimió—, es verdad.

Cubrió su rostro con sus manos y algunas lágrimas se le escaparon.

¿Por qué siempre le pasaban estas cosas a ella?, estaba cansada de soportar novios idiotas, jefes horribles y ahora enfermedades peligrosas.

El Deseo de BárbaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora