16. Cuando realmente me quieras...

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Ansel (3/3)

Dejo a Sky sobre el gran sofá que adorna la sala. Dejo mi chaqueta en el y enciendo las luces. Su rostro se ve aún peor cuando lo hago. Perdura el maquillaje corrido bajo sus pestañas, el labial rojo esparcido por los costados de sus labios, su cabello desarreglado, grandes ojeras, y lo que más duele a pesar de no tener relación alguna con la fiesta, sus pómulos hundidos. Ha adelgazado bastante, e incluso los huesos de sus caderas son notorios con la blusa que tiene puesta. Su apariencia logra que se instale un leve malestar en mi estómago y el miedo se cuele por mis huesos con insistencia. Me digo a mi mismo que debo hacer algo ¿Pero cómo? Ella me odia. Me devolvió el objeto más preciado que dejé en sus manos hace seis años, y en mi mente se repiten las palabras duras e hirientes que dijo días atrás. Sin embargo ¿Quién soy yo para hablar de dolor? La humille de todas las formas posibles, la rechacé, negué su enamoramiento, besé a mas de diez chicas frente a sus narices, dejé que mis amigos hicieran de su vida en la escuela una tortura, y eludí sus sentimientos, los cuales resultaron ser igual de frágiles como un cristal ¿Quién soy yo para decir que sus palabras no fueron las correctas, cuando las mías fueron un infierno para su enfermedad? Sólo empeoré la situación, y ahora tengo que remediarlo.

—¿Por qué estoy aquí? —pregunta en voz baja desde su posición.

¿Por qué? ¿Qué debería decir? ¿Que estoy furioso por sentir que debería ser yo a quien quisiera? ¿Que siento una increíble e inmensa ira en mi cuerpo, después de descubrir que tuvo sexo con Kalt? ¿Que no quiero que me deje? ¿Qué debería decir? Perdí todas las oportunidades que había para tenerle a mi lado. Las de poder abrazarla, besarla, intentar sentir la mitad de lo que ella sintió por mí. Y ahora, todo se fue de mis manos. Esa pequeña y destructiva voz la controla, y Sky no puede manejarla, porque está a su merced.

—Estás ebria, y tu padre va a preocuparse si regresas en este estado a casa.

Siempre fui bueno mintiendo. Siempre fui bueno ocultando las cosas en situaciones así.

¿Qué sucedería si ella realmente descubriese lo que pienso?

—Eres el mismo Ansel de siempre, ¿verdad?.

Me tenso en mi lugar, justo en el momento exacto que me dirijo a la cocina para prepararle un café. Me quedo estático sobre mis pies y con lentitud, me doy la vuelta, quedando a tan solo unos metros de su triste figura. Varias lágrimas descienden por sus mejillas y una diminuta sonrisa aparece al curvar sus labios hacia arriba. Sus ojos café observan un punto fijo y sus manos tiemblan al sujetar con fuerza la tela de su falda. Sus piernas se entrelazan y sus pies descalzos rozan el suelo mientras su garganta transmite pequeños jadeos al sollozar. Su cabello cae cubriendo sus ojos cuando inclina su cuello hacia adelante, y ahora sus manos cubren su cara. Luego, los cortos pero notables sollozos que emitía al aire, se convierten en un llanto que destroza hasta la mínima célula de mi cuerpo ¿Por qué hace eso?

—¿Qué es lo que debo hacer, Ansel? —me sorprendo ante sus palabras y mi corazón parece detenerse cuando su mirada se cruza con la mía en pocos segundos— ¿Qué debo hacer para que me mires?

¿Qué debería hacer yo, Sky, para que vuelvas a verme como antes?

—¿De qué hablas? —apenas puedo oírme.

—¿Hay algún truco? —de golpe, su cuerpo se incorpora del sofá y se balancea hasta encontrar el equilibrio al mismo tiempo que comienza a alzar la voz— ¡Para ser alta, delgada, bonita! ¡Ser como todas esas chicas con las que te acuestas! —mis músculos sufren una descarga eléctrica cuando se acerca a pasos rápidos— ¡Puedo ser como ellas! ¡Realmente puedo intentarlo! —sus manos me empujan con fuerza y mi espalda sufre un golpe por parte de la encimera a mis espaldas— ¡Tienes que...!

Trastornos: Mi extraordinario cielo [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora