capítulo 25; es un regalo

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El frío es una de las cosas que menos me molestaban en Italia, al igual que la oscuridad de las diez de la noche de un martes, pero ahora Beacon Hills ha alterado todo eso.

Rodeo con mis brazos mi cuerpo tratando de mantener el calor corporal, pero la baja temperatura complica esta tarea.

Mis dientes amenazan con empezar a castañear ya que ni he traído una chaqueta, pero llamar a Jon no haría más que complicar las cosas.

Comienzo a caminar más deprisa, tratando de orientarme para calcular el tiempo que debe de quedar para llegar a casa.

Esta tarea se ve dificultada cuando me doy cuenta de que no tengo ni la menor idea de dónde me encuentro ya que los edificios me resultan de todo menos familiares.

Sigo caminando a un ritmo rápido y constante cuando empiezo a oír unas pisadas también algo aceleradas a mi espalda.

De repente me encuentro deseando con todas mis fuerzas que solo sea alguien que llega tarde del trabajo y se dirige a su cara tras una larga jornada.

Acelero mi paso para intentar darle esquinazo, pero el sujeto también incrementa la velocidad.

Ágilmente saco mi móvil del bolsillo de mis pantalones y dejo en marcación rápida el número de la policía, una costumbre que me inculcó mi padre cuando a penas tenía unos 7 u 8 años de edad.

Mis manos comienzan a sudar mientras marco las teclas, pero no por ello mi corazón se acelera.

Al contrario, estoy sintiendo adrenalina pura fluyendo por mi cuerpo.

Giro en un par de manzanas hacia tiendas de 24 horas para tratar de despistar a quien quiera que fuese que me seguía.

Parece despistarse en un par de giros, y aprovecho ese momento para correr.

Diviso el instituto a unos 200 metros, y hago mis zancadas más grandes, pero para mi mala suerte, las pisadas veloces retornan.

Acelero aún más, pero de un momento a otro, noto que una persona se está echando encima mía sin margen a reacción alguna.

Tratando de no dejar que el pánico me consuma, me giro abruptamente y golpeo con dureza la cara de mi agresor.

Aunque se cubre el rostro, momentáneamente puedo apreciar que se trata de un varón de entre 25 y 30 años.

Le propino una patada en el estómago creyendo que esto lo dejaría inservible, pero para mi desagradable sorpresa, se recompone y me agarra de la pierna con fuerza.

Me confunde el hecho de que aún no me haya golpeado brutalmente, ya que me tiene totalmente bajo su control.

En un margen de dos segundos, dejo de preguntarme por qué aún no me ha devuelto el golpe y lanzo un golpe contra su cuello.

Logro deshacerme de su agarre y correr hacia una estación de servicio.

Entro con la respiración agitada, y el encargado, detrás de la caja sale disparado hacia mí.

- Señorita, ¿se encuentra usted bien? ¿Qué le ha pasado? - pregunta con una mirada preocupada que solo me hace pensar en mi expresión facial en este mismo momento.

- Sí, sí... - aseguro - un hombre me perseguía.

- ¿Quiere que llamemos a la policía? - sugiere señalando un teléfono fijo en el mostrador.

Mientras el hombre, de no más de 40 años me sigue hablando, fijo mi atención a través de el cristal de la puerta automática, y en medio de la espesa oscuridad, encuentro unos ojos iluminados de un azul que me resulta escalofriante.

-7 [Isaac Lahey]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora