Tom.

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Cuando salí de casa de Valentina no me detuve a pensar en que probablemente necesitaría dinero para poder volver a Londres, tuve que caminar al menos dos calles para poder darme cuenta de ello. Pero ya no podía volver, al menos no en aquel momento como había dejado las cosas. Deambularia por las hermosas calles de Capri hasta que algún enorme reloj o campanario señalará que había pasado la medianoche y entonces ya no habría marcha atrás de lo que había pasado entre nosotros dos.
Camine mirando el suelo rústico pero bien cuidado debajo de mis pies, las casas a mi alrededor que lucían maravillosas, parecían casitas sacadas de algún cuadro en alguna galería o en un pequeño café. Podía sentir el aroma salado del mar acariciando mi nariz, lo absorbí sin mucha resistencia pues el aroma del mar hacia maravillas para relajarme. Camine sin preguntarme mucho el rumbo hacia donde me llevaban mis pies, pero termine agradecido del camino que estos habían tomado. 
Levante la vista de mis pies cansados para poder admirar el mar en su bellísimo esplendor , con cada rayo de luz del amanecer atrapado en las puntas del agua, brillando como un pequeño diamante escondido debajo de las olas. Me quite los zapatos, deje a la arena acariciarme los pies y al mismo tiempo masajearlos con su simple textura, me senté en posición de loto, podía sentir el frío de la brisa marina, pero había dejado de importarme pues lo que me aquejaba en aquel momento era mas frío que cualquiera aire o brisa que se atreviera a meterse conmigo.
Observe el sol salir hasta encontrarse en su punto, nunca había visto una escena tan maravillosa y al mismo tiempo tan obscenamente ofensiva debido a su belleza en comparación a mi situación, arroje un zapato al aire en un fallido intento de disgusto hacia el sol y su perfección. Agradecí que no hubiese nadie cerca para apreciar mi locura en su totalidad.
Me acosté sobre la arena sintiendo el sol caer sobre mi rostro, me lleve el brazo hasta mi cara en un intento por cubrirme de este y para apaciguar mi desesperación interna. ¿Era parte de mi naturaleza rendirme tan pronto? Lo pensé durante unos cuantos minutos y al sentir la brisa del mar moverse a través de mi cuerpo, me puse de pie de un salto.
-¡Pero claro que no!
Grite, pero al sentir el peso de dos pecho colgando en mi cuerpo al mismo tiempo que yo lo hacía me quede completamente quieto, ya no estaba en mi cuerpo, en el cuerpo de Tom, definitivamente la naturaleza emprendedora se había quedado en aquel cuerpo para siempre.
Recogí mis zapatos de la arena y seguí mi camino pensando en la mujer en la que me convertiría a partir de aquel momento, miré el sol una vez más, apreciando de nuevo el esplendor y la belleza de un amanecer en una isla de Italia de la que era la chica que tanto amaba y me había roto el corazon de distintas maneras.
-Más vale que ser mujer sea sencillo.
Me dije a mi mismo mientras seguía mi camino. 

Tú cuerpo, mi cuerpo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora