Capítulo 8- Seis.

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Un cuchillo se clavó a tres centímetros de la cabeza de Finnick. Le miré.

-¡CORRE! -Grité, y de pronto, de la nada salieron Riley y otro chico.

Era Ben McGuire. Del distrito 7, el tributo que iba con Lily, el que prometía protegerla pero se olvidó de ella nada más entrar en la cornucopia.

Cogí una mochila a todo correr y coloqué una flecha en el arco mientras corriamos. Finnick y yo éramos rápidos, sin embargo nos pisaban los talones. Dejé de sentir las piernas cuando el frío se volvió a impregnar en ellas. Me paré un instante y me giré, decidida. El tributo del 2 al que tire el cuchillo, se avalanzaba hacia mi con un hacha.

Solté una flecha y le dio de lleno en el pecho. Cayó al suelo y seguimos corriendo, segundos después se oyó un cañón.

Le había quitado la vida a otra persona. Una mezcla de sentimientos contradictorios se formaban en mi interior, pero era demasiado tarde para arrepentirme.

Seguimos corriendo al interior del bosque nevado, sin mirar atrás en ningún momento, cuando dejamos de oír las pisadas de Riley y Ben persiguiendonos.

-Se han ido. -Dijo Finnick, pero yo a penas le oí.

Mis oidos estaban taponados a causa de las palpitaciones.

Encorve la espalda y apoyé mis manos en las rodillas.

-¿Cuántos quedamos?-Pregunté, jadeando.

-Riley, Ben, el tributo del 5 que les acompaña, la tributo del 6 desaparecida, y tú y yo.

-Quinto día y solo somos seis, deben de ser los Juegos más rápidos de la historia. -Dije, irónica, poniéndome recta de nuevo.

El me sonrió, y de pronto, una fuerte oleada de viento helado nos sacudió. Miré al cielo.

-Creo que va a ver tormenta. -Informé.

Finnick asintió.

-Deberiamos ir a buscar una cueva.

Y eso hicimos. Pero a media mañana estábamos a punto de perder la esperanza. Los dos nos habíamos dado cuenta de que el frío era más intenso que los anteriores días, y el viento frío y la nieve no ayudaban. Dar un paso era un sacrificio, ya que todas nuestras articulaciones se empezaban a congelar. Notaba como el ambiente helado calaba mi piel y se impregnaba en todos mis huesos. Caí de rodillas.

-Cl-Clarie... -Era Finnick. También estaba helado. -Mira. -Señaló un punto a lo lejos.

Una cueva.

Se acercó a mi y pasó un brazo mio por sus hombros, para ayudarme a ponerme en pie, y a duras penas nos dirigimos a la cueva. Ya allí, se notó un poco la diferencia, sin embargo no dejaba de hacer un frío helado capaz de matar a cualquiera. Los dos caímos al suelo, y unos minutos después abrí la mochila sin dejar de tiritar. No sentía la cara, sentía como si me hubiesen pegado una máscara helada, aunque a penas era capaz de sentirla.

Había un saco. Cogí fuerzas para levantarme y dejar de tiritar y se lo enseñé a Finnick. El sonrió, y de pronto, un pitido sonó fuera de la cueva. Sabía lo que significaba. Paracaídas.

Finnick salió de la cueva sin decir una palabra y yo extendí el saco. Volvió con una sonrisa.

-M-mira... -Cogí lo que tenía en sus manos.

Era una olla con caldo caliente, trozos de carne y verduras. También venía con dos panecillos. Lo comimos sin a penas decir una palabra, ya que el frío nos impedía pensar en otra cosa. Pero el frío fue disminuyendo a medida que comiamos ese caldo tan caliente.

Luego nos metimos en el saco. Apoyé mi cabeza en el pecho de Finnick, aún tenía frío, pero estaba mucho mejor después de haber comido y junto a él en ese saco. El me rodeó con un brazo y agarró su tridente con el otro, por fuera del saco. Su cuerpo me transmitía seguridad, y también me producía un gran alivio oir sus pulsaciones en su pecho bajo mi oído, ya que eso significaba que estaba vivo, que estábamos juntos.

-No creo que nadie venga a matarnos con el frío que hace. -Dije, señalando el tridente con la cabeza, ya sin que los dientes me castañeasen al hablar.

-Por si acaso. -Añadió, sonriendome.

Levanté la cabeza para mirarle, y admiré su capacidad de sonreir hasta cuando prácticamente nos estábamos muriendo.

-¿Porque sonríes? -Pregunté.

Yo ni podía intentarlo, tenía las mejillas congeladas.

-Porque estamos juntos. -Dijo, y sin previo aviso, me besó.

Sus habituales cálidos labios estaban fríos, sin embargo el contacto con su piel siempre era cálido. Sonreí en medio del beso. Supongo que hasta el los malos momentos hay cosas buenas.

El también sonrió y me dio un beso en la punta de la nariz.

No hablamos más esa noche, ya que el frío en la cueva se intensificó. Oimos el himno de los caídos unos minutos después.

Solo eramos seis.

Sin embargo solo podía haber un ganador.

¿Quién ganaría los 73° Juegos del Hambre?

Esa pregunta no paró de rondarme toda la noche mientras notaba como el frío se colaba en mi cuerpo.

El verdadero amor de Finnick Odair. /sin editar/Donde viven las historias. Descúbrelo ahora