—¿Estás bien?—si algo no deseaba es que se pusiese detrás, pegado a mí, a darme golpecitos en la espalda.

—Sí, sí...— dije con algo de voz, recomponiéndome de a poco— , es sólo saliva— aclaré y tosí por un momento más.

¡Ya me vengaría de mis malditas hormonas!

—¿Tú quieres mayonesa? — ofreció.

—Sí, untaré el pan con ella.

Era un momento de cotidianidad absoluto, pasándonos utensilios, comida, algo que me perturbó en demasía. Adoraba compartir algo más que simple elementos culinarios, pensé. Pero con esas pijamas de seguro no conseguía más que eso.

Tomando asiento cada uno en una banqueta, enfrentados, nos dispusimos a comer, botella de soda mediante.

—Tenía hambre—dije mientras daba un bocado a mi enorme pieza de pan y pollo.

— Yo también. Me he levantado y vine directo para verificar cómo se encontraban.

— Gracias, pero no necesito tutor— guiñé un ojo— . Mi hermana puede cuidarme muy bien—ambos reímos comprendiendo la gracia de mis palabras. Miré su boca. Era cincelada. Cuando se reía parecía que un coro de ángeles cantaba el Ave María. Mordí mi labio, sin reparar en que lo hacia frente a él, ni más ni menos.

— Tienes algo de mayonesa aquí —inclinando su cuerpo hacia mí, despegando su torso de la mesa, arrastró con su pulgar el aderezo que quedaba en mi piel, rozándome, generando un cosquilleo que llegaba desde mí frente hasta mis talones.

Mis latidos se cortaron. Seguí la dirección de su dedo en ese movimiento desprejuiciado y retomé la visión hacia él.

—No tienes idea cuánto me gustas... —su murmullo era seco, oscuro, tentador sin apartarse de mí.

—¿Aun con estas pijamas? — mi sinceridad a flor de piel...demonios... debía decir algo inteligente y no hacía más que arruinar el momento

— Más aun con esas pijamas — sonrió de lado, y con su nariz rozo mi cuello desnudo. Por un momento creí que la vena que lo recorría estallaría de la presión sanguínea, pero no.

Mi respiración se interrumpió, mi piel se rasgaba de placer y mis muslos de encendían por la intimidad del momento.

—Por favor Santiago, no me tortures así —supliqué sin mis capacidades mentales al ciento por ciento.

—No puedes siquiera imaginarte lo tortuoso que es para mi tenerte de este modo y no poder tomarte.

Pestañeé a mil por hora, sin comprender del todo el significado de sus palabras.

— ¿Acaso porque soy virgen?— lo dije. Sin tapujos. Sin pensarlo siquiera.

Súbitamente, él cayó desplomado sobre el respaldo de la banqueta, con rostro extrañado. Me lamenté por haber arrojado semejante confesión, y más aun en ese contexto. Debería haber esperado, o tal vez mentido. Fingir que tenía experiencia sexual. Un joven como él no andaría por el mundo desvirgando adolescentes inmaduras; sin dudas se tiraría a muchachas expertas como lo era Valentina.

Con ambas manos sobre mi boca, y refunfuñando por mis palabras, acuné sus manos.

— ¡Perdóname Santiago! ¡No sé por qué te he contado esto! —mis ojos se turbaron, vidriándose por el llanto.

— No, Aitana, me...sorprende...—sus ojos estaban bien abiertos, y su cabeza daba pequeños latigazos a sus laterales, en busca de respuestas.

—¿Acaso no crees que una chica de 18 años pueda tener nulas experiencias sexuales?— sus gestos me exasperaban. ¡No era taaaan grave ser virgen a esa edad!

"Entre la Miel y la Hiel" - (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora