Capítulo 8━ Esperanza.

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Los pasillos estaban desiertos y yo los pisaba con fuerza; parecía un lobo, un devorador hambriento apunto de atrapar a su presa.

Aquella mañana me había despertado renovada, con un pensamiento nuevo cruzando mi mente. La angustia que los Juegos del Hambre suponía aún me recorría cada centímetro del cuerpo pero, de una vez por todas, asumí mi realidad: tal y como le había dicho a Finnick la noche anterior, yo solo era una persona aleatoria sin importancia alguna. No podía hacer nada contra el sistema desde mi posición de tributo, mas no iba a caer en el juego sangriento del Capitolio.

Decidí que entrenaría de sol a sol para saber sobrevivir. No pensaba matar a nadie a menos que fuera estrictamente necesario, pero si tenía que defenderme quería estar preparada. Debía de estar preparada.

Cuando llegué a la sala de entrenamiento, Steve estaba dentro de una simulación con una espada en la mano. Analicé el resto de caras; por un lado, me topé con los tributos del Distrito 2, aquellos que ya planeaban arremeter contra mí. Dentro del ring se hallaban los del 7; la joven Lily y el gorila de Ben. Por último y lo más importante, al final de la sala distinguí a los del 9, a los posibles aliados.

Antes de dirigirme a ninguno de mis oponentes, fui a la gran vidriera de armas y atrapé una de las hachas arrojadizas. Quería que me vieran con ella. Quería que supieran que lejos de la niña histérica del día anterior, yo era alguien letal con quien no les convenía entrometerse.

En realidad todo era fachada, para qué mentir, pero si ya estaban aterrorizados prefería asustarles aún más. Cuanto más miedo, mejor.

La chica del Distrito 9 se acercó a mí antes de que yo pudiera hacerlo. Tenía la piel oscura y rizos negros y alborotados; su mirada era fiera y felina y, por un instante, me sentí intimidada.

-Así que eliges las hachas, ¿eh, preciosa? Qué miedo. Sería una buena elección si no fuera porque Ben y John también las utilizan ¿Os dejarán los Vigilantes una para cada uno o solo os darán una para que os matéis por ella? Me muero de ganas por descubrirlo.

Alcé ambas cejas y la observé de arriba abajo.

-¿Te has preparado el discurso o te ha salido espontáneo?

-Soy una mujer de sangre caliente, Clarie Morgan -Me guiñó un ojo, con una sonrisa que lejos de infundirme simpatía, me pareció letal-. No tardarás en descubrirlo.

Sidney. Se llamaba Sidney Clark y era la mejor arquera de la edición. Después de nuestra primera y esporádica charla, me invitó a sumergirme con ella en una simulación de tiro con arco. Me había visto el día anterior intentando aprender y según su criterio era bastante penosa y tienes mucho que mejorar así que me iba a enseñar un par de técnicas para que si consigues un arco no ridiculices a tu Distrito.

Entre una cosa y otra, terminamos el entrenamiento casi tres horas más tarde, agotadas y con los brazos temblorosos. Steve había pasado la mañana junto a Liam Scott, el otro tributo del 9, un muchacho de tan solo catorce años.

Según llegué a mi habitación llené la bañera de agua caliente y me quedé dormida. Había echado todo tipo de sales y una generosa cantidad de velas aromatizantes decoraban la estancia; también había decidido que si iba a morir a manos del Capitolio, me aprovecharía de todos sus lujos el tiempo que me quedara de vida.

Sumergida en la calidez del agua liberé casi todas las tensiones de los últimos días y, por primera vez, pensé que quizá había algo de esperanza. Aunque fuera una poquita.

Me enrrollé en una toalla de seda y volví a mi habitación. Casi se me cayó cuando vi a Finnick en el umbral de la puerta, esperando.

-¡¿Pero qué haces aquí!? ¿Conoces la palabra privacidad o necesitas un diccionario?

Aferré la toalla a mi cuerpo aunque era consciente de que no había visto nada.

-No pensaba encontrarte as... -Cerró la boca-. ¿Me tomas por un pervertido?

-Más o menos. Pasa.

Vi de reojo cómo se le escapó una sonrisa y apreté la mandibula para que a mí no se me esfumara una.

-¿Qué querías, Finnick? -Pregunté, sentándome en la cama.

-Felicitarte por tu alianza con el Distrito 9. Si te soy sincero pensé que tardarías más en hacerlo. Cada día eres más cabezona.

Agarré un cojín y se lo tiré con fuerza.

-Eres idiota. No soy tan cabezona.

-Además de impulsiva. ¿Qué es eso de agredir a tu mentor?

-Como si fuera la primera vez... deberías acostumbrarte -Aconsejé con una sonrisa irónica en los labios.

Él se rió. Parecía divertirse. Yo puse los ojos en blanco y me levanté, buscando ropa en el armario infinito de la habitación.

-¿No piensas marcharte?

-¿Me estás echando?

-Un poco.

-¿Sabes qué nombre te han puesto en el Capitolio? -Finnick cambió de tema así, sin más. Yo dejé de buscar ropa y me giré hacia él, realmente interesada.

-Ilumíname.

Se acercó a mí, como si el nombre fuera un secreto, algo confidencial.

-La chica de hielo.

-Vaya. Les he enamorado con el hielo que congela mis ojos -Pronuncié las palabras de manera extravagante, imitando el tono que Eve siempre utilizaba cuando me lo decía-. En fin. Parece que les gusto.

-No lo dudo. Le gustas a mucha gente, Clarie, a mucha más de la que imaginas.

Fui a contradecirle pero de pronto me topé con una mirada que me hizo callar, que me puso nerviosa de una manera distinta. Finnick estaba muy cerca de mí y me pregunté cuándo se había acortado tanto la distancia. Tampoco me molestaba. No sentía incomodidad alguna, solo un deseo de profundo de dejarme llevar. Aunque en otro momento esa escena me hubiera parecido una aberración, solo quería acercarme más. Un poquito más.

Él, por suerte, pareció escuchar mis plegarias internas porque hizo que el espacio entre nosotros se acortara mientras mi pulso se aceleraba y mi piel empezaba a arder y notaba su respiración contra mi rostro y de pronto, la puerta se abrió.

Nos separamos de golpe.

El verdadero amor de Finnick Odair. /sin editar/Donde viven las historias. Descúbrelo ahora