capítulo 1; beacon hills

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10:07 de la mañana de un jueves cualquiera de otoño.
Urgo en mi bolsillo buscando la copia de la llave que me abriría la puerta de caoba que tenía en frente de mí.
Sorbo mi nariz a la vez que introduzco la llave en la cerradura. Mi madre siempre me ha dicho que es un TIC bastante inusual que tengo.
Mi vista se posa en el primer objeto que encuentro, un gran espejo de cuerpo de bordes metálicos.
Me regaño mentalmente por ir tan descuidada — un par de mechones castaños se escapan del agarre de mi cola alta, en mi cara no hay ni una gota de hidratante o maquillaje, tan solo unas terribles ojeras moradas oscuras debajo de mis ojos pardos.
Resoplo y ruedo los ojos con desdén al recordar que casi pierdo el vuelo a California.

Me adentro en la estancia con mis maletas hasta lo que parece ser el salón.
En el centro un sofá de cuero negro frente a una televisión plana curva, descansan al lado de una mesita de café, unas cuantas botellas de agua vacías en una esquina de la moqueta, y una estantería de madera al pie de una escalera de caracol que conducirá hasta la segunda planta.
Dejo mis maletas a la entrada de la moqueta, ya que no estaba dispuesta a seguir arrastrándolas por todo el loft.
Me acerco con cautela a la estantería y dejo que mi dedo índice surque el lomo de unos cuantos libros de tapa burda y gruesa.
Observo que almacenan una fina capa de polvo, y una sonrisa seca se marca en mis labios.
Calculo que un par de meses es lo que llevaba Jon descuidándolos.
El olor a libro nuevo y madera hace que recuerde mi hogar en Italia, en el que mis padres vivían felizmente casados y yo tenía a mis amigas y mi... Bueno a lo que quiera que fuese Cameron.
Saco mi dedo índice de esa estantería y retrocedo hasta llegar de nuevo a mis maletas.
Abro una puerta corrediza que tenia a la derecha y entro en la cocina.
Unos 10 electrodomésticos de metal reluciente rodean a una isla de granito y a un par de taburetes altos.
Me siento en uno de ellos y cruzo mis brazos para crearle un refugio a mi frente.
Cierro los ojos con firmeza y deseo que al abrirlos haya vuelto a Italia.
Los recuerdos se cruzan en mi mente en blanco. Toda una vida en la que fui feliz, hasta el año anterior, cuando mis padres se separaron por el peor motivo posible: la infidelidad de mi padre.
Aquello destrozó mi familia, concretamente, a mi pobre madre.
Fue ella quien tuvo la idea de que me mudase con mi primo Jon, al que no veo desde que tenía 10 años, para empezar una nueva etapa. Acabar mis estudios, encontrar un trabajo e ir a la universidad.
Calculo que desde que refugie mi cabeza en mis recuerdos hasta que oí la puerta principal abrirse de nuevo, pudieron pasar 20 minutos.
Unos pasos anunciaban la llegada del único que poseía la llave original de esta casa.
Mi primo Jon Lachowski.
Y, efectivamente, mis sospechas se confirmaban 6 segundos después.
Un hombre de 24 años estaba en frente de mí, con mirada sorprendida, trajeado de negro y con una bolsa de papel con el sello de un supermercado en el brazo izquierdo.

-7 [Isaac Lahey]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora